sábado, 28 de junio de 2008

POESÍA PERUANA DE LOS 90: ECOS DE UNA POLÉMICA

Poesía peruana de los 90: ecos de una polémica / Luis Fernando Chueca




Hace algunos meses apareció publicado un ensayo mío titulado “Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa” [1]. La idea al trabajarlo y luego al afinarlo para su publicación era ofrecer un punto de referencia para la discusión entre los involucrados y los interesados, y proponer un panorama sobre lo que, a pesar de opiniones contrarias, sigue ocurriendo entre nosotros: nuestra tradición poética continúa con vigor.

Entre las ideas fundamentales que propone el artículo está, en primer lugar, que desde los 80, pero mucho más claramente en los 90, se viene produciendo una apertura importante: el eje hegemónico desde los 60 en nuestro canon (el de la poesía conversacional) dejaba de serlo y daba paso a una diversidad de posibilidades, algo bastante saludable a mi juicio, pero complicado en términos de su observación y, por supuesto, sistematización. Haciendo eco de una exigencia de Mario Montalbetti sobre la relación 60-80, acerca de la necesidad de nuevos ojos para ver la poesía, me parecía y me parece que es necesario dar una mirada más atenta a lo que está ocurriendo, pues, atendiendo principalmente a las corrientes que aparentemente continúan ciertos modelos propuestos por las promociones inmediatamente anteriores, perdemos de vista espacios de nuestra poesía que tienen algo que decir; y no solo de nuestra “poesía de los 90”, sino de lo que ocurrió desde antes, que, como es frecuente, puede ser mejor notado a la luz de lo que está ocurriendo.

Esto se vincula con una segunda idea, algo que reconozco a estas alturas casi como una urgencia: la necesidad de pensar de una manera más inteligente cómo organizar nuestra poesía contemporánea. A pesar de estar hablando ahora y haber escrito sobre la “poesía de los 90”, no lo hago con ánimo de protagonismo generacional. Es más, estoy tajantemente en contra (y lo repito cada vez que puedo) del uso fácil del término “generación del 90”; primero, por la falta total de rigor cuando se lo utiliza; pero, más importante, porque no creo que se pueda pensar en que nuestra poesía modifica sus características de modo radical, y se convierte en algo distinto, cada diez años, como suele ocurrir según nuestra historiografía literaria reciente. La aparente paradoja no es tal: es importante hablar de lo que ocurrió con los poetas jóvenes que comenzaron a publicar en los 90, porque algo ocurrió -y no poco y no merece ser desconocido-, pero no hay que hacerlo para coronar a esta promoción como más importante o especial o la que se está encargando de renovar nuestra tradición ni por ninguna de esas razones que terminan en la exigencia de prestarle más atención a unos tiempos que a otros, sino por el simple hecho de que se escribió y publicó poesía, y para entender nuestra tradición, y comprenderla cabalmente, es importante conocerla. Un tercer aspecto central del trabajo al que estoy haciendo referencia tiene que ver con algo mencionado: la poesía reciente bien podría dividirse entre conversacional y no conversacional; pero hacer eso sería seguir con la mirada impuesta en los 60 y no nos permitiría una visión más nítida de los procesos en curso (uno de mis objetivos centrales). Por ello, quizás abusando, propuse, para su discusión, nueve líneas para mí reconocibles en estos últimos años, que están ahí para su discusión y, si es necesario, su reformulación.

Si tuviera que hacer una síntesis de lo que escribí, lo anterior podría resultar adecuado. Como repito, la intención del trabajo era provocar la discusión y contribuir a la reflexión. No sé si eso se logró. Espero, en todo caso, que este espacio ayude a alimentar el debate, pues creo que los organizadores comparten también ese objetivo. La idea, entonces, era provocar la discusión sobre lo que viene ocurriendo con nuestra poesía y no, como algunos quisieron entender (y reaccionaron a partir de ello [2]), proponer la serie de nombres que deben consagrarse. En términos de estudio y comprensión, me interesa mucho más lo que se está moviendo, que cuáles son los nombres que van a perdurar. Lamentablemente sobre lo que buscaba casi no he conocido opiniones.

