viernes, 25 de julio de 2008

¿NUEVA POESIA?: ATISBANDO EL SIGLO XXI

¿Nueva Poesía Peruana?: Atisbando el siglo XXI / Maurizio Medo



La década de los 90 en la poesía peruana, a la luz del nuevo siglo, se constituye en un período imprescindible para el abordamiento de las poéticas de los creadores Post-2000. La trascendencia de los Noventa no estriba en lo que Luis Fernando Chueca denomina consagración de la diversidad pues la misma, en las proporciones en las que se manifiesta, refleja la carencia de una identidad generacional. La producción bibliográfica en este decenio da cuenta del Apocalipsis Now de un centro retórico, ya entrevisto en 1983, así como de las aventuras individuales, disímiles en la expresión, tal como se percibe en la publicación de tres títulos, casi en simultáneo, Zona Dark de Montserrat Álvarez, Las quebradas experiencias de Xavier Echarri y Sapiente Lengua de Lorenzo Helguero.

Estos títulos, a diferencia de lo que pudieron resultar Canto ceremonial contra un oso hormiguero de Antonio Cisneros, Las Constelaciones de Luis Hernández o Consejero del lobo de Rodolfo Hinostroza para Los Rupturistas del 68 y sus hermanos menores, los poetas de Hora Zero y Estación Reunida, no ostentan el sambenito paradigmático. Ni Álvarez, ni Echarri, ni Helguero representan "trasformaciones del sujeto poético" (Cornejo Polar). A excepción de Helguero, quien apuesta por una reinstauración irónica de lo culterano, los discursos se entrecruzan con referentes válidos para autores de previa aparición. Esto se evidencia en la relación entre Echarri y Frisanco o en la de Álvarez con el espíritu anarquista del Movimiento Poétiko Kloaka.

La relatividad generacional se ahonda pues si arriesgamos, no con vocación de catastro, a rastrear otras expresiones ulteriores, veremos como los primeros (denominados inclusive como "poetas pre-noventas" por las dificultades que representan para los métodos clasificatorios) nada tiene que ver con otros títulos, de aparición súbitamente posterior, como Pista de Baile de Martín Rodríguez Gaona, Vestigios de Miguel Ildefonso o El libro del sol de Josemari Recalde. El lector comprobará que pese a su enorme valía ninguno de estos autores posee (ni busca) una representatividad colectiva.

Si, como dice Quijano, la década del 80 haya sido probablemente la más rica y sugestiva fuente de registros de una modernidad entrecruzada, desencontrada y desencantada (...) pero de cuyos escombros emergieron los portadores de una nueva cultura, hecha casi literalmente a retazos y de retazos, desde los que se perfilaba la sombra de un proyecto otro, distinto, nunca del todo definido -¿tropical? ¿andino? ¿?-, venido del híbrido y del reciclaje. Los 90 constituyen la búsqueda de esa definición, cuyo fracaso produce dislocamientos que desplazan al sujeto poético, sumido en una crisis de representación y de representatividad, a la margen de la margen, desde donde la intensidad de la experiencia personal sustituyó a la del contexto político-social.

La consagración de la diversidad es al mismo tiempo el aniquilamiento de la identidad. Si para Ortega y Gasset una generación "es como un nuevo cuerpo social íntegro, con su minoría selecta y su muchedumbre (...) compromiso dinámico entre masa e individuo, es el concepto más importante de la historia y, por decirlo así, el gozne sobre el que ésta ejecuta sus movimientos"(1), los años vividos en el Perú durante los 90 reencarnan su antítesis. El poeta en ese período es la negación de ese compromiso dinámico entre masa e individuo. Escribe desdeun no-lugar restringiendo su conciencia a la del propio lenguaje. Los 90, hay que ser claros, más que constituir una generación, representan un tránsito histórico entre los 80 y lo que se vive en estos años post-2000. Durante este lapso la heterogeneidad, innata a nuestra(s) poesía(s) elevó el volumen alcanzando los decibeles adecuados para "poguear" desde la estridencia de la babelización, fundamentalmente por una posición antiposconversacionalista. Esta postura ante el coloquialismo anglosajón de órbita cultista, dislocado al extremo en los años 80, generó nuevas búsquedas en la expresión, desde el discurso fragmentario, casi de bricolaje de Martín Rodríguez Gaona hasta el barroco místico de José Pancorvo pasando por el sincretismo chicha-beat de Miguel Ildefonso.

El desbordamiento poético surge no como una afirmación, más bien como oposición, o desdén, ante los discursos precedentes. La veta culterana- sostiene Lauer- me parece el caso extremo de un deseo de tomar distancia frente al tono conversacional (en oposición a recitable, neo-vanguardista he oído llamarlo también) que se le quedó pegado a la poesía luego de los 60.

Desde los 90 hasta los poetas novísimos, no se consigue discernir un estilo de época que aloje y permita juicios comparativos. Si encontramos una contaste en la poesía peruana de los últimos decenios sin lugar a dudas esta la constituiría el desencanto. Lo que varía es el modo a través del cual se manifiesta. Si en los años 80, cuando aún sobrevivía la urgencia del poema, éste fue denunciado, con una conciencia del contexto político-social (Kloaka). Tiempo después el poeta busco salvarse del mismo aferrándose al lenguaje como tabla de salvación. Un ejemplo de ello está en la denominada vuelta al orden (circa 1988-1992) a través de los textos de Frisancho, de Quijano, y de Echarri. Por ello no sorprende que una de las líneas predominantes en los años aurorales del nuevo Milenio sea lo culterano.


El pandemonium de la culteranidad

Es erróneo creer que la manifestación de lo culterano represente un producto made in post-2000. Lo que se aprecia con la aparición de poetas como Vélez, Melgar, Trujillo es la conquista de un espacio propio del barroco en nuestro variopinto imaginario. Lo que debe aclararse es que esta tendencia ha venido arraigándose desde hace casi un decenio atrás con los libros de Rafael Espinosa: Reclamo a la poesía (1996), Fin (1997), Geometría (1998), Pica-pica (2002) y Book de Laetitia Casta y otros poemas (2003) como con Profeta El Cielo de José Pancorvo, Ello de Gabriel Espinoza o el volumen work in progress de Rosario Rivas, Octava Raíz. Con estas menciones no pretendo endosarles la factura de precursores de esta repolitización lingüística.

Uno de los méritos del diálogo entre Mirko Lauer y Mario Montalbetti, Post-2000. Nueva Poesía Peruana (Hueso Húmero N·45), es que el intercambio de opiniones reabre el diálogo en medio de tanto berrinche, diatriba, encono y plañidera dentro del "clima confuso y malevolente" que parece contaminar las escasas hectáreas de nuestro espacio poético. Y como no se trata de "cosa juzgada" la lectura que hacen ambos de los sismógrafos literarios se constituye en una relatividad más que de un catastro poético pormenorizado (Montalbetti dixit), hecho que nos permite terciar en él sin ánimo de enmendar la plana.

Entre los poetas citados, efectivamente en su mayoría inéditos hasta entrar al nuevo Milenio se consignan nombres conocidos, y con bastante anterioridad, en la escena poética local, p. e los Mendizábal (Bruno y Raúl) y Frido Martín. Éstos a diferencia de Vélez, Trujillo, Melgar o Yrigoyen, se forjaron próximos a las canteras del Movimiento Poético Kloaka, así como Crisólogo, a diferencia de Murruraga, constituye un referente dentro de las estadísticas de los años 90 por su participación protagónica en el colectivo Noble Katerba.

Entonces un primer hecho "distinguible" entre los post-2000 se da en la coexistencia de creadores transgeneracionales con la de los novísimos, convivio que refuta la jurásica clasificación generacionalista. Si rastreamos las poéticas de los citados, salvo en Crisólogo y Bruno Mendizábal, veremos que todos, en algún momento, ostentan un gesto culterano.

Este segundo hecho relativiza la inauguración de una tendencia hacia lo barroco, pues, como decía esta ya estaba presente. Pese a lo observado considero que sí, lo culterano en su manifestación barroca o neobarrosa, se constituye en una de las expresiones dominantes. Esta neoculteranidad si bien puede vinculársele con lo íntimo/cotidiano (Martín) hasta con lo metafísico (Espinosa en Geometría) no representa un sello colectivo. Hay un abismo en como Espinosa asume el barroco, con un preciosismo adanista, pero acriollado, al que muestra Frido Martín cuyo libro Naufragios, desde mi perspectiva es una manifestación de un barroco subvertido donde quiebra los límites expresivos entre lo cultista y lo popular, amén de imágenes cachacientas, casi bufonescas, ornamentándolas con escenas dignas de un filme soft porn, en una de las expresiones más innovadoras de los últimos años. Otro barroco emparentado con los novísimos es José Pancorvo quien en su libro protomístico, Profeta El Cielo, apela a citas impresas en caracteres griegos y latinos. Pancorvo es desconcertantemente original. Sus epígrafes en lenguas clásicas se entrecruzan con otras de "iconos de cono", como por ejemplo el grupo "Guinda". ¿Profeta el cielo es un scherzo retórico o una manifestación de la posmodernidad periférica? Creo que el tiempo lo sitúa más en este ámbito. Considero estas tres líneas expresivas: Espinosa-Martin-Pancorvo como el génesis del ¿neobarroco o neobarroso? cultivado entre los emergentes, donde destaca el binomio Vélez-Trujillo. Si hay algo interesante en estas formas culteranas es que no zanjan la diferenciación de lo hispánico con lo latinoamericano. En todos los citados vislumbramos un sello o marca de patente que elude el peligro un de un retro lingüístico hasta conformar unos neo50, cuyas posibilidades estéticas resultan hoy un callejón sin salida.

Se pregunta Lauer: ¿Es sintomático de algo que los poetas post-2000 no hayan sido arrinconados en la prolongación de alguno de los esquemas de clasificación poética que conocemos? Nadie los ha generacionalizado, ni ellos han querido grupalizarse. Incluso los que editan revistas no se identifican a partir de ellas. Definitivamente es el final de la célula, la patota, la collera, la mesa de cantina, etc., pero tampoco parece haber mucho mercado para un lobo solitario. ¿Todo esto es bueno o malo? Es sintomático en tanto y cuanto se demuestra "que los esquemas de clasificación poética que conocemos" resultan obsoletos. Si éstos agonizaban en los 90 merced a la diversidad consagrada, desde los 2000 son inaplicables, desde el convivio de los transgeneracionales con los poetas jóvenes. Por otro lado, la relación del poeta con el contexto histórico-social ha sido desplazada por la relación del mismo con el lenguaje lo que sí, parcialmente es el final no de la célula, mas si de las "colleras". Como alguna vez señalaba Carlos López Degregori si la poesía sobrevive es gracias a la existencia de clanes antofágicos conformados en su mayoría por "informales" que se leen unos a otros. Ahora, volviendo a lo estrictamente poético (¿tuvo alguna vez un mercado?) Hay un libro que me llama la atención puesto que manifiesta ese sentir de barrio con patota de esquina clasemediera: San Felipe blues.


Algunos libros aurorales

El San Felipe Blues de Bruno Mendizábal constituye un conjunto de textos que muestran al barrio como una ínsula dentro del fenómeno de la globalización. Esta reivindicación más que celebrarse desde órdenes sociales se forja vía la relación de la mirada del poeta- de tono evocativo- con las imágenes, personajes (The eternal boys, Pinball queen) y momentos en los que BM asoma como el viejo Bardo del clan. Lejano a la órbita culta Mendizábal blusea en el pasado/presente desde una locación específica, cierto. Pero más que retratarla la sublima, la mitifica a través de conmovedores fotogramas que vía la Residencial terminan por retratarlo. En medio del cambalache auroral a la novel Tilsa con su Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo.

Si el culteranismo exige de cierta pericia lingüística, si el evocare en los Mendizábal's blues exige de una capacidad sintética para perennizar instantes efímeros, el libro de la joven Tilsa, aparece como un híbrido entre el kitch y el pop, con algo fresa. Tilsa tiene como mérito vindicar la presencia de Luis Hernández, inspirador del tono que imprime la autora en cada uno de sus textos. Su confesionalismo /intimista, casi naive posee un gran mérito: asumen una rúbrica personal ajena al anacrónico grito emancipador de las mujeres-gárgolas de los años ochenta. Con Tilsa, como con Podestá, Murruraga y Tenorio, la mujer en este nuevo mileno recuperó la rúbrica que, decenios atrás, se sacrificó en pro de la lucha de géneros, aún con la anuencia y apoyo de sus pretendidos contrincantes.


