lunes, 30 de junio de 2008

REFLEXIONES SOBRE LA POESÍA PERUANA CONTEMPORÁNEA

Reflexiones sobre la poesía contemporánea / Florentino Díaz




El otro día ante la ventana de un bus un hombre alto, sentado, paseaba los ojos sobre toda la avenida. Yo examinaba con cuidado lo que sería el resto de las horas. Empezamos el recorrido, me dirigía hacia Barranco y naturalmente percibía la complacencia de mi reposo y la naturalidad del movimiento que nos involucraba a todos. Más allá una muchacha contemplaba la calle con cierto cansancio, a su lado un señor ya de edad gustaba del sabor de una fruta. Atrás un niño jugueteaba con los dedos marcando el contorno de las cosas. Evidentemente teníamos música. Y todo se confundía con la voz de quien asiduamente intentaba una y otra vez poblar ese espacio entre los metales con más seres. Esta experiencia es única, me dije, como todo lo vivido, mientras sacaba el pequeño cuaderno que uso para hacer anotaciones. Esta experiencia es el viaje, esta situación en la que mi cuerpo sentado, sin mucha comodidad, sometido a la influencia de sonidos y miradas, no se había dado durante miles de años. Estaba en el bus y de sólo pensar en lo fundamental tras lo evidente percibí con toda su carga la energía de esta nueva estructura vivencial. ¿Pero qué era eso fundamental que me llegaba con todo su poder a través del cuerpo y la conciencia?

Era el sentido, un sentido, una masa de significado que mis palabras no habían aprehendido todavía.

En la experiencia el sentido como creación, como efecto de lo construido por los seres sobrepasa nuestro propio conocimiento del asunto. Y este asunto, terriblemente veraz y angustiante cuando no se halla aún las posibilidades de su integración a la conciencia, es el factor de tensionalidad que impulsa el descubrimiento poético.

La poesía no sólo como manifestación de las palabras, sino como acción de integración y verdadero develamiento de una circunstancia particular de sentido. Lo que deseamos es sentido, es conocimiento. Más que desearlo lo necesitamos en tanto que la realidad entendida como la experiencia del mundo que posee cada quien y la proyección de las energías que brotan de lo construido por el hombre es permanentemente inasible por su esencia dinámica y creciente, así como por su cualidad de deber ser aprehendida para el alimento de la propia vida.

Desde el aspecto puramente biológico la tendencia a complejizarse de todo organismo exige una mayor comprensión de lo que esta misma complejidad le exige.

No puedo pensar en un vacío de la palabra porque ella misma constituye ya una emisión ubicada en el espacio tiempo. Todo lo manifestado en el mundo posee su sentido y lo que apremia al hombre por la posesión de su conciencia es la sucesiva y constante necesidad de precisamente capturar este sentido y a un tiempo ir desarrollando otros. Dentro del flujo constante de nuestras existencias se muestra como prueba de una necesidad psicocorporal de centro la percepción de la angustia en toda su extensa variedad. Creo que finalmente la angustia espiritual es el polo contrastante de un estado de plena certeza, de ser uno con la certeza o la realidad, si se quiere para usar el modo en que se exponen las finalidades de las vías esotéricas en las religiones.

Pero volvamos al bus. “Todas las épocas son ciertas” había escrito Giancarlo Gomero en uno de sus poemas mientras buscaba la relación entre Escipión el africano y la pulsión de amor hacia un cuerpo que observa. Lo tenía apuntado en mi cuaderno, pero hasta ese momento no lo había logrado ver. ¿Qué he buscado hasta entonces en el poema, en la obra de arte? ¿Qué nos mueve a decir que tal o cual discurso se halla vacío o se muestra pleno a nuestros ojos?

El punto con el poema es que su calificación de logrado, bueno o regular dependerá de lo que en nosotros nos revela. Creo que es necesario entrar a este hecho no desde la perspectiva de una teoría de la estética, sino de la necesidad casi corporal de una ampliación de nuestro conocimiento.

Artaud escribió: “Mas ¿qué soy yo en medio de esta teoría de la Carne o, mejor dicho, de la Existencia? Soy un hombre que ha perdido su vida y que por todos los medios intenta rehacerla.”

Rehacer la vida, recuperarla. Creo que el arte es eso.

Aún tengo en la mente aquellos versos de Virgilio cuando dice que “todo se lleva la edad, incluso la memoria. Recuerdo que muchas veces desde niño cantaba a lo largo del día hasta la puesta del sol”. Eso lo dice Virgilio, eso que es tesoro de sentido hasta nuestro siglo, hasta estos días donde se enmohece el entusiasmo entre las paredes alzadas por un modo de concebir la vida que de muchas formas nos ha sobrepasado, nos ha sorprendido. Ahora, exactamente ahora, no tenemos idea de qué vamos a hacer. De si valdrá la pena creer o pensar en lo que nos traerá el tiempo. De si realmente tiene sentido el sentarnos y hablar, así como ahora, de la poesía de los noventa, de los jóvenes. También recuerdo a William Blake cuando en su visión de los proverbios infernales escribía “If the fool would persist in his folly he would become wise” si el necio insistiera en su necedad se volvería sabio. Y de eso se trata la cuestión del sentido. La voluntad no se establece, no hay una atención permanente para lo que deseamos conocer. La poesía es un lazo, una fuente por la que los espíritus conocen y reconocen las posibilidades y las raíces de lo que se manifiesta en el mundo.