Hay, sin embargo, algunas referencias que quiero mencionar, pues tocan, de modo directo o indirecto, lo que me interesó discutir. La primera es la mención de la poesía de los noventa en los comentarios en la prensa. En una crítica al libro Mundo Arcano, de Paolo de Lima, Javier Ágreda, en el suplemento Domingo del diario La República, escribe: “Los novísimos poetas de los 90 -que intentaron, con grupos como Neón y Noble Katerba, reactualizar la poesía setentera- se han vuelto ya adultos respetables que no quieren seguir siendo postergados en las valoraciones de la crítica literaria. Algunos de ellos hasta han hecho carreras académicas que les permiten fundamentar (como ha intentado Luis Antonio (sic) Chueca en un ensayo reciente) la siempre cuestionada trascendencia de su generación poética. Este es el caso de Paolo de Lima (Lima, 1971), integrante de Neón 1990-1993, quien acaba de publicar su segundo poemario, Mundo Arcano (Contracultura 2002), y está dispuesto a defenderlo de reseñas y críticas despectivas con la autoridad que le otorga estar haciendo el Doctorado en Literatura en la U. de Ottawa” [3]. No es mi intención –no es este el momento- defender a Paolo frente a las evidentes ironías de Ágreda. Lo que me importa es comentar cómo se percibe la poesía de los 90 en el crítico más constante —y muchas veces responsable y acertado- del diario La República, que es, además, casi el único espacio serio en que se comenta literatura peruana reciente en la prensa periódica y, por tanto, pieza fundamental en la construcción de la imagen de lo que son la literatura y la poesía recientes. En consecuencia, por supuesto, partícipe en la consolidación del canon establecido [4]. Para ello cito otro fragmento del mismo artículo periodístico: “A los inconvenientes estructurales del libro hay que sumar los consabidos problemas propios de las obras de los poetas de los 90, demasiado imbuidos en estereotipos y lugares comunes de la cultura de masas; y que además pretenden escribir casi de espaldas a la tradición poética occidental. Esta peculiar combinación de falta de densidad en los contenidos y un mal entendido vanguardismo (que se limita al descuidado manejo de los aspectos formales de los textos) es el motivo por el cual la crítica ha sido tan dura con los autores de esta generación” [5]. No tengo inconvenientes en coincidir con Ágreda en que hay textos poco densos, vanguardistas solo de fórmula, o repletos de clichés entre los publicados en los 90.

Lo que sí me parece por lo menos desacertado, es atribuir a todo lo publicado en estos años por los ya no tan jóvenes poetas de los 90 tales características como si fueran las únicas, y reconocer en todos los poetas de esos años el mismo ánimo “generacional” y megalómano que algunos tuvieron. Es como reducir la poesía de los 50 a algunos (quizás muchos, pero nunca todos y ni siquiera la mayoría) esquemáticos textos de combate de la llamada “poesía social”, o liquidar toda la poesía callejera de los 70 por algunos excesos de coloquialismo.

En los comentarios de Ágreda, la poesía de los 90 parece reducida a dos o tres características que son básicamente las mismas que en un artículo de 1995 ya había reconocido: “La falta de auténticas voces personales, el aparente desconocimiento de las técnicas más propias de la poesía, la deficiente formación cultural y hasta el incorrecto manejo del lenguaje, la obsesión por hacerse oír ante públicos cada vez mayores e incluso el frecuente empleo de lugares comunes y estereotipos” [6]. Y sigue: “Su vocabulario y recursos literarios se rigen por los standards propios de los mass media, sus contenidos tienen una manifiesta tendencia al status quo (ecologista, pacifista, liberal) y hasta su imagen pública es el producto del marketing publicitario” [7]. Si lo dicho ya era una grave falta de perspectiva a mediados de la década pasada, en el 2001 es quizás completa ceguera o definitiva mala leche. No haría falta sino mencionar algunos nombres para descartar la validez de tal generalización.

Pero no se trata de plantear en este momento una polémica con Javier Ágreda. Nuevamente lo más importante, en este caso, no es tanto quién dijo qué, sino qué imagen se está construyendo. Es justamente por eso que me pareció importante intentar un panorama que planteara, no el gigantesco interés (irreal, por cierto) de la poesía de los 90, pero sí la importancia y presencia de algunas voces y algunas tendencias de estos años dentro de la tradición contemporánea. A propósito de esto quiero subirme al caballo de una polémica ajena. En julio de este año, a propósito de los premios Copé de Poesía y de la publicación de la Antología [8] que recoge a los finalistas del concurso, en su columna Inquisiciones, Abelardo Oquendo pone en escena a sus conocidos personajes (el profesor, la concurrente asidua, el poeta joven, el calvo) para comentar la aparición de la mencionada publicación. La conclusión implícita a la que llegan los dialogantes es la que resume el título de la columna “Poesía en declive”: “La mala racha empieza después de la llamada generación del 60. Los nombres de primera línea empiezan, a partir de entonces a ralear, como nunca antes en el siglo XX” [9], según palabras del “poeta joven”. Una semanas después, Oquendo publica en su columna una carta recibida de Jorge Frisancho, quien aclara: “¿Cuántos ‘nombres de primera línea’, más allá de la media docena, puede uno mencionar en relación a las así llamadas generaciones previas? Cuente usted con los dedos, y verá que el número no es tan grande (a menos que sea más generoso con las “primeras líneas” de hace veinte o treinta años)” [10].Así, el hecho de que no encontremos nombres que estén a la altura de Eielson, Varela, Cisneros, Hinostroza o Hernández, por citar algunos entre los del 50 y del 60, da pie al crítico para sugerir, a través de las intervenciones de sus personajes, el descarte de la poesía más reciente. Quizás entre estos años no haya nombres comparables en creación de obras tan renovadoras (en todos los sentidos de la palabra) como los citados (aunque me arriesgaría a mencionar uno: Domingo de Ramos). Es cierto lo que dice Frisancho, los nombres de primera línea no aparecen a cada instante: pero muchos de los que están algunos pasos detrás (en los 50 y 60), sin dejar de ser muy importantes, no tendrían por qué sacarles en cara sus bondades a varios de los 70, 80 y 90, igualmente importantes.