Otro libro que llama nuestra atención es el de José Carlos Yrigoyen, El libro de las señales, quedando pendiente una relectura de Leslie Gore en el Infierno. Yrigoyen establece una narratividad conceptual vía la ilación de imágenes, en unicidades poéticas de largo aliento la que le permite, a lo Berryman, la inserción de diálogos y giros coloquiales fragmentarios que dotan a su discurso de registros polifónicos. Su discurso, si bien puede emparentarse con el proyeccionismo olsoniano, se pluraliza entrecruzando referentes (desde Jorge Pimentel y Mario Montalbetti hasta el de Robert Duncan), los que se diluyen forjando otras tonalidades en un libro que, más que un producto, encarna una nueva propuesta. La lección que nos brinda Yrigoyen es la del equilibrio - propio, como diría Montalbetti: de quien no tiene nada que ganar, a lo que añado, pero sí mucho por conquistar.

Una omisión que me sorprende en el diálogo Lauer-Montalbetti es la de Jerónimo Pimentel. El autor de Marineros y Boxeadores consigue un libro de notable consistencia estructural en donde el yo poético está sujeto a una serie de desplazamientos hasta constituirse en su negación. La individual singular se desplaza a otra, colectiva trasladándose por diversos espacios y recontextualizaciones. Hay una intención voluntaria, lúdica e ingeniosa por autonegarse como autor de los poemas reunidos: Yo no soy/ el que escribe estos versos /Yo no soy /un vuelo de escarabajos/ proclama que /Yo no soy/ el que escribe estos versos ("Vu310 d3 35c4r4b4j05).


La patente post-2000

Si buscamos abordar, con subjetivismo y relatividad el espectro post-2000 habría que agregar otro aspecto. El desbordamiento discursivo y babélico de los 90 es proporcional a la aparición masiva de pseudocolectivos en estos años inaugurales: Para 2003, existían solo en Lima más de siete grupos literarios encargados de difundir sus propias obras e ideas a través de manifiestos, panfletos, trípticos y plaquetas. Surgidos de las universidades Católica, San Marcos y Villarreal, estos noveles escritores no tenían otra forma de ver impresa su poesía que mediante la colectivización, que no implicaba, salvo alguna afinidad estética relativa, un programa ideológico compartido. La finalidad real era la publicación, llenar un vacío instaurado por la grosera falta de editoriales que miren con interés la poesía, producto esto, tal vez, de una displicencia social que no existía hace algunas décadas. Los nombres de estos grupos eran: Sociedad Elefante (poseían incluso un programa de radio en 1160, "La Divina Comedia", dirigido por Miguel Ángel Sanz Chung y Moisés Sánchez Franco), Segregación, Coito Ergo Sum, Cieno, El Club de la Serpiente y Colmena(2) . Como bien apunta Pimentel estos "conglomerados" carecían (y los que sobreviven carecen) de un programa ideológico compartido. Más allá de sus bondades literarias o no su existencia resulta lo más similar a las "juntas" o "panderos" reunidos con el sueño del libro propio.

Es lo contrario a otro hecho que consideramos sustantivo, y del cual tradicionalmente se prescindía: la apuesta por la edición de libros- objeto donde se unen aspectos conceptuales/ textuales/ visuales. Arturo Higa Taira, como también lo señala Jerónimo Pimentel, se encargó, asumiendo el trabajo de producción editorial, de dotar a sus poemas de un plus significativo, elaborando el diseño del poemario de tal forma que el libro como producto alcanza su más alto grado comunicativo, que es de lo que finalmente se trata, tal como ocurre con el sello argentino VOX (Bahía Blanca), El Álbum del Universo Bacterial, dirigido por Arturo Higa ha publicado ya cinco libros de poemas en tres años, pues al suyo (cieloextenso) se añaden Lima 11 (2002) de Francisco Melgar, San Felipe Blues (2004) de Bruno Mendizábal, Lugares prácticos (2004) de Emilio J. Lafferranderie, y Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo (2004) de Tilsa (volumen que más allá de sus bondades literarias va por la segunda edición, lo que en libros de poesía podría considerarse como un best-seller) Me pregunto, ¿es esto sintomático?¿De qué?

Que sea el tiempo, en lugar de la especulación, quien nos señale el derrotero por el que encausará la poesía peruana, ésta, la que reclama existencia mientras se viene gestando.

CUATRO APUNTES SOBRE POESÍA PERUANA

Cuatro apuntes sobre nueva poesía peruana / Jerónimo Pimentel




El mundo se hace más viejo, sin ponerse mejor ni peor,
y lo mismo ocurre con la literatura.
Harold Bloom entrevistado por Antonio Weiss.
The Paris Review, 1990




La crítica

No existe un panorama serio de la poesía peruana pasados los ochenta, pero habría que ser muy mezquino para creer que ese es un problema de los poetas. La diversificación estilística, la heterogeneidad, o la etiqueta académica mediante la cual se quiera clasificar ese estado de las cosas tan cercano al laissez-faire (o, en peruano, al que cada uno haga lo que le da la gana), es el estatus que —felizmente— prima en las letras peruanas desde hace más de veinte años, cuando los últimos grandes programas u horizontes estéticos —y sus remilgos— se pronunciaron. Ese fue el desenlace natural al que llegaron todos los discursos modernos una vez acaecida la posmodernidad.

El problema, entonces, es que no existe problema. La falta de orientación, o de un canon que permita estructurar las lecturas mediante las cuales los nuevos poetas se han de adentrar en la sopa cósmica del lirismo, o bien, la mera ausencia de guías prácticas que provean ubicación a los interesados en conocer a los nuevos baluartes de las letras peruanas, es problema de la crítica, que desde hace décadas se empecina en instaurar tropos tan dañinos como la sinonimia entre década y generación, y que evade su responsabilidad de abordar las obras de sus connacionales y coetáneos, aunque es muy claro que nadie debería tener el imperativo de afrontar académicamente —entendámonos— a, por ejemplo, Leo Zelada o Paolo de Lima. Pero un momento. ¿Acaso las obras de Antonio Cisneros, José Watanabe o Enrique Verástegui —el canon actual— poseen un corpus teórico que provea al lector interesado de herramientas hermenéuticas mediante las cuales sea posible decantar y degustar a estos autores? La respuesta es no, ya que la poca crítica literaria existente, o es de periódico o está comandada por los mismos profesores que enseñan en las mismas aulas hace cuarenta años, y que siguen insistiendo en que la poesía peruana acabó con Luis Hernández, e impelen a sus estudiantes a hacer la variante centésimo novena de la construcción de la identidad de Zavalita en Conversación en La Catedral —que por supuesto, está bien—, llenando ficheros con las mismas especies desgastadas y decoloradas para luego preparar su viaje a alguna universidad de Texas donde con suerte alcanzarán una maestría preparando un refrito sobre la oralidad en Bryce Echenique. Los poetas peruanos, ciertamente, no son culpables de eso. O en todo caso, se puede asegurar que el fenómeno de la ausencia de ejes reconocibles es regional, y no local. Porque ¿quién es la gran figura de la poesía argentina después de Zelarayán o Perlongher, si es que ellos alguna vez cogieron la posta de Borges o Gelmán? ¿Acaso Fabián Casas o Washington Cucurto? ¿Arturo Carrera? ¿Martín Prieto o Gambarotta? ¿Y quién el de la poesía chilena después de Enrique Lihn? ¿el ya fallecido Rodrigo Lira? ¿Raúl Zurita, quien le escribe poemas al presidente Lagos? ¿Y la colombiana después de Gómez Jattín?, si es que en algún momento se puede considerar a la obra del perturbado cartageniense como matriz de alguna tradición.



Una bacteria llamada poesía

Para 2003, existían sólo en Lima más de siete grupos literarios encargados de difundir sus propias obras e ideas a través de manifiestos, panfletos, trípticos y plaquetas. Surgidos de las universidades Católica, San Marcos y Villarreal, estos noveles escritores no tenían otra forma de ver impresa su poesía que mediante la colectivización, que no implicaba, salvo alguna afinidad estética relativa, un programa ideológico compartido. La finalidad real era la publicación, llenar un vacío instaurado por la grosera falta de editoriales que miren con interés la poesía, producto esto, tal vez, de una displicencia social que no existía hace algunas décadas. Los nombres de estos grupos eran: Sociedad Elefante (poseían incluso un programa de radio en 1160, «La Divina Comedia», dirigido por Miguel Ángel Sanz Chung y Moisés Sánchez Franco), Segregación, Coito Ergo Sum, Cieno, El Club de la Serpiente y Colmena. Su futuro fue disímil, pero al menos fueron la plataforma de más de un talento, como el caso del irreverente Dante Ayllón de Segregación o de Romy Sordómez de Sociedad Elefante.

Sin embargo, el proyecto editorial (llamémosle así) más certero que ha arrojado el 2000 es el Álbum del Universo Bacterial (AUB), una colección dirigida por Arturo Higa que nació con la edición de su propio poemario, cieloextenso (2002). Artefacto gráfico o libro-objeto, Higa se encargó, asumiendo el trabajo de producción editorial, de dotar a sus poemas de un plus significativo, «elaborando el diseño del poemario de tal forma que el libro como producto alcanza su más alto grado comunicativo, que es de lo que finalmente se trata». El sello de Higa ha publicado ya cinco libros de poemas en tres años, pues al suyo se añade Lima 11 (2002) de Francisco Melgar, San Felipe Blues (2004) de Bruno Mendizábal, Lugares prácticos (2004) de Emilio J. Lafferranderie, y Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo (2004) de Tilsa (a secas).

A pesar de ciertas coincidencias en los tres primeros volúmenes, eventualmente hermanados por la intención narrativa y la geografía compartida (el distrito de Jesús María), todos poseen estéticas muy definidas y personales. Los Blues de Mendizábal son una reedición de una plaquette agotada e inencontrable que publicara a fines de los noventa la Editorial Asaltoelcielo. El redescubrimiento de la cotidianidad, la posesión de la Residencial San Felipe como universo cuyos espacios compartidos son fuente de apocado lirismo (The Eternal Boys, Pinball Queen), contrastan, por ejemplo, con los tópicos del libro de Melgar, cuyo manejo de referencias pop mediáticas (la banda de rock Replacements por ejemplo), junto a recuerdos familiares y ausencias sentidas, va construyendo un tejido a veces afortunado, otras demasiado limítrofe con el relato para tener una valoración lírica, que destila una nostalgia muy americana, un tanto cercana a ciertos textos de Sam Shepard, que versa y tiene como origen, no gratuitamente, la Calle Estados Unidos del distrito clasemediero. Por su parte, en cieloextenso, de Higa, la voz poética se presenta límpida, yuxtaponiendo imágenes nítidas, objetos sugerentes que cobran sentido en ese horizonte de la intimidad al que alude el título, un mundo amplio en el que instantes, anécdotas y escenas de la mundanidad obtienen un nuevo sentido que acaba siendo redentor: «En este mundo extraño nadie sabe quién eres. Observas la pradera. Postes eléctricos. Las luces de tu cuarto. Libros. Zapatos. Cuadernos. Piensas en escribir que saliste de casa esta noche porque te espera en casa. Cuidas el lugar. Lo que estuvo escrito. Y coincidió. Mi literatura nos tiene que salvar».

La aparición de la poesía de Lafferranderie rompe el velo de coloquialismo en un principio atribuible al AUB. Minimal, abstracto hasta lo geométrico, el poemario propone una sensibilidad contenida por lo racional que requiere del lector una apertura a una estética fría, de un ritmo pausado y cortante («algo que pudo ser una vocal/ un paradigma del desvelo/ ahora busca un tejido tentativo// medios para aplacar la división/ el rectángulo y la risa// planos que no llegan a marcarse...»). Es una poesía de planos arquitectónicos, no de edificios, y las construcciones cromáticas, sonoras, que va proponiendo Lugares prácticos, son solo esbozos, insinuaciones recubiertas de un aparente hermetismo que in extremis da paso a un plano en el cual la palabra fluye (nombra) libremente.

Por su parte, Tilsa rompe —una vez más— la perniciosa ecuación «mujeres igual poesía del cuerpo», y con una actitud literaria muy cercana a la de Luis Hernández presenta cuadernos de poemas elaborados a través de cuatro años. Mi niña veneno... en tanto ordenamiento cronológico permite apreciar la evolución de la autora (de apenas 20 años), que se inicia con el descubrimiento del poder de las palabras a través de un ludismo ciertamente naif («mi corazón está minado/ abre fuego a cada latido/ latido/ latido/ latido/ el número que has marcado no existe»), para luego acercarse a una extraña madurez de cadencioso desencanto («me gustaría averiguar,/ cómo entraste a mi casa-/corazón,/ porque no tiene puertas ni ventanas,/ de casa sólo tiene las luces apagadas/ me gustaría saber como tú/ pero mientras más pienso en ellos/ menos entiendo otras cosas»). Precisamente, una prosa de Tilsa es la que inspira el título de la colección de Higa: «Candor estornudó y purificó al mundo con su universo bacterial».