Con la poesía hay una actitud de seriedad, me refiero al poeta, yo creo en la seriedad del poeta que sabe qué desea para su conciencia, para su realización, su efectivo ensanchamiento de horizonte. La buena poesía no es puramente una cuestión subjetiva y eso lo muestra la inmensa literatura ensayística y estética. La buena poesía debería llamarse la plena poesía que no alude al estado, sino que lo crea, que no nos muestra, “en verdad, señoras y señores, nos hace falta esto, sino que al revelarlo, somos nosotros quienes decimos, claro, en realidad aquello estaba ahí.”

Se es lo que se conoce nos ha dicho el filósofo, nuestro Aristóteles de Occidente. Nosotros tenemos hambre de ser, nosotros tenemos hambre de conocer.
El poeta que asume en su intención la de revelar un sentido permanente en el mundo es un poeta de la poesía, como llamó Heidegger a ese Hölderlin genial. Yo coincido con Rimbaud en que hay que trabajar el alma para eso. Él nos escribe completamente enfocado en su propio conocimiento. En la exactitud y fuerza que posee un golpe, un movimiento cuando se desarrolla la disciplina de un arte marcial para el cuerpo, Rimbaud lo hace desde el espíritu:

“Exilado aquí, tuve un escenario donde representar las obras maestras dramáticas de todas las literaturas. Os mostraría las riquezas inauditas. Observo la historia de los tesoros que encontrasteis. ¡Veo lo que sigue! Mi sabiduría es tan desdeñada como el caos. ¿Qué es mi nada ante el estupor que os espera?”

Por eso Rimbaud llama a sus textos iluminaciones. Qué mayor evidencia para lo que les trato de decir.

Una de las razones por la que mucho de la poesía no llega a ser plena es la forma, creo yo, es decir la fijación de la intención por parte del poeta en esa fascinación por decir lo que formalmente considera nuevo. En esto me sostengo para observar lo hecho con anterioridad del dos mil. La exploración de la forma es un deber, donde las individualidades dejan de importar como presencias, mientras que sus obras son los hallazgos para esa captura que engendrará cierta conciencia. La forma se explora, pero se debe trascender al sentido de lo que se desea construir, y en ese sentido reconocer las posibilidades de relación para con lo demás. En este caso lo demás es lo que cada poeta considera importante como tema, pero que no le parece pertinente tratar en su texto. De la forma hay que salir para ver el universo y una vez atesorado el brillo retornar a la forma.

Pero con esto no pretendo hacer una crítica, porque no sería pertinente reclamar para un tiempo, una época algo que no deseó o no fue su preocupación mostrar. Mucho menos se puede pedir que el cielo sea completamente y uniformemente azul. Mi posición ante la poesía de los noventa es de hallazgo y búsqueda como en cualquier otro momento de la historia del hombre. Lo que sería vital a determinar es los elementos a través del cual esta búsqueda se realiza, los temas, el recurso formal. Un estudio tan saludable como la lectura atenta de todo el siglo de oro o la poesía latina. Pero, claro, sería mucho más interesante tener el conocimiento de la tradición para esto. En un texto de Curtius, cuya razón para todo me complace, se refiere al poco entendimiento que tienen la mayoría de críticos para con la edad media latina, no la edad media romance, puesto que el entender la edad media latina implica el conocimiento de obras que no están normalmente a nuestra disposición como lectores de un cierto canon determinado por el tiempo en que se vive. A lo que iba es que este entendimiento reclama una lectura de todo como una unidad. En la unidad se manifiesta no sólo la característica del texto sino su imprevisibles y desconcertantes relaciones con todo un proceso que se viene dando desde el comienzo de la escritura.

Es sintomático la conciencia de un vacío en cuanto a lo transmitido por la poesía de los últimos años, pero se debe tener cuidado con la generalización de un estado emotivo de recepción específica. Se suele resumir en la siguiente afirmación: el vacío de nuestra condición social e individual se expresa en el arte. Creo que hay que acelerar la conciencia de ese vacío y llevarla al límite, pero con una intención de revelación , de comprensión de aquello social, cósmico que nos hace sentir tal cosa.

La situación está en que si un poema habla de la pereza, entonces que la engendre y que no sea más bien el producto de ella, de una conformidad para con lo realizado, para con lo que se dice.

Si se escribe:

“10 :45 pm. Los gatos que pasean sobre mi techo me dormirán ahora que estoy ausente, Mirando el rostro helado por la noche y su sangre.
Estoy entre las espinas de estos libros, el mayor,
Contiene los elementos de una visión renovada, algo para hacer de esta hora
Lo no detestable. El cielo enfundado en esa triste serpiente. El cielo con sus dientes de luz
Abrirá mi corazón para las nubes.
Ya deseo esa lluvia que me conduzca al carro sumergido, al carro de los que han muerto y
Vueltos a nacer.
Es intolerable el rasguño de esos gatos en el techo, un río que corre por debajo del muro
Me anuncia que la noche es siempre idéntica a unos ojos.
El espacio invisible, el espacio.
Tu resplandor se muere, Estás ahí tras el vidrio
En las sabanas azules con los insectos,
Poblarán tu mente las figuras sin sombra. Los condenados ríen.
Ya deseo esa lluvia sobre el yugo inhalado.”

También podría decir:

“Me cansé del día.
He viajado mucho por toda la ciudad.
No deseo ni beber, ni dormir.
Encontrar la sombra de un árbol bastaría.
También el fuego lento de los metales al sol.
Que no me aterre ese brillo.”

Y la verdad no hay por qué elegir o lo uno o lo otro.