Pero los términos que voy utilizando me obligan a llegar a un punto que espero que sea el final. ¿Qué significa ser un ‘nombre de primera línea’? ¿Qué es un poeta importante? Es decir, ¿cuáles son los criterios que entran en juego para tales determinaciones? O, para decirlo en términos teóricos, ¿desde qué lugar o desde qué posición se erigen los criterios que construyen los prestigios literarios?

Si desde un punto de vista, trabajos como el de Alonso Rabí en En un purísimo ramaje de vacíos merecen ser elogiados por su manejo impecable de la tradición poética amorosa, desde otro, los poemas de más arriesgado hibridismo en Canciones de un bar en la frontera, de Miguel Ildefonso, representan un alto momento en las exploraciones de las posibilidades de renovación de la poesía. Con esto caigo en una nueva pregunta para la cual, como el obvio, no cuento con respuesta definitiva: ¿La poesía debe buscar nuevas formas expresivas (¿acaso exista todavía lo nuevo?)? Como tentativa, puedo decir que no creo que haya algo que la poesía deba hacer. Pero los poetas sí se autoproponen desafíos o trabajan con proyectos. Y tengo el más grande respeto por los aquellos que buscan, con toda la fuerza con que es posible hacerlo, explorar más allá de lo canónico. Propuestas como la mencionada de Ildefonso, la que quedo trunca en Josemári Recalde, la del anónimo autor de Ciudad cielo, la del inédito Cielo estreIlado de Coral. Pero a estos libros, quizás, no les irá tan bien en reconocimiento, como a otros, pues sus propuestas, en varios de los casos, se enfrentan a una lectura cómoda. ¿Esto los convierte o los convertirá en nombres poco importantes? Ojalá no sea ese el criterio que se imponga. Ojalá, y quizás este sea uno de los aportes de esta “poesía de los 90”: que aprendamos a convivir con a diversidad, a valorar las diferentes posibilidades y a entenderlas desde sus distintos ángulos, que no son, hoy menos que nunca, uno solo.


Pueblo Libre, agosto del 2002





[1] Lienzo 22. Lima, Universidad de Lima, 2001; pp. 61-132.
[2] No hay registros de estas reacciones. Conocí algunas, pero, como se dice, “de oídas”.
[3] Ágreda, Javier. “Mundo arcano”. En Domingo del diario La República. Lima, 10 de marzo del 2002; p. 31.
[4] Sobre el papel que, en nuestro medio, cumple el periodismo cultural en la modelación del canon literario véase el artículo “Estética y poder: la recepción en torno a los debates sobre ‘literatura femenina’”. En Estudios culturales. Discursos / Poderes / Pulsiones. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú (PUC, UP, IEP), 2001; 289-314.
[5] Ágreda. Op. cit.
[6] Ágreda, Javier. “Poetas jóvenes: ¿posmodernidad?”. En Imaginario del arte 8, 1995; p. 33.
[7] Ibíd.
[8] Antología. X Bienal de Poesía “Premio Copé 2001”. Lima, Ediciones Copé, 2002
[9] Oquendo, Abelardo. “Poesía en declive”. Columna Inquisiciones del 6 de julio del 2002. En: Sección “Culturales” del diario La República: http://www.larepublica.com.pe/
[10] Oquendo, Abelardo. “Poeta molesto”. Columna Inquisiciones del 13 de julio del 2002. En: Sección “Culturales” del diario La República: http://www.larepublica.com.pe/