Dos poetas

Toda la poesía peruana está llena de insulares, por lo que mal vale su utilización como usufructo mediático. Sin embargo, José Carlos Yrigoyen y Julio Llerena se alzan como las voces más representativas de una poesía fresca y con ideas.

Luego de una opera prima más bien irregular, El libro de las moscas (1997) —de la cual el propio autor se permite distanciar indirectamente en su último libro—, Yrigoyen publica dos poemarios promisorios: El libro de las señales (1999) y Leslie Gore en el infierno (2004). El primero es un largo poema-río en el que la voz poética echa mano de numerosos recursos retóricos (digresiones bélicas, disquisiciones familiares, también reflexiones estentóreas) para articular un largo discurso acerca de la marginalidad del amor, representada en su último grado por un eros explícitamente homoerótico. Leslie Gore..., por su parte, es una apropiación personalísima de una estética B (representada por la actriz y cantante estadounidense que titula el libro, elevada a la categoría de héroe massmediática en la pluma de Yrigoyen), produciendo un juego de voces (y espejos) en el que el autor pasa de la ternura a la decadencia, del glamour emplumado al fetichismo nazi, antípodas todas entre las que se va prefigurando un Yo en conflicto, cuya crisis es finalmente el alimento de un lector que el libro también anuncia.

El caso de Llerena es distinto. En Hechos reales (2003), él se apropia de la experiencia del migrante para buscar los espacios de intimidad en los que finalmente se devela la compostura de los habitantes de Miami, abordados desde la privilegiada perspectiva del que ve sin ser visto, lo que permite mostrar una urbe más contrastada, más piadosa, que aquella que resuena en los ecos del american dream para latinos: «conozco tu reino// sé a qué hora despiertas/ a qué hora vuelves del trabajo/ conozco a tus amigos/ la ubicación inmóvil de tu cama// alguien supone desde afuera/ tu secreta vida interior/ transita por tu puerta y te imagina vivo/ tras la puerta// yo en cambio tengo memoria de tus hechos reales/ tu rastro inútil hermoso/ por la tierra». De verso cadencioso y nostalgia contenida, Llerena expone a los (que serían) antipersonajes de una ciudad estigmatizada por su calurosa frivolidad (la señora Stark, el señor Stern, Paul Miller, la enfermera colombiana), recogiendo trazos y restos de vidas inacordes, inconclusas, para enfocar la mirada en aquello que los humaniza, que los hace universales.



Coda

En el Perú de hoy, más que nunca, la poesía es un gesto de secta prácticamente destinado a desaparecer. Es casi imposible encontrar a un lector de poesía que no escriba poesía, lo que no tendría nada de malo si es que eso no significara que el auténtico «lector de poesía», el genuino receptor, el que lee exclusivamente por goce, es una especie en extinción. La contradicción permanece en el imaginario del consumidor de diarios en el sentido de que la práctica literaria sigue poseyendo una alta consideración en determinados círculos en apariencia ilustrados, y eso mantiene un reflejo (un espejismo) en las páginas culturales de ciertos periódicos o medios de comunicación. Pero inevitablemente esa estima social es algo que gradualmente desaparecerá. Las clases medias están pauperizadas, no existen bibliotecas públicas con presupuesto para renovar sus colecciones literarias, y la alta burguesía manifiesta un desprecio a la cultura letrada tan grande, que el libro en sí mismo ha perdido incluso su carácter suntuario, de sofisticación snob, y por eso las salas de las casas de playa del sur o de los distritos pudientes están atestadas de piratería (de, sobre todo, libros de autoayuda). «Cuando me preguntan a qué me dedico, siempre contesto que soy un historiador del medioevo. Eso congela la conversación. Si uno les dice que es poeta, uno es objeto de miradas raras que parecen decir: “¿De qué vivirá?”. En los viejos tiempos, un hombre se enorgullecía si en su pasaporte decía Ocupación: Caballero.» La cita es de Auden.





Notas

[1] Luis Fernando Chueca ha elaborado un mapa de la dispersión estilística en los noventa, en el que localiza hasta nueve categorías. “Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa”. Lienzo, 22, pp. 61-132.
[2] Hora Zero.
[3] Kloaka.
[4] Las vanguardias son el súmmum de la modernidad.
[5] Cuya función es estrictamente difusora, por lo que no posee rigor, ni aspiración sistémica, ni ninguno de los requisitos que debería cumplir una crítica, digamos, universitaria. Lo que pasa es que se le atribuye una función que no le corresponde, y es satanizada precisamente por aquellos académicos de claustro que nunca publicaron nada.
[6] Pimentel, Jerónimo. “Lo que se viene”. Múltiple, 5, febrero/abril 2003.
[7] Entrevista personal con Arturo Higa Taira.
[8] La idea es de Rodrigo Quijano.



[fuente: Revista Quehacer Nro. 149 (Jul-Ago. 2004)]

POST-2000. NUEVA POESÍA PERUANA

Post-2000. Nueva Poesía Peruana / Mirko Lauer, Mario Montalbetti




Lima 3.8.04.

Mirko:

Pasó Lafferranderie con su libro (Lugares prácticos) y me entró la curiosidad por averiguar en qué tierras caía. Puesto de otra manera ¿en qué anda la nueva poesía, digamos del 2000 para acá? Un viaje al Virrey y algunas conversaciones me informaron de varios poetas que habían publicado (por primera vez) en estos años, entre ellos: Chirif, Coral, Bruno Mendizábal, Melgar, Higa, Herrera y otros, pero mi impresión es que, aún con los otros, esto no es sino la proverbial punta del iceberg, sobre todo en estos tiempos en que la diferencia entre imprimir poemas en tu printer y publicarlos no debe ser de más de 50 ejemplares. Seguro que hay mucho tráfico poético underground (en todo caso, así lo espero), pero al menos en lo que sale y puede conseguirse en las calles podríamos intentar una zambullida para ver qué hay. No con vocación de catastro poético pormenorizado sino de hacernos una idea de los temas, formas, excelencias más actuales. ¿Tienes nombres, poemarios, datos al respecto?

Mario



Lima 14.8.04

Mario:

Luego de tu carta del tres, y de nuestra conversación en el Sogo Room, algunas impresiones a vuelapluma sobre poesía peruana reciente. Esto a partir de los autores post-2000 que mencionas, y otros adicionales que tengo yo: Vélez, Piñeiro, Quiroz, Murrugarra, Crisólogo, Helguero, Espinosa, la lista se alarga. Algunos puntos:

° ¿Es una ilusión de la proximidad, o hay más poetas que antes? Se ha vuelto exponencialmente más facil imprimir una plaqueta, lo cual ha derribado las vallas que levantaba el riesgo económico en el terreno de la edición, i.e. la oferta de poesía joven ha crecido, en la medida que se autoedita, por lo general a precios razonables. Las pocas editoriales de poesía han casi desaparecido, lo cual por algún motivo ha intensificado la exigencia automática de salir en letra de molde y debilitado la atención de la mirada crítica que representa la tradición. En algunas esquinas de Internet leo a jóvenes comentando a sus mayores, pero no al revés.

° No logro discernir algo parecido a un estilo de época que aloje y permita juicios comparativos, lo que fue el efecto de influencias como el ultraísmo español en los 10-20, Rilke & el surrealismo light en los 40-50, Cisneros en los 60-70 (¿se te ocurren otros?). Esto es la otra cara de la medalla de la ausencia de un público con un gusto que tienda a la unificación, lo cual a su vez mantiene las ventas bajas, tengo la sospecha.

° En medio de todo esto el nivel textual/retórico es bastante alto. En unos casos menos que en otros, como siempre, aunque un efecto de la mejoría general es que los desniveles son menores. Esto no quiere decir mucho en sí mismo, pero sirve para preguntarse por qué no hay más gente leyendo, más medios siguiendo, etc. Quizás una reflexión conexa es que la noción de calidad, que nunca estuvo muy clara para comenzar, está deslizándose hacia otro lado, como los famosos paradigmas.

° Escribiendo lo anterior me acuerdo de una idea tuya, de hace unos tres o cuatro años: el tema de los géneros creativos se ha vuelto el de la velocidad, como una parodia de lo que exige el mercado (goods moving fast). En esa idea la plástica y la música eran "rápidas", como lo visual y lo auditivo, y la poesía terminaba siendo "lenta", acaso el más lento de los géneros.

° Esa lentitud lleva al asunto del famoso papel de la poesía (el papel en blanco, como dice el cínico). Elaborando sobre tu hipótesis, cuando la poesía era rápida, i.e. Maiakovski y los vanguardistas, tenía un lugar en la plaza o en el labio exterior expansivo del mer­cado. Cuando bajó la velocidad su espacio pasó a ser sobre todo un mundo editorial ad hoc: revistas, libros, reseñas. El grado cero de lentitud debe ser, me imagino, el mundo académico: la velocidad de crucero decrece, la forma mejora, los temas se alquitaran hasta niveles hermenéuticos. Nótese que hasta los años 80 en el Perú se escribía muchos poemas más o menos para que los escucharan grandes multitudes, aunque no las hubiera disponibles, pero de los años 90 para aquí son cada vez más los poemas que reclaman el tête-á-tête.

° Cierto que para estas impresiones estoy pensando sobre todo en algunos poetas que me gustan más que otros, pero también en preocupaciones que me son más cercanas. Una idea que me reconforta: del 2000 para aquí los nuevos poetas que me resultan más interesantes están presentando textos sobre todo acerca de la vida cotidiana, en oposición a íntima, de un lado, y público/heróica, del otro. Vida íntima incluye también a una collera de poetas culteranos, no hermanados por el estilo sino por el repertorio de los temas (Martín, Piñeiro). Material PUC.

° Mi dream-team poético, es decir el que más se parece a lo que vengo sosteniendo, a estas primera alturas de la lectura: Rómulo Acurio, Roxana Crisólogo, Micaela Chirif, Santiago del Prado (el Lucifer-sin-poemario en esta obra), Rafael Espinosa, Elma Murrugarra. Esto faltándome leer las últimas cosas de Emilio Lafferranderie, José Carlos Yrigoyen, releer a Rubén Quiroz.

° Quizás la cosa cotidiana a la que me refiero comienza con la ne­­­­­cesidad-de-decir-lo-que-no-se-debe-decir de cierta poesía femenina influida a su vez por los beats, por Elizabeth Bishop y otras mujeres-gárgola anglosajonas: Carmen Ollé, Giovanna Pollarollo, Rosella di Paolo, Doris Moromisato, Rocío Silva Santisteban, et al. La diferencia en los textos post-2000 es que hay una suerte de recuperación del tono juvenil, un tipo de pudor que la generación del 60 y la femenina de los 70/80 parecían haber matado para siempre.

° ¿Es sintomático de algo que los poetas post-2000 no hayan sido arrinconados en la prolongación de alguno de los esquemas de clasi­ficación poética que conocemos? Nadie los ha generacio­na­lizado, ni ellos han querido grupalizarse. Incluso los que editan revistas no se identifican a partir de ellas. Definitivamente es el final de la célula, la patota, la collera, la mesa de cantina, etc., pero tampoco parece haber mucho mercado para un lobo solitario. ¿Todo esto es bueno o malo?

° He estado hurgando un poco para ver si alguien ha estado escribiendo sobre tanta juventud, pero hasta ahora no encuentro. El comentario de Rodrigo Quijano en HH35 por definición no entra, puesto que es de 1999 hacia atrás. Quizás haya que preguntarle a algunos de los poetas mismos. De mis cosas, puedo aportar la reseña a un muy buen libro de Tatiana Berger, pero creo que también es anterior al 2000 (el tiempo vuela). Lo demás es un tormento perfecto de libros recibidos, leídos sin contexto, guardando algunos poemas e impresiones, pero sin tener dónde colocarlos a la larga.

° ¿Debemos leerlos? ¿Debemos promover su lectura? Quizás uno se debería preguntar más bien si todo el ejercicio de la poesía –la joven y la otra– sigue siendo "urgente", como lo describían los jóvenes de los años 70. O también preguntarse si los desencuentros son por culpa del aparato fonador o del conducto auditivo. I grow old, I grow old / Todos los teléfonos me ponen on hold.

