lunes, 30 de junio de 2008

TRASLACIONES PRIMORDIALES DE UNA UTOPÍA

Traslaciones Primordiales de una Utopía / Ana María García




La dimensión humana de la existencia presupone por un lado la realidad irrefutable de la inserción en la situación y por otro la intención y la dirección. Las nomenclaturas y perspectivas son variadas y quizá infinitas pero queda "el hecho" o "la ilusión", dependiendo de las perspectivas aludidas, de la dualidad vivida en sensaciones y traducida indistintamente. En esta dualidad y en la dimensión de la intención nos sentimos impelidos permanentemente a la elección, convivimos con un enemigo en acecho permanente: lo otro como posibilidad seductora siempre; siempre próxima, siempre alcanzable pues la circunstancia de la inserción en una realidad supuesta no nos exime de ser también desinsertos por deseo o por violencia, desde el tronco o la raíz, como cada quien pueda y quiera. Si existe este anhelo puede ser él el que nos conduzca a la utopía como la proyección máxima de la intención y a la muerte como opción totalizadora de la utopía.


La muerte no es un hecho significativo en su dinamismo biológico ni diferencial en su estructura natural, pero adquiere volúmenes simbólicos y capacidades envolventes para el ser humano, una de ellas, la utopía. El sentido utópico esencial se adscribe a la palabra por su etimología y connota exclusión. U-topos es el lugar que no existe o en todo caso existe por oposición. La afirmación por oposición, así como la vía de conocimiento por negación son formas de aproximación mística. La no existencia del lugar aludido es pues, circunstancial, no esencial.

La palabra utopía sufre hoy la distancia de su referencia original y es usada como sinónimo desairado de ilusión, con el agravante de la pérdida de la connotación de fe y esperanza de la palabra ilusión y su equivalencia a equivocación de la realidad, más próxima a alucinación que a ilusión. Lo utópico puede ser concebido pero no realizado, como si lo deseable llevara en sí la imposibilidad de su realización. Y esto sucede porque el elemento que determina la posibilidad o imposibilidad de una existencia diferente es el elemento racional. La razón es la puerta que abre o que cierra la dimensión de lo posible. Lo posible se encuentra, así limitado por leyes, condicionado a un siempre y cuando. Es un posible apático y cadavérico.

La poesía se erige, iza la bandera de la utopía, levanta la cubierta del cadáver y descubre que no es cadáver. La utopía va más allá de la razón, representa siempre un estado del espíritu, estado en el que la situación puede ser trascendida, lo inmediato relativizado, no admitido; lo trascendente, asumido. La utopía no supone sólo una concepción diferente de la existencia sino también una actitud diferente ante la existencia: diferente de para ser capaz de entender, concebir y pensar de otra manera y diferente ante: para ser capaz de actuar de otra manera ante las maneras estipuladas.

La utopía queda así establecida, siempre en relación, en relación a la situación inmediata a la cual trasciende y niega y su validez radica en su función: en tanto sea capaz de cumplir una función revolucionaria. La utopía se relaciona con lo irreal, pero no en la equivalencia irreal=irrealizable sino más bien en el sentido de irreal: necesariamente realizable. La utopía tiene sentido siempre y cuando podamos concebir y transformar el orden existente. Esta concepción y esta transformación llevan como corolario la destrucción de lo presente. La imaginación humana es también una fuerza desintegradora, la voluntad de destruir lleva implícita la necesidad de crear. Si usamos la inferencia podemos decir que la voluntad creadora supone la destrucción. La utopía recibe de la poesía no sólo la fuerza de la creación y el poder de la destrucción sino también, y lo que es fundamental, la producción de la imagen. La poesía proporciona las imágenes añoradas que la utopía necesita para manifestarse. La palabra pasa a ser más que el vehículo formal del pensamiento, la imagen misma. En el proceso contrario, la imagen procesada devuelve el sentido de la posibilidad y el derecho del ser humano de vivir de acuerdo a su naturaleza (para algunos) o a sus proyecciones. La idea de una participación y de una semejanza así como la sensación de un tiempo común en el que así fue y en el que así será y que así sea. La integración del tiempo es utopía. La integración del tiempo sólo es posible en la muerte. En la utopía esta ruptura del tiempo se enfoca como un regreso al tiempo original: el kairos griego, el momento del tiempo que es invadido por la eternidad. La nostalgia es también el anticipo de lo nuevo.

La búsqueda desde la religión, desde la historia o la búsqueda desde el amor, en su dimensión personal, parte de nociones primordiales, paraísos y utopías que contactan con un estadio de conciencia espiritual ingenua. El asunto religioso, presente en vocablos, imágenes, personajes, exclamaciones arma la imaginería que elabora la utopía que denuncia y la utopía que anuncia.

En el contexto de lo temporal, la muerte no significa en sí misma, necesita un referente en función del cual significar: la vida misma. La vida, bajo la óptica de la utopía es la muerte en las connotaciones de nulidad, estatismo, esterilidad. El recurso salvador de una vida carencial es la muerte como opción, no como corolario de la misma carencia, tratase así más de una autoafirmación por venganza, por reto, por rebeldía que por resignación. Lo real es sufrido, más que vivido y es identificado como un espacio temporal relativo que debe modificarse absolutamente pues tal como está se hace verdaderamente insoportable. La realidad dolorosa hasta el punto de ser insoportable puede conducir al suicidio como acto afirmante de una elección. Es el acto que imprime una dimensión de distancia. Más que una añoranza es la rebeldía final, allí donde la vida ya ha sido vivida hasta su consecuencia total. No es el abandono sino el enfrentamiento, no es la cobardía sino el valor, no es la esperanza sino la fe, la posibilidad del mundo a través de uno.

Estos pensamientos han sido extractados de un trabajo de análisis más amplio y profundo que elabora, a partir de la noción de utopía, un tejido de relación y sustento entre el concepto y su desfloración en el trabajo poético de los años 60 y 70. Pretendemos continuar esta investigación en forma comparativa con la poesía posterior en la que los ejes temáticos, la motivaciones manifiestas y subyacentes se van alejando no de la utopía como tal sino de las imágenes que la surtían, y aunque quizá comprobemos la misma vehemencia en la confrontación ella se apreciará diluida y formulada en imágenes propias.

La poesía posterior (80-90) es una poesía lejana a la utopía así entendida y es que esta idea, o quizá mejor dicho, este sueño utópico que se ha venido nutriendo de imágenes antagónicas, a través de su mismo proceso histórico poético de disolución ha alcanzado la dimensión ya no idílica absoluta sino la interna, más emocional todavía, menos idílica, menos paradisíaca, menos comunitaria, menos fraterna y se ha ido consolidando en esquemas aislados, como si estos fueran o tuvieran que ser los modelos a los que la utopía anterior debería haber apuntado prioritariamente para alcanzar ya no status de paraísos perdidos o alcanzados sino de configuraciones modélicas individuales. Por ahí avanza esta nueva poesía y es este sentido el que orientara mi trabajo sobre la poesía de los ochenta y noventa.