° Un último comentario, que requiere exploración, es la desaparición, al menos ante mis ojos, de la presión de jóvenes poetizando desde la provincia que hubo en otros decenios. No es que no estén, estoy se­guro que están, pero creo que ya no hacen el hincapie que antes en el aspecto geográfico de su identidad.

Mirko



Lima 23.8.04

Mirko:

Aquí unas cuantas notas para seguir armando los bordes de este rompecabezas, apuntando algunas cosas que me intrigan, con cargo a desempacar todo esto con más calma más adelante en algún restaurant de escarnio. Comenzaré de la forma más fácil, que es cotejando tu dream-team con el mío. Tú dices: "Rómulo Acurio, Roxanna Crisólogo, Micaela Chirif, Santiago del Prado, Rafael Espinosa, Elma Murrugarra. Esto faltándome leer las últimas cosas de Emilio Lafferranderie, José Carlos Yrigoyen, releer a Rubén Quiroz."

Yo digo: Espinosa, Chirif, Carolina Fernández, Vélez, Lafferran­derie y Felice Ianna (con idea de releer su Cuaderno de ultramar que creo que tiene algo que está muy bien pero que no logro detectar aún). Añado a Frido Martín y a Francisco Melgar (tal vez): a estos dos no los has leído aún y te los paso en estos días. El primero culto/culterano y erótico; el segundo, parte de la editorial de Higa, que saca cosas al menos editorialmente interesantes (también lo de Lafferranderie apareció ahí). Y me falta leer a Yrigoyen.

Tendremos que revisar estos traslapos y tiros al palo de las listas. Por ejemplo, coincidimos con Chirif, pero creo que la chicha doméstica de Carolina Fernández va más al centro del corazón que la de Crisólogo. Lo de Chirif es muy interesante. Entre otras cosas, porque está hecho en arte menor. (Creo que lo mejor de Blanca Varela, lo mejor de Eielson–que en ambos es también quizá una cuestión de "late style"– está escrito en arte menor). Ver que Chirif lo retome con tanta gracia, elegancia, ironía es notable.

Tal vez haya algo más en esta divisoria de aguas (arte mayor / menor) que merezca conversarse: la retórica 60-70 es una retórica de verso largo, épico, fálico,... Más allá de su temática ("poesía cotidana", poesía del "yo", etc.), lo que ha quedado como un fondo firme en el que pareciera que siguen macerando sus versos los de hoy, es esta tendencia al arte mayor. Las, en verdad poquísimas, cosas que leído de producción chilena y argentina reciente, parece tender al arte menor. (Hablo de tendencia, no de rigidez). Curioso que lo que para nosotros sobrevive al tamiz retórico tan fuerte de las generaciones anteriores sean cosas más bien formales y menos obvias.

El cultismo/culteranismo merece también algún comentario. Esta debe ser la primera generación después de la del 50 que requiere de un diccionario a la mano. ¿A qué va esto? Salvo Piñeiro, el resto lo usa para temas doméstico-eróticos. Casi en la línea de Catulo, Marcial (angé­lica­mente Frido Martín); a veces con ironía o cacha erótica, pero otras esa parece ser el arma con la que indagan en serio lo cotidiano.

Quien mejor lo hace, creo, es Espinosa: "Casarse. Hubo amor, hubo paparazzi, no sé quién cubrió más los jardines". Cisneros lo hubiera puntuado distinto: "Casarse. / Hubo amor. / Hubo paparazzi. / No sé quién....". Este embalse de arte mayor, se desembalsa hacia unidades mayores que las del verso y que lindan en la narración.

Sería interesarte hacer una antología de las citas o epígrafes que los poetas emplean para abrir sus poemarios y bajo cuya bendición (o maldición) colocan sus versos. En esto la popularidad de Luis Hernández o de Leonard Cohen ha bajado notablemente, y el gusto por la cita griega (en caracteres griegos) se populariza. La cita casi siempre es "otra" en el sentido lacaniano: en otro idioma, de otra época, remota en referencia ideológica o poética.
La seguimos.

Mario



Lima 29.8.04

Mario:

Anoche terminé de leer el nuevo lote de poemarios que me dejaste (siete, aunque el libro de Frido Martín ya lo había leído, con mucho solaz y provecho). Dos cosas saco en limpio: Arturo Higa es un espléndido editor de poemarios y Lugares prácticos, de nuestro amigo Emilio J. Lafferranderie, es excelente. ¿Pero dónde lo ponemos? El es uno de esos poetas de lectura muy exigente, convencido de que la poesía está pegada al hueso de los conceptos, con la tarea de disolverlos, además. Es la idea de lo des-carnado, que me lleva de inmediato a la del almuerzo desnudo: hay un tipo de mirada poética que sostenida demasiado tiempo revela aspectos inaceptables de la realidad. EJL está al comienzo de ese camino, que en los extremos tiene monstruos de la concisión pesimista como E. Ciorán o peor, la concisión optimista, como e.e. cummings. No es lectura agradable, propiamente hablando, pero sí muy sustantiva, pues ese hueso que exuda poesía como si fuera galantina es precisamente el status de lo poético en el siglo que se inicia. Me quedo con sus versos antes que con sus estrofas o poemas completos. Me gustan mucho lampos como "la ceguedad saciada", "dar un golpe por siempre estancado", "pasos que no adquieren intervalos".

El poema, o la parte del poema que rodea a versos como estos empalidece por contraste, y entonces la tentación es armar mi propio poemario de EJL. Pero eso me pasa con todo pensador: también aquí, como en la famosa ley económica, uno se guarda la mejor idea y deja pasar las otras. Aunque en verdad esto es algo que también he estado haciendo con poetas menos cerebrales (me encanta poder decir esto de poeta cerebral respecto de otra persona), y termina consistiendo más o menos en extraer versos excelentes, o graciosos, o incluso que nunca se deberían haber escrito (por ejemplo "Pasó el condón, lleno / de anonimato", que vamos a considerar una verruga en el brillante poemario de Espinosa). Volviendo al tema, ¿es EJL de lo que trata la poesía peruana joven en estos años? No creo. Hay un delgado cable subterráneo que lo une a los poetas culteranos y/o grecolatinizantes como Elio Vélez, Rómulo Acurio, Jorge Trujillo, Felice Ianna o Andrés Piñeiro, pero creo se trata sólo del común deseo de separar poesía y contexto local abrumador. Casi todos los demás textos de nuestro acopio están sólidamente anclados en formas sociales de la experiencia (el barrio, el amor, la profesión, la juventud misma), mientras que EJL es pura percepción que busca adelgazar los contextos para que no interfieran con una verdad poética superior. Me recuerda algunas teorías esotéricas acerca del re­finamiento de las energías. Al lado de Lugares prácticos son pocos los libros post-2000 que se salvan de sonar algo cómicos, o al menos relajados. Se salva el de Chirif, De vuelta, porque su actitud es algo pa­recida, en lo que creo que tú llamaste el otro día un haiku asolapado.

En lo que resta de tu envío encuentro algunos textos buenos, pero no realmente libros enteros. La poesía elaborada a partir de la experiencia barrial de Estados Unidos de Jesús María, de Francisco Melgar Wong, es de primera, dream-team material, sobre todo si se le mira como un remake de La casa de cartón en pos de lo eterno limeño. "6 de la tarde. Surco parece una película" está en la misma recta urbana que "Ya ha principiado el invierno en Barranco". Es buena prosa poética, pero sin la densidad suficiente para lo breve que es la plaqueta. La resistencia a ir a fondo en la revelación lo deja a uno medio colgado, como puede pasar frente a un gesto de rebeldía adolescente. Pero quizás es de eso que se trata, precisamente: dinastías de adolescencias tardías, radicales, heróicas y bellas, hiperretrecheras al grado de ser incurables: Martín Adán-Luis Hernández-Francisco Melgar. Todo lo cual lleva de alguna manera al tema de humor juvenil-sangre ligera, que EJL no tiene, y que sin embargo abunda en varios poemarios de los que hemos leído.

Humor: Elma Murrugarra es aquí la reina del bienestar, un humor transparente, de tan delgado, que logra el difícil arte de transmitir queja eficaz sin amargura. Una frase de su presentador Ronaldo Menéndez me parece muy buena: "Posee la solidez del verso breve que nunca se deshace", y creo que es el humor lo que mantiene unido al poemario entero, y cuando digo humor digo alegría de vivir, y no esa ironía sangrienta que es una especialidad de cierta de la poesía femenina. Pero a la vez hay que decir que Murrugarra necesita toda la cohesión que pueda conseguir, pues su área de interés es bastante difusa, desde la queja o la celebración amorosa hasta la crítica política, pasando por acontecimientos varios del día. Así transmite la idea de que le gusta mucho escribir poesía y que se siente contenta cuando lo hace.

Menciono esto del humor porque he sentido que Laferranderie no lo tiene, en el sentido de que no tiene tiempo que perder con las palabras, es decir no está de humor para, y eso lo separa de alguna manera del grupo. Pues en esta generación (¿se puede seguir usando el nombre?) nadie quiere ser excesivo en la forma, la extensión o el gesto (salvo Rotación, de Quiroz). Eso que Belli le terminó haciendo a las ideas, EJL se lo ha hecho a las palabras.

Mirko



Lima 31.8.04

Mirko:

Es adecuado detenerse en el libro de Lafferranderie,libro sobre el que los primeros adjetivos (sustancioso, difícil, excelente)recuerdan aquellos que se le prodigaron a Cactáceas de José Morales en los 70s (80s?), pero libro, este último, que nadie que yo recuerde se detuviera a examinar y situar. Porque, como dices, Lugares prácticos ofrece un primer problema de ubicación en la poesía reciente (y en la otra también). Y creo que una de las primeras pistas de entrada para comenzar a situarlo es justamente esto que has planteado de LP como un libro de versos más que de estrofas o poemas. Quién sabe si el poema ha dejado de ser la unidad en la que ocurre la poesía. Tal vez haya una suerte de eclipse (parcial o total) del poema como unidad poética.

Habremos pasado del verso libre a los versos libres. Pero la pregunta sería entonces qué objeto es el que se interpone entre nosotros y el poema y qué es el que causa el eclipse. Se me ocurren un par de cosas. Una es la obvia dificultad formal que supone un poema. No solamente que si quieres hacer un soneto tienes exactamente 14 versos (no 13 ni 15) para decir lo que quieres, sino también que esta idea de poema redondo que sobrevino a la era del verso libre, tampoco parece tener muchos adeptos actualmente. Lo segundo complementa lo anterior y es el gusto por el fragmento, por el poema inacabado, por la imposibilidad casi dogmática de lograr una síntesis. ¿Qué conecta a los versos fragmentarios dentro de una unidad y cuál es esta unidad si no es el poema? A la primera pregunta no puedo ofrecer sino la propia debacle del yo y la emergencia del yo arruinado que busca verse narcisística y especularmente en versos y no en un poema. La segunda pregunta no debe tener respuesta actual, salvo la hoja de papel que los sujeta.

Supongamos, pues, para radicalizar esto, que hay dos formas de romper el poema como unidad poética. Una hacia adentro y otra hacia fuera. La primera sería la de Lafferranderie: hacia unidades cada vez más subatómicas, el verso, las palabras, la palabra, la sílaba hacia esa galantina de la que hablabas, hacia el tuétano de un hueso que cuesta roer y digerir, pero cuya sustancia nadie niega. La otra, hacia fuera, estaría más en la línea que practica Espinosa, hacia desbordar el verso, superarlo como unidad y al hacer esto la idea del poema desaparece para llegar a algo más parecido al discurso, a la anécdota, a formas de la narración de la experiencia (antes que su poetización). No es el caso de Espinosa, pero la apoteosis de esta última tendencia se nota en una serie de poetas para los que la división de lo que hacen en versos es una inconveniencia o una incomodidad que no se entiende bien para qué está.

Quiero regresar a Lafferranderie. Cuando la idea de síntesis(supuesta en la aceptación tácita del poema como unidad poética) desaparece, desaparece también la idea de que la realidad o la experiencia que de ella tienen los Sujetos, sea algo sintetizable. Si Heráclito en su famoso fragmento D91 propone la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río, un discípulo suyo, Cratilo, propone que es imposible hacerlo siquiera una vez! Cratilo lleva al paroxismo la doctrina heracliteana del panta rei ("todo fluye") y viene con apéndice lingüístico: si la realidad está en flujo permanente, todo lenguaje que trate de aprehender las esencias de las cosas con palabras es una farsa. (El Funes borgiano es un cratiliano). Dos opciones prácticas se derivan de esta tesis: dejar de hablar (como lo hizo el propio Cratilo) ó crear un lenguaje que él mismo fluya como fluye la realidad (como lo están haciendo Lafferranderie y Espinosa en tendencias opuestas). Esta segunda opción no es sencilla, sin embargo. ¿Cómo construir un lenguaje que fluya-con el mundo? ¿Cómo hacerlo si empleamos las mismas palabras que el iluso lenguaje farsante emplea cuando trata de aprehender esencias estables e invariables? La primera labor es una de desguace: para verle el culo al mundo primero tienes que bajarle los pantalones. Pero ya te puedes imaginar las consecuencias de esta obscenidad. La primera y más inmediata es que lo que comúnmente entendemos por comunicación es parte de los pantalones y lo que entendemos por significados son bultos procaces en sus bolsillos. Tal vez, la idea de poema y todo lo que la idea trae consigo sea una víctima colateral en este proceso.

Y la segunda es que el problema central de toda crítica poética es que casi siempre termina siendo una crítica sartorial en lugar de una crítica del desnudamiento (como ya lo había notado Eielson hace tiempo en unos textos sobre poética aparecidos en el diario El Comercio en 1955-56). Para utilizar un verso de Lafferranderie: el sentido es lo que no conduce. Son evidentes en Lugares prácticos varias propiedades de este discurso cratiliano: la completa desaparición del yo (otrora sacerdote y altar del modernismo y hasta hace poco vándalo histérico del postmodernismo), el empleo desvergonzado de infinitivos (y cuando no son infinitivos, los sujetos son casi siempre objetos inanimados), la duplicidad categorial de varios términos (adjetivos que son sustantivos que son adjetivos), la familiaridad de todas sus palabras y al mismo tiempo la extraña sala en la que se reúnen a conversar, como si el verso y la oración fueran recintos demasiado suntuosos para esta charla. Entrar al libro de Lafferranderie es como entrar a uno de esos cuartos de luz de Turrell (la impecable edición de Arturo Higa es cómplice indispensable en este efecto): desaparece la línea del horizonte, los instrumentos acostumbrados no funcionan para guiarnos en estas superficies (hiperficies) tan desconocidas como pulcramente desorientadoras hasta que uno termina convenciéndose de que es uno mismo el punto de fuga. En el flujo del lenguaje de Lafferranderie la parte y el todo son intercambiables generando una metástasis metonímica a una escala imposible. Después de todo, si la metáfora aspira a una cierta permanencia, así sea en la sustitución, tal vocación por una estabilidad semiótica es inhallable en estos versos que forjan el permanente desplazamiento de sus términos. Sus versos son, citando nuevamente del poemario un verso que tú también citas: pasos que no adquieren intervalos. O para ponerlo en términos más vulgares y menos serratianos: ni siquiera se hace camino al andar. Entonces uno se pregunta ¿cómo leer un libro así? que no es sino otra versión de tu pregunta por cómo situar el libro de Lafferranderie.

Tal vez con las dos ideas que he tratado de adelantar acá: la destrucción del poema como unidad poética y el colocar a Espinosa (quien también merece un tratamiento más detenido en términos propios) al otro extremo (al extremo más centrífugo) de este rompimiento. Tal vez este eje Lafferranderie-Espinosa pueda servirnos a la hora que se crucen otros ejes de las lecturas (como el de los cultos/culteranos, etc.).
Chau

Mario



Lima 6.9.04

Mario:

Los he releído, y hasta les he incluido un nuevo autor a lo que estamos llamando los nuevos poetas culteranos. Reconozco la calidad del ejercicio poético, pero no me llega a conmover. Quizás es una propuesta que demanda lectura más comprometida. Para ponerlo en la línea de nuestra conversación, diría que Lafferranderie es un culterano interno, mientras que Vélez, Trujillo, y Acurio (me permito añadir al filósofo Piñeiro) son culteranos algo más externos. Pero no por ello menos interesantes para un panorama de lo poético post-2000. Entiendo la atracción del clasicismo barroco como espacio de independencia estética aparentemente sin límites.

También entiendo el deseo de comprometerse al 100% con un oficio de la palabra, como espacio de la libertad, y que se joda todo lo demás. Por último comprendo el peso del campo gravitacional de una tradición de excelencia poética que apuesta al triunfo del contrapelo lingüístico (Adán, Belli, Bendezú, Morales). He leído con gusto y esfuerzo, pero algunas cosas me preocupan. ¿Son reales o falsos aristo­cratizantes? Adán, muy conciente del hecho, fue un poeta-pensador de filiación oligárquica, en rebeldía contra la modernización iniciada por Vallejo, continuada por la vanguardia, y rematada por la generación del 50. Es decir, fue un miembro de número de la generación del 900 que lo antecedió. Frente a eso a nuestros poetas actuales solo les cabe ser epigonales o fundacionales. En todo caso los veo profundamente arraigados en lo limeño como raíz colonial. Vélez prologando a Trujillo dice que su título remite "a una fuerte tradición vanguardista", y creo que tiene razón: Adán agarra a estos culteranos por los dos lados.

Pero hay más que simple réplica, en el sentido sísmico. El manejo del lenguaje en Trujillo y Vélez es mañoso, en el mejor sentido, y logra capturar al lector cómplice (un servidor). Vélez está decidido a decir verdades personales a través del enrejado de su abarrocado, y lo logra. Son historias de sarcasmo y decaimiento, que se abren paso bajo el peso del estilo, pero que definitivamente levantan la ceja y paran la oreja del oyente. Convocan mi complicidad en particular pasajes como "¡pero ríen del lechoncito! / del mal aliento que sumerge / su tez marrana en la nostalgia, / de su pelaje que recibe / dulces del fango y de la muerte". Trujillo es más radical, aunque sea porque juega a clavarnos en cuanto lectores contra nuestra propia ignorancia, recogiendo la lección adaniana de enviar al lector al diccionario inaccesible, que en verdad no es la que más le sirvió a la postre. Ambos libros terminan pareciendo visitas por bellos museos, con guías avaros de su conocimiento. Me la he pasado buscando versos que revelen el secreto, pero el hermetismo es fuerte. De Vélez me quedo con un enigmático pasaje vallejiano: "la nada me es más, por eso limo y rasco el 17 / hasta dejarlo en polvo par, en ese ocho que es 8". De Trujillo me llevo el limpio ritmo clásico de "De aquel tú, viejo hojaldre, mi Nesoe, / de atreve a saber sabores harto de / la sierpe que busco no saber;".

Los otros dos poetas son menos ambiciosos, no necesariamente en los resultados. En Celeste romano Acurio practica la promenade por Roma, acompañado por la atmósfera de la antigüedad clásica. Me hace pensar en Roma, peligro para caminantes, de Rafael Alberti, un libro que por algún motivo he releído muchas veces en 35 años. Piñeiro es el que más me interesa de todos, pero sobre todo porque no está realmente en la poesía, sino en esa caldera postmoderna donde se cocinan y adelgazan los géneros en el rico caldo de la documentalidad. Toute distance gardée, en Diotima de Mantinea su relación con la vieja socrática evoca la aproximación de Päscal Quignard a los clásicos. También para Piñeiro la antigüedad termina siendo un mundo al cual podemos tener acceso directo y del cual podemos seguir aprendiendo indefinidamente, sobre todo –valga la cacofonía conceptual– aprendiendo clasicismo. Piñeiro no lo hace nada mal en este terreno. Chúpate esta frase, oh vate: "Las cigarras contestaron con suavidad estival la callada fragancia de la fuente". Como que Piñeiro lo hace dificil con menos esfuerzo que los demás, y eso también es clasicismo. Todo lo cual me lleva de vuelta a la pesquisa de rasgos comunes de todo el post-2000. La veta culterana me parece el caso extremo de un deseo de tomar distancia frente al tono conversacional (en oposición a recitable, neo-vanguardista he oído llamarlo también) que se le quedó pegado a la poesía luego de los 60. Es cierto que son varias las poetas mujeres, con un mensaje mucho más específico que transmitir, que siguen recurriendo a esta forma de poetizar. Pero la corriente central consiste más bien en eludir lo dialógico y rescatar un pedestal monológico del poeta frente a la comunidad, pero a cierta distancia de ella. Dicho de otra manera: no se si es por las limitaciones del sistema promocional de estos tiempos, pero la sensación es que los poetas no acompañan a sus libros, en el sentido de que no están en sus libros (a la Walt Whitman), como sucedía con los poetas intensamente vitalistas de los 60 a los 80. Al grado de que ha habido casos en que el encuadernado podía contener más poeta que libro. Preferiría no mencionar nombres. Glosando a WW, la sensación por estos culteranos es que quien toca el libro toca más que nada un planteamiento.

Mirko



Lima 14 de setiembre del 2004

Mirko:

Un par de cosas se decantan (¿desencantan?) de tu última carta. Una es la inexistencia de un poeta / libro de poemas nuevo del 2000 para acá que nos entusiasme (a diferencia de decir simplemente que "está bien"). Otra es que Espinosa comienza a ser la vara con la que medimos buena parte de la producción (el otro es Lafferranderie, pero Emilio es la anti-vara). Aquí hago un interludio y me pregunto ¿a quién le dicen algo estos poemas? Y vuelvo a un tema que mencioné hace un par de cartas: tal vez buscamos poemas donde solamente hay versos (o, hacia el otro lado, tal vez buscamos poemas donde solamente hay algo ue, por no tener la palabra, llamamos textos). En todo caso, me pregunto si estamos tratando de apuntalar con tabiques podridos una casa (el poema) que los propios habitantes nos avisan con letreros multicolores que ya es inhabitable.

Tu sensación de que estos poetas no tienen la voz (interior o exterior) que les diga que terminen el poema es sintomática. Me recuerdan ciertas improvisaciones sobre tema conocido comunes en formas musicales clásicas y en el jazz. Pero lo que ellos hacen es tomar un tema más o menos popular (un tema "standard" en la jerga, un desencanto amoroso, una molestia cotidiana) y le dan vueltas y vueltas hasta que el aburrimiento del lector mas que el cumplimiento estructural de una forma reconocible hace que se detengan. La improvisación se convierte en una licencia para seguir, no para explorar. Algo similar ocurre, en efecto, con grupos como PerúJazz. Todos son músicos excelentes ("culteranos"en el dominio de su lenguaje), Magnet, el recién desaparecido Algendones, Pinto, Manongo Mujica, pero las piezas literalmente no van a ningún lado. Mi impericia musical puede ser la culpable aquí, pero lo apunto porque mi sensación es similar a la que experimento cuanto leo a los poetas recientes, a la mayoría de ellos: casi se vuelven poesía de fondo. Esto suena feo y no es mi intención denigrar ni a los poetas ni a los músicos, pero quiero enfatizar el interés (supongo que inconsciente) de parte de ambos de crear textura (musical, poética) antes que de chairear con arma blanca; el afán de crear ambiente antes que propuesta (escenografía antes que destino). El resultado es que terminan generando un efecto lounge en poesía.

Es decir, el poema se vuelve el lugar al que se va a conversar de poesía, no necesariamente a escucharla y la misión de los versos pareciera ser la de empapelar la página como si ésta fuera una pared de quincha. El efecto lounge es hijo directo de la crisis del poema como forma poética. Y el antídoto, ya que fuiste al Matsuei, es el wasabe: versos/poemas que te abran los senos nasales, que te despejen el letargo poético en el que muchas veces nos sumen estos poemas, que te entusiasmen a seguir leyendo.

Voy a suponer que lo que llamo efecto lounge es en realidad la contribución inerte del castellano, de lo que solía denominarse "el espíritu de la lengua". El castellano es una lengua pesada, de texturas, moods, ambientes. Todo esto puede ser excesivamente impresionista de mi parte pero ya habrá tiempo para afinarlo y, en cualquier caso, no tengo nada principista contra las impresiones. Mi impresión es, entonces, que los poetas que cuentan a la hora de levantar el plano topológico-poético, terminan escribiendo contra la lengua y no con ella. Por ponerlo en términos cronológicamente más generales: Vallejo, Eielson, Hinostroza, Cisneros, Verástegui, aún cuando escriben sus poemas-B, siempre chairean, abren tajos en la urdimbre del idioma, se muestran insatisfechos con el estado de lengua. Por otra parte, Melgar, Valcárcel, Sologuren, Armando Rojas, Chirinos, aún cuando exhiben sus poemas-A se muestran satisfechos con el idioma y no hacen sino diseminar su pesada inercia, su pesado clima, y se convierten en "gregarios de la retórica española" como decía Mariátegui. El propio Mariátegui intuía el efecto lounge en Melgar por ejemplo, cuando anotaba que el sentimiento (indígena) era algo que en él se vislumbraba "sólo en el fondo de sus versos", como lejana "queja erótica", es decir, en el residuo tamizado de un eco, en la sensación, pero no en el verbo mismo.

Mencionaba ciertas, imprecisas, improvisaciones de jazz. Me pregunto, sin embargo, si no habrá que buscar más bien en la popularidad reciente de la llamada música electrónica y en el trance la producción de poemarios similares en cuanto al efecto que quieren producir en el lector. Mencionaba también el wasabe desgregarizador. ¿Hay wasabe en el conjunto de poemarios que revisamos? Hay algo, lo suficiente como para reparar en él, en el libro de Chirif (De vuelta). El haiku es un referente inevitable, pero ella tiene la sensibilidad e inteligencia suficientes como para no hacerlos. Sus poemas no comparten con el haiku la rigidez formal ni temática, y es cierto que a veces se les pasa la mano con el uso del símil como instrumento de sorpresa, pero sin duda tienen el mismo espíritu de observación, la misma inmediatez cotidiana, el distanciamiento de toda abstracción generalizadora, y sobre todo, una palpable intensidad de sentimiento que los hace funcionar muy bien en un libro pequeño y sin pretensiones aparentes. Aquí va uno de muestra: en tus colillas / tiemblan todavía / como peces agónicos / tus labios rojos. Brillante. Estos son versos como disparos en la nuca, directos, letales. Mantener esta intensidad en un poemario no es fácil. Al contrario, es demasiado fácil caer en la nimiedad. Pero Chirif logra un libro de notable nivel, fresco, y distinto. Los versos parecen salirle sin esfuerzo, como si fuera una protegida de la poesía misma (tal como la Inés Cook de Ciudad ausente). Otra muestra: en el campo / un sueño al alcance de mi mano / una luciérnaga / rondándome el ombligo. Espero su próximo libro con gran interés.

Donde sí hay wasabe y en gran cantidad es en El libro de las señales de Yrigoyen. Si no lo has leído, debes hacerlo. Creo que éste libro debe ser el mejor de los que he leído hasta el momento. El libro es de 1999. Yrigoyen tiene otro más reciente, Lesley Gore en el infierno, que no he ubicado aún). Este es un libro inteligente, narrativo, dialógico, con un sentido extraordinario del ritmo poético y con un control im­pecable de la densidad de imágenes e ideas por página. Ritmo e ideas practican un juego contrapuntístico como hacía tiempo no leía en la poesía peruana. Los tiempos del discurso de Yrigoyen se mueven con la seguridad de quien ve en la sílaba inicial un anticipo de la final. Como en poemarios realmente buenos, los versos de Yrigoyen construyen su propia ine­vitabilidad y se suceden en las páginas con el aplomo (y el inminente peligro) de un mate en cuatro. La velocidad de este libro es singular (me recuerda al Hinostroza de "Nudo borromeo" y como con Hinostroza, aquí también el poema se desembalsa hacia unidades de sentido ma­yores). Todo se mueve con rapidez pero a su tiempo, sin demoras este­tizantes, sin rizos ni rulos fonéticos, con la urgencia del que no tiene nada que ganar. La destreza técnica exhibida por Yrigoyen es inquietante. El libro no tiene grasa y es perfectamente integral: sus ocho partes conforman un sólo envión de aliento imposible de perder. Aquí no hay lounge, ni poesía de fondo, ni improvisación irresuelta, ni manías léxicas. A uno puede no gustarle lo que escucha (como dice la frialdad literaria, el deseo homoerótico) pero uno no puede sino escucharlo y admirar el arco que describen los versos que es el arco de un espectacular clavado en la poesía peruana reciente. Gran libro. Difícil extraer de él una muestra que le haga justicia al todo. Tal vez: todo cuerpo que abandonas / durante una larga estación / requiere de una teoría / si quieres volver a recobrarlo. Pero apenas lo apunto me doy cuenta de la injusticia.

A modo de postdata: creo que nuestra conversación sobre los culteranos debe incluir Naufragios, de Frido Martín, un libro morfológicamente barroco/culterano sobre tema erótico y muchas veces grosero (en la línea de Catulo y los epigramistas latinos). No se libra de las manías lexicográficas de los anteriormente comentados, pero con un tema tan focalizado estas manías se hacen extrañamente más potables. En todo caso, esta focalización hace más visible la curiosidad que significa que los partícipes en este casillero "culterano" (Acurio, Trujillo, ahora Martín) compartan con el ideal original del XVII sólo el rizo del amaneramiento mas no su ideología (la persuasión moralista, el gran teatro del mundo, el tema del poder, la ineficacia del encantamiento, al menos si Maravall tiene razón). Como si ellos mismos se hallan fijado también en la cáscara más externa de aquello que parecen imitar o, al menos, modelar. La diseminación viral del rizo sin un backbone ideológico es lo que no va a ninguna parte. Tal vez por ello, cuando el rizo está al servicio de una experiencia focalizada (el erotismo en el caso de Martín) el resultado parezca más convincente. Y ya no estoy hablando de si Martín escribe mejor que Acurio o Trujillo sino de la viabilidad del proyecto poético mismo.

Mario



Cerro Azul 17.9.04

Mario:

Desde tu anterior carta me he dedicado a buscar los libros de Yrigoyen. Abelardo me ofrece uno para esta tarde, cuando vuelva a Lima. Ahora paso a ver tus argumentos, que me parecen sobre todo comentarios a la pasión creativa. Lo cual me suscita una pregunta.

¿Qué quiere un poeta que empieza a publicar? Creo que antes que nada expresarse, que en lo formal significa asentar el vínculo con una excelencia reconocible por una comuidad hipotética de lectores ideales. Es clave para la lectura apreciar o no (reconocer o no) esa excelencia que subyace al poema y que busca ser scializada, incluso como una pre-retórica que busca materializarse a través de la inocencia del poeta que llega ante el lector. Hubo un tiempo aquí en que todo poema pa­recía próximo a un modelo identificable, en lo diacrónico y en lo sin­crónico, y eso permitía entender mejor las relaciones familiares entre poetas.

Digo lo anterior luego de haber releído a Quiroz. Lo hice en manuscrito hace ya buen tiempo, y ahora de nuevo en una horrible edición colectiva PUCP (más que premiados, parecen castigados de los juegos florales). Rotación es un poema excesivo con título astronómico. Las 200 páginas están dedicadas a establecer un tono (¿Lezama Lima? ¿W. Burroughs?) y crear un lenguaje. El intento puede funcionar o no (creo que sí), ¿pero cuántos versos hay que leer para darse cuenta? Creo que muchos menos de los que fleta Quiroz. Excesivo, en el sentido de que excede la capacidad de lectura de un ciudadano común y se ensucia olímpicamente en los dictados de Edgar Allan Poe, es también La mano desasida de Martín Adán. Lo de Adán tiene la estructura, el tono y la dinámica de una liturgia bipolar al borde del abismo (fluss Urubamba). Pero Quiroz no va por ese camino, ni está realmente en el neo-barroco que sin embargo frisa en todo momento, y al que se parece. Pienso en Incurable (México, Era, 1987) de David Huerta. Quiroz ha construido, o si prefieres ha contraído, una aproximación cariñosa a la confusión, en el formato heroico, lo cual se parece a, pero no es, el neo-barroco, para lo que valga tanta atingencia. Pero Quiroz sí tiene esa pasión que le re­clamas a la juventud poética, y es un hombre de su momento en cuanto lo incomoda eso que ahora llaman el canon. Ya ha publicado, si recuerdo bien, hasta dos antologías muy seriamente irreverentes. El mismo tipo de ejercicio que le publicamos a Santiago del Prado (HH35), que es igual o más irreverente, pero que no puede escapar a la filiganística filología del fan. De modo que: Quiroz: tonos que no encajen en el canon. Por allí se comienza. En este caso el tono está logrado, pero la fuga del canon no tanto, y el texto termina siendo una serie de aventuras poéticas lanzadas (como su "demolición de la Lengua" en la hora 18:51) e inmediatamente refrenadas, un contrapunto entre tratar de escapar a lo poético y volver a tocar base en lo poético. El resultado final es de gran lujo, y para cuando dan las 23:56 en el texto Quiroz ha dicho lo que quería decir. No sé cuántos lectores lo van a acompañar hasta esa medianoche, pero para lo que valga este es un ejemplo que contradice tu idea de una nueva poesía que solo aspira a ser un telón musical de fondo. Pero soy conciente de que es una de las pocas excepciones, y de que este tipo de poesía no pasará antes de que aparezcan sus mejores lectores. Antes de pasar a otra cosa vuelvo al libro a buscar un pasaje confirmatorio de lo que digo, pero es imposible. Parte de la excesividad de Rotación es la forma como se bambolea sobre el eje todo/nada. Vuelvo a lo de las excelencias reconocibles (¿la tradición?).

De lo que venimos diciendo se desprende que la vigencia de estas excelencias conocidas se encuentra en crisis, y espero que no sea el clásico ejercicio senilizante de tipo los muchachos de ahora ya no respetan nada. ¿Pero hay otras excelencias que las conocidas? ¿Cuántos inven­tores casi absolutos de paradigmas en la poesía peruana además de Vallejo? ¿A qué se están remitiendo aquellos poetas que hoy no siguen a Adán en lo exterior (los culteranos) o la poesía purista (Chirif, Lafferranderie, Unger)? La sensación es que esos otrospoetas cada uno tiene a un poeta específico en mente, pero sin el menor deseo de revelar cuál es. Ese poeta específico funciona como una suerte de paradigma débil, con lo cual se produce el efecto de la extremidad fantasma: la influencia ha sido amputada, pero la presencia sigue allí. Creo que es de eso que surge tu imagen de la música de fondo: está y no está, es avara de su presencia. Creo que esto es parte de algo que comenzó hacia los años 80: la opción del asalto al cielo con peligro de caída de culo fue siendo cada vez más reemplazada por la opción de los caminos intermedios, sin gloria pero sin riesgo. Nunca un poema realmente sublime, pero jamás un poema sinceramente pésimo.

Pero si hubiera que buscar un paradigma reconocible de ex­­ce­lencia, digo, entonces tendríamos que quedarnos con la influencia remota de la poesía conversacional. Me refiero a una influencia difusa pero persistente, como la que mantuvo el modernismo chocaniano hasta mucho después de su partida, o la que mantuvo el primer envión europeizante de la generación del 50 hasta hace poco. Ya no el tono di­rectamente prestado de Cisneros-Hinostroza, o aquel otro más modesto de Martos (soy provinciano correcto, sabio y hasta profundo, no con­fundirme con lo limeño-decadente burgués). Esos tonos han volado, pero los buenos recursos retóricos de inserción de la vida cotidiana en la poesía están todos allí: el humor no grosero, el ingenio semi-corrosivo, el guiño al mundo del espectáculo, el suspiro adolescente. Una pequeña antología de muestra de lo que digo: "Para menearte con holgura" de Martín, "Time Goes By" de Mendizábal, "No soy una madonna", de Carolina O. Fernández, cualquier poema del libro de Elma Murrugarra pero sobre todo "Etopeya", "Paisaje de la multitud que espera (Social Security Office)" de Helguero. ¿Reconoces otros?

PD. Abelardo me ha entregado el libro de Yrigoyen. En efecto en sus señales es todo lo bueno que dices, y hay copia de excelencias reconocibles. Me recuerda con fuerza el tempo de uno de mis poemas favoritos en The Opening of the Field, de Robert Duncan (El que comienza con This place rumored to have been Sodom / might have been. / Certainly these ashes might have been pleasures./ Pilgrims on their way to the Holy Places remark / this place).

Para no mencionar que ha aprendido varias lecciones desde tu poesía, sobre todo en lo de la poesía como un método de conocimiento que planteabas a fines de los años 70 (¿A qué suplemento se lo decla­raste?). Además Yrigoyen evidentemente domina una forma discreta y eficaz de composición por campo a la Olson, lo cual mezclado con la inteligencia de las imágenes, la belleza de los sentimientos, los desafíos de género y la manera de irse untando la ceniza sobre la frente, levanta muchas revoluciones en el texto. Definitivamente hay que ponerlo en cualquier dream-team poético post-2000.

El libro da una gran leída, e incluso una mejor releída. Además de los versos que se le van quedando a uno, sospecho que por mucho tiempo, como ahora la Historia vaga por la tierra / con la boca llena de carne. En esto último –la Historia– hay una respuesta a tus preocupa­ciones por pasion & relevancia poéticas, y a las mías por los paradigmas reconocibles: Yrigoyen nos es perfectamente reconocible a partir de su voluntad de dialogar shakespereanamente con la Historia, con la misma igualada elegancia con que lo hacen entre nosotros Pablo Guevara y Rodolfo Hinostroza. ¿Es un mérito generacional? Lo dudo mucho, y termino pensando que Lafferranderie está más cerca de un filo duro renovador. Pero quizás cometo error al comparar.

Mirko




LIBROS LEÍDOS

Acurio,Rómulo
2001 Celeste romano, Lima, Nido de cuervos. Arrieta, Dimas
2001 40 coros, un solo canto, Lima, Villareal.



Barrón, Josefina
1999 Ojo amurallado, Lima, Carpe diem.



Cabrera, José
2004 Canciones antiguas, Lima, San Marcos.



Chirif Micaela
2001 De vuelta, Lima, Colmillo blanco.



Coral, Víctor
2004 Cielo estrellado, Lima, Santo oficio.



Crisólogo, Roxana
2000 Animal del camino, Lima, Santo oficio



Espinosa, Rafael
2002 Book de Laetitia Casta y otros poemas, Lima, Forma e imagen.



Fernández, Carolina
2001 Una (vela) encendida en el desierto, Lima, Derrama magisterial.



Gabriel, Esteban
2002 Pirógeno, Lima, Chatarro



Granda, Orlando
2003 En el barranco, Lima, El colibrí azul.



Guerra, Martín
2003 Imagen sin nombre, Lima, Talleres Diálogo.



Herrera, Dante
2004 A través del agua, Lima, Colmillo blanco.



Lafferranderie, Emilio
2004 Lugares prácticos, Lima, Arturo Higa Ed.



Martín, Frido
2004 Naufragios, Lima, Linea & punto.



Melgar Wong, Francisco
2002 Estados Unidos distrito de Jesús María, Lima, Álbum del universo bakterial.



Mendizábal, Bruno
2004 San Felipe blues. Álbum del universo bakterial.



Murrugarra, Elma
2003 Juegos, Lima, Magdala.



Piñeiro, Andrés
1997 Diotima de Mantinea, Lima, Dedo crítico.



Quiroz, Rubén
2004 "Rotación", en: La vocación de la palabra, Lima, PUC.



Recalde, Josemari
2000 Libro del sol, Lima, CEAPAZ.



Saavedra, Edgar
2000 Final aún, Lima, Signo lotófago.



Trujillo, Jorge A.
2004 La ironía de la rama negra, Lima, PUC.



Valle, Alejandra del
2000 Estrella doble, Lima.



Vela, Juan
2005 El agua de la luna, Lima, Viñedo seco.



Vélez, Elio
2001 En el bosque, Lima, PUC.



Yrigoyen, José Carlos
1999 El libro de las señales, Lima, Nido de cuervos.
2004 Lesley Gore en el infierno, Lima.




[fuente: Hueso Húmero 45, diciembre 2004]

EPISTVLA AD POETVNCVLVM: ARS POETICA NOVISSIMA

Epistvla Ad Poetvncvlvm: Ars Poetica Novissima [1] / Nemicus Patérculo




La estulticia, caro poetilla [2] , es grosera. Exhibir públicamente en ágora la carencia de un trato justo y amable con nuestros mayores resulta [ofensivo] no solo para quienes te oyen, sino más –y por ello este hecho resulta condenable­– para aquellos que deben padecer la vergüenza de saber que empeoras la comunidad [3] tanto como las letras. Por eso no pretendas damnificar los oídos de tus pares con ladridos sordos y no quieras no saber: comienza por ejercer la humildad en tus escritos y en tu trato con los demás.

Humildad, pues, aquella que nos hace saber nuestra imperfección tanto en las tareas más cotidianas (conseguir leche fresca, pulir bien las armas, criar buenos hijos y amar debidamente a la mujer) como en el ejercicio de las Letras; tarea esta que exige además de una dedicación casi vestal, un trato constante con el resto de los autores. Y aunque sabiéndote dotado para los hexámetros o para las estrofas glicónicas [4] no esperes hecatombes. No. Ni un poema épico debería llenar tu pecho de soberbia, ya que esta solo sería expresión de tu sencillez, la cual sucumbe ante los suspiros de las bellas tontas o de los simples que habrán de tenerte por héroe, siendo tan solo uno más de la legión de imitadores de Virgilio.

Aprende, entonces innoble poetilla, de Jorge Augusto Trujillo cuyo nombre es ya expresión de su doble origen: Jorge que quiere decir en lengua griega “pastor” y Augusto que en la nuestra es la del “Em­perador”, tanto como de su obra La ironía de la rama negra [5] . Un noble bucoliasta venido de la región de Turgala en Hispania que ha dado ala luz pública un delicioso manojo de poemas [6] , que, poetilla, para tu molesta e innecesaria vanidad, es cruda vacuna.

Los tiempos que vivió Jorge Augusto fueron duros y sangrientos: la vida era una cosa venida a menos y los políticos habían creado un clima de podredumbre en el gobierno de la ciudad y del pueblo, solo comparable al hedor de los mercados sirios en época de verano. Sin embargo, el poeta elige la esperanza y se aferra a esta desde un manejo impecable del verso. No, poetilla, no es la débil conciencia que tienes del verso en tanto línea o raya sobre un trozo de papel... no se trata de un poema que solo se diferencia de la prosa porque lo divides en rayitas... Jorge Augusto sabe, como sus antepasados, que el verso es la vuelta en la memoria del oyente y del lector de una serie de sonidos y cantidades7 , mas él no se conforma con repetir lo ya dicho sino que lo dice todo con un nuevo modo, inaudito al punto de la enajenación:


Misma noche y su degüello
y empedrado atado en lengua,
levísimo vuelto calzo
sin decir que a oído muerda.

(“Primer romance”, p. 15.)


Los hispanos, si es que no lo ignoras, tienen acento rudo para el latín; sin embargo, el divino Adriano bien ha celebrado la dulzura natural de su lengua nativa con entusiasmo. Pero los versos de Jorge Augusto quiebran esa dulzura y vuelven ajeno lo que se sabía natural, casi al punto de aliterar [8] todo lo que designa:


De aquel tu viejo hojaldre, mi Nesoe,
de atreve a saber sabores harto de
la sierpe que busco no saber;
solo por te cortar
inclino a bajas cadáver de saeta renga,
mi perfil desacertado
para instruir al frior del véspero
en el tañido del barro...

(“i”, p.25)


Podemos –y más debemos– reconocer en las palabras del poeta una lengua común, pero algo hay en sus construcciones, en el acomodo de las palabras en los versos y en las palabras mismas que nos hace pensar en otra realidad, acaso ignota. Jorge Augusto narra con velamen los aspectos más oscuros de su vida y de la historia de su familia; no se trata, pues, poetilla incauto, de un conglomerado de poemas escrito desde la adolescencia hasta el punto de madurez en que se da a conocer. Es un cuerpo trabajado en todas sus partes que no deja de lado la máxima del maestro de enseñar con deleite [9]: el autor se preocupa por construir un canto que a través de la experiencia personal conmueva al resto de su comunidad. Y tú, poetilla de tabernas, por qué no dejas de lado la soberbia de artista de gimnasio [10] y te dedicas a mejorar tus escritos. Descarta esos papelillos que atesoras desde la enseñanza primera [11] , por ser bochornosamente ingenuos, llenos de palabras manidas y expresiones como “Te espero sentada”, “la noche oscura de mi ser conflictivo”, “mi sexo aturdido por las drogas”, “escribo desde el infierno”, “estoy sola y soy una vagina herida” etcétera... Abandona la fácil y mediocre melancolía de mirar los jardines de inmundos villorrios suburbanos y tomar licores baratos para olvidar tu sencilla materia. Apura tu ansia de aprender y no temas en descartar los cuerpos mutilados, las lágrimas acumuladas y las torpes menciones de mitos que demandan un mejor trato que lo evidente: Aquiles patizambo luego del venablo, Edipo ciego, Áyax furioso y Prometeos encadenados. Imagina Prometeos ornitófilos [12] , Dédalos pederastas, pastores zoofílicos (muy verosímiles, por cierto) y Afroditas misóginas... no caigas en el calco insufrible del inexperto que resalta algo tan evidente como la fealdad de la Gorgona o la sed de venganza de una ilusa Ariadna.

De esta manera, impresionable poetilla, llego a la certeza de que Jorge Augusto, a diferencia de ti, no es un lugar común [13]. Se aleja él de los referentes comunes sin llegar a renegar del todo de su lengua y de su tradición: trabaja su lengua desde las mismas raíces de los vocablos, así como forja un legado auténtico de referentes poéticos conformadopor una variada selección de autores. Y no creas, imberbe versador, que Jorge Augusto tan solo glosa a Séneca o que remeda con su acento propio hispano los versos celtas de Federicus Rohner [14] ; él trabaja sobre un legado y no para un legado...


Rehágome ciego en preñez de erizo,
criaturar de seso y sien cocido a rabo,
mira en sutura vuelta
presta para el no vero carnífice,
oscilar a ser lo sido y tras sí
el soplo a perecer en su cortejo
al ciervo muerto.

(“vi”, p. 35)


Verbos hechos nombres (con sus respectivos derivados como “sido”), adverbios mutados de dialectos conocidos y palabras propias del saber clásico, como carnífice... ¿Quién es el falso (no vero) carnífice del ciervo ya muerto? Posiblemente ese asesino sea el mismo que ha aniquilado favorablemente los usos conocidos del lenguaje en este poema...Y es justamente por el conocimiento que Jorge Augusto tiene de sus mayores y pares que puede crear algo distinto y en tal medida auténtico. No esperes, infatigable derrochador de papiros y pergaminos, crear de la nada un canto digno de las mejores fiestas. Quieres pintar sin tintes y cocinar sin nobles carnes, por lo que terminas ensuciando los murales con el barro de tu torpeza e hirviendo un par de piedras simulando cocido. Busca en primer lugar material para trabajar, y eso no solo se consigue en las conversaciones de media mañana, sino como lo hizo Jorge Augusto: en arduos escrutinios de bibliotecas de la mano de un buen vivir sin rencores y envidias. Lee, la letra es para eso, no para adornar salones y divertir a los comensales. Y si te acusan de ser prisionero de las bibliotecas, regocíjate pues la inmundicia de quien grita su ignorancia es como el ladrido del perro que se impone con fuerza bruta al rigor de la razón. Y a los perros se les calla lanzándoles un hueso en el hocico...

Elige, pues, un tema como en el caso de los poemas de Trujillo lo es el de la familia, sobre todo con menciones tan entrañables para el caso de la madre:


Cuanto oído he de vieja
madre ahora lo desguardo,
cuanto ruede ha sido en frente
nuda ahora esme espanto,
cuanta sangre hube de ignore
sépame ahora por reclamo...

(“Cero”, p. 19)


La actitud agresiva del poeta, como puedes apreciar –si puedes—, lo lleva al punto de criticar la figura materna. Es, en cierta medida, un Orestes matricida que con vocablos propios del uso común de su tiempo, que ya suenan cada vez más inusuales por los giros gramaticales y las torsiones dialectales, logra imponer su voluntad a la de la tradición familiar, acaso política, que lo acoge.

Y lo más importante que debes recordar, débil humanidad que deshonra las Letras, es que el reconocimiento (la fama) no es un bien en sí mismo: no quieras estar en boca de todos por decir idioteces como “la poesía no existe”, “nadie escribe mejor que yo” o “la poesía es un des­garro” (o peor aún, una patada...). Sé valiente y acaba con tu vida con una daga si es que has de vivir bajo el signo injurioso de la ignorancia adquirida. Trabaja dignamente en lo que sea, pero no hagas de la literatura tu oficio: no merezcas sucios mendrugos a cambio de un poemita erótico, ni quieras ser aplaudido por los mediocres comerciantes del mundo del espectáculo a cambio de un manojo de soecidades, mal maquillado con torpe retórica y lamentables versos horrísonos imposibles para la recitación. Y sobre todo, evita la tristísima condición de aquellos que se conforman con suscitar la atención del pueblo solo porque ladra necedades en desmedro de sus pares, siendo, a común entender de la ciudadanía, un magro autodidacto que pretende escaños y laureles reservados a los poetas con talento forjado. No llegues al extremo de vender tus poemas en la plaza pública ni de hacer ridículas poses en la calle con fuego y otras gracias de mercado que solo con­siguen enturbiar tu imagen. Que el poeta rime (y si es malo, entonces gime) y que el filólogo discrimine.

Imita a Jorge Augusto, quien sin ser noble o notable jurista, vive justamente amado por sus amigos, su familia y su gentil y sapiente señora. Lee, como él, letras pasadas y presentes con igual vehemencia para que puedas forjar los días venideros de la Literatura; ¿de lo con­trario, cómo pretendes renovar el estilo y, en el mejor de los casos, mejorarlo? ¿Puede un pintor serlo sin modelos, sin un legado y, para ser claro a tu estolidez, podrá serlo sin pinturas y tintes necesarios? Tu deber es conocer el idioma mejor que nadie, y para ello debes saber qué hicieron antes que tú otros poetas para no ser un eco más. Lee libros que sigan la senda de La ironía de la rama negra, senda oscura que recorre los vedados rincones de la lengua para transmutarla en una realidad cada vez más viva, con conocimiento de causa.



Finalmente diré con rigor, impureza gramatical encarnada en joven, que de nada te servirá hacer públicos tus versos en edad tierna, edad de tímidos bigotes y asustadizas barbas de fantasía. No compitas contra el inexorable tiempo, deja que este madure tu materia como a los higos: son, pues, como debes saber, más tiernos y melados aquellos maduros y obscuros que cayeron naturalmente de la rama, acaso negra, sin ser apresurados por la inexperta y hambrienta mano del usurpador. Si eres joven dedícate a leer, a jugar y perder la virginidad de la mejor manera; deja los actos públicos para el futuro, cuando ya maduro, puedas asumir el peso de tus palabras con estoicismo.

Recuerda, así, estos versos de Jorge Augusto que bien podrán guiarte en tu duro recorrido, si es que para cuando termines de leer estas palabras no has desistido ya o, en el peor de los casos, me buscas furioso con una piedra en la mano que pueda vindicarte (o una antorchita para quemarme)... pero recuerda que yo, tu servidor, solo soy un lector más que se resiste a la pasividad y que tú eres quien carga el peso de la palabra huera o sólida, memorable o deleznable...


Anda hacia pie en su menor e inversa
en arrear multiplicares de suyo braceo;
habríase de cincelar la ligadura
mas preténdeme en granito
ella cocción de lo entre mío
aun me siendo más que parle
y escondrijo acaecido para parra...

(“xii”, p.47)



Texto traducido y fijado por Elio Vélez Marquina





[1] El presente texto, además de ser un comentario detallado del libro del poeta Iorge ex Turgalica, también conocido en algunos códices vaticanos como “Turgala”, tuvo la pretensión de ser una ars poetica para los poetas de su tiempo. Si bien la fecha es incierta se le puede ubicar en el lapso comprendido entre la segunda mitad del siglo II d.C. y fines del siglo III d.C. Con el título de “Epístola al poetilla” fue publicado este documento en la revista Studia Heretica Año 6, agosto de 1966. La traducción aquí vertida se realizó desde la copia conservada en el Archivo Particular de J. W. R. en el Castillo de Sanctangelo en Zaragoza. El impreso original se conserva en un volumen de factura moderna que recoge, además, el Spejo de la vida humana de Rodericus. Sobre el autor Nemicus Patérculo es poco lo que se sabe: vinculado a una prestigiosa gens emparentada con la Calpurnia vivió una vida sosegada dedicada a la docencia y a la cocina. Su Logos Gastrermargía (‘Estudio de la glotonería’) ha sido visto como el antecedente del tratado culinario de Caius Apicius, por ejemplo.

[2] El “poetilla” de la epístola no es más que una personificación de los poetas que durante la Época Imperial arremetían contra los lectores sin misericordia.

[3] El original dice civitas; es decir, la comunidad humana de la vrbs, de la ciudad.

[4] Formas métricas más que prestigiosas de las letras latinas imperiales, que hoy por hoy, equivalen a escupir simples endecasílabos o populares octosílabos a un poeta que cree que el verso es una raya, una línea de letras en la hoja en blanco.

[5] El título original de la obra es Carminæ ex ironia rami nigeri. Tanto la traducción del título como la castellanización temprana del nombre latino del poeta fueron hechas por Sor María del Carmen de Vilela y Torres en 1617. La traducción manuscrita de la monja se conserva en el archivo de El Escorial. Existe una edición moderna de la obra de Trujillo que forma parte de la Serie de la Salamandra (PUCP); la cual reproduce la bellísima traducción de la monja. Cito según la ya mencionada traducción de Sor María del Carmen, cuyo conocimiento de diversas lenguas romances pudo semejar el uso del latín, griego, persa y demás lenguas que el poeta mezcla indiscriminadamente.

[6] Poemata trae el original, tal y como el contexto imperial lo demandó en su tiempo.

[7] Traduzco “cantidades” por nummeri.

[8] El original trae la voz griega onotopoiia [onomatopeya], que designa los vocablos que, supuestamente, imitan los sonidos de las realidades extralingüísticas. Sin embargo, dichas realidades extralingüísticas en la poesía de Trujillo no se corresponden necesariamente con objetos físicos, antes bien lo hacen con conceptos. Por tal motivo es preferible hablar de aliteraciones.

[9] Se trata de la máxima horaciana de docere delactare.

[10] Mutatis mutandi se puede afirmar que la expresión equivale hoy en día a “poeta universitario”, aunque son peores los que publican en revistas y periódicos de moda.

[11] Acaso “educación secundaria” en nuestro sistema educativo.

[12] Ad litteram ‘Prometeo amante de las aves’.

[13] Traduzco la expresión topica poetica por “lugar común” en lugar de tópicos.

[14] Se conserva de este autor un conjunto de Carminæ. La editorial Corza frágil, publicó hace unos años una excelente traducción del mismo.



[fuente: Hueso Húmero 45, diciembre 2004]

EL EVANGELIO SEGÚN JC

EL EVANGELIO SEGÚN JC / Alfredo Villar


José Carlos Yrigoyen. Los días y las noches. Álbum del Universo Bakterial. 2005




No he nacido en esta clase social, por eso te digo
que no es fácil salir de ella

Calicalabozo, Andrés Caicedo

Aquellos que tienen miedo a vivir son los que demandan los sacrificios
Sacrifice, Flipper





¿Puede ser la literatura peligrosa? La respuesta de ustedes, nosotros lectores, creo que casi siempre será: No. Nadie quiere morir por quimeras. Ni literarias, ni ideológicas, ni políticas. Era del vacío. Era del hastío. Es por eso que ya no leo mucha poesía peruana. En una época era lo que más amaba leer. O quizás me equivoque y sí esté leyendo poesía, mucha más poesía peruana que cuando era un joven y desorientado estudiante de literatura. Quería ser poeta. Bah, mejor ser profeta. El atravesado. Ser el Cordero. El chivo expiatorio de tu clase. El Joven Cristo a quien envían al Sacrificio. Mejor escribir la poesía impía, pero a la vez lacerantemente religiosa de JC Yrigoyen.

Porque algo sucede en la poesía peruana. Algo que va más allá de luchas entre criollos y andinos, viejos y nuevos, integrados y mar¬ginales. Parecería esto la caricatura de una lucha de clases, pero es en realidad una ilusión. Desde que uno decide escribir Literatura en un País Oral como el nuestro, uno decide ser leído por una minoría. Es¬cribir en el Perú (seas provinciano o limeño, del ande o de la costa, contestatario o adaptado) es una actividad elitista, hecha por una minoría para otra minoría.


LAS BOTAS SE REGALAN/LOS LIBROS CUESTAN CARO


Decía un viejo lema de las luchas de Huanta y Huamanga en el 69. Y eso más de 30 años después sigue siendo cierto. La cultura letrada no ha podido democratizar el libro ni la lectura. Ha sido el deseo y la intención de algunos. Pero es una promesa inconclusa y abortada siempre por el Poder Oficial. Es un control político. Una señal más del autoritarismo de nuestra nación y de la profunda brecha entre las minorías y las mayorías, entre la cultura de las elites y la cultura popular.

¿Pero qué tiene que ver la poesía con esto? Tiene que ver quizás con la necesidad que siento de pedirle algo más a la poesía que leo.

El nivel quizás sea excelente. El dominio de las palabras es perfecto. Pero también quiero una realidad que vaya más allá de las palabras, una lectura más seria de nuestra historia, de nuestra sociedad, de la forma en que el poder castra los deseos, de las formas como éste seduce, domina y hace obedecer. Y algo que me sorprende es que leyendo Los Días y las Noches de JC, uno siente ese enfrentamiento entre el poder (la ley, la autoridad, Dios, el padre) y el deseo, entre el placer y la culpa, entre lo prohibido y lo permitido por la “sociedad”. Y no es casual que la sociedad a la que pertenece JC sea aquella minoría, aquella elite: la alta clase criolla limeña. JC no sólo hace el retrato poético de su individualidad, es también el mejor cronista de los límites y las cárceles morales que aprisionan a los suyos. Su poesía es un homenaje como a la vez un sutil pero dolido enfrentamiento contra los de su clase, su moral, su religión y su dominio. Es el poeta de su decadencia, el apóstol de su agonía.


Mi padre es la blanca / señal / que fragmenté esta noche de agosto / sobre la espalda de Santiago / la blanca señal que brilla sobre la espalda de Santiago / como la lengua del alba, sobre las modestas / criaturas.


Así comienza el Libro de las Señales. Irónico título. Irónico por la religiosidad casi bíblica del nombre y la rebeldía casi demoníaca del personaje que JC construye aquí como espejo vital y máscara literaria. La imagen inicial es a la vez un relámpago y un amanecer. La “blanca señal” es el rayo, la luz y la mano divina con la que el poeta escribe El Libro y con la cual, a la vez, se rompe las Tablas de la Ley impuestas por el Padre. Estas leyes serán rotas por JC en “la espalda de Santiago”. Rotas por el deseo uranista, por el placer prohibido, por la trasgresión desatada.

Pero a la vez, y esta es la compleja dualidad que atraviesa la poesía de JC, estamos ante una imagen extremadamente religiosa. JC ha sido criado piadosamente en un hogar criollo, católico y pequeño-burgués. Una educación llena de santos y mártires. Llena de imágenes. Y si es Santiago el Sebastián atravesado por el deseo de JC, es también el patrón del invasor español y el primer santo que llega al Perú. Junto con la Virgen María, su imagen será omnipresente en toda la Pintura Virreynal. A la vez que Matamoros, verdugo de los opresores (¿Quizás el Santiago blanco y europeo, fascista y desadaptado que enloquece al protagonista?), está Santiago Illapa, el relámpago, la señal en el cielo de los que se rebelan, el hijo defensor del oprimido.

El Libro de la Señales nos ofrece desde el inicio la historia de un sacrificio y una pasión. Y a la vez su inversión: En vez de el hijo sumiso a Dios y que entrega el cuello para el sacrificio de Abraham, aquí es este mismo hijo el que toma el cuchillo y sacrifica al Cordero. La espalda y el cuerpo de Santiago. El que instaura una nueva ley y moral.


Me comporto como hacían las Átridas: / confundiendo los antojos de la naturaleza / con los de mis propios oficios


JC se asume como un fuera de la “civilización”, como un primitivo, como un bárbaro. Ha rechazado la moral de su clase. Los errores de su clase. Se siente culpable por los horrores que cometen cuando son cómplices del poder. Del fascismo. Su personaje en este primer libro es un corresponsal de Guerra y a la vez un bárbaro que siente vergüenza y fascinación por la Historia:


La consigna era no dejar pasar a la historia / que anunciaba su llegada / tocando un tambor / a la hora convenida


Santiago es el mesero europeo y el amante de JC el reportero, que es a la vez un poeta que no soporta ser tratado y llamado como tal:


Ahora dices que detestas a los poetas / porque según tú viven / de la desnudez de los animales


Aquí Yrigoyen asume una imagen que proviene del más tradicional malditismo poético. Como Rimbaud sienta a la belleza en sus rodillas y la escupe. Como todo poeta maldito corteja con el desasosiego y el mal. Frente al spleen y la poesía pequeñoburguesa busca en ella otras señales. Otra moral, otro deseo, otra religión:


Lo que no sabes es que en cada poema/aunque no sea mencionado / también existe un macho cabrío / que todas las mañanas canta / cubierto de carne humana / para despertar a todos los habitantes de la ciudad.


Estos versos que podrían ser un homenaje a Chirinos Cúneo (uno de los pocos poetas peruanos del siglo XX, que asumió una marginalidad poética y vital que lo convierte en uno de los más interesantes fuera del sagrado canon oficial de la poesía peruana) son también el límite de una propuesta que JC siente inconclusa, que siente que debe ir más allá de las palabras, no en busca de la historia ni la razón sino del placer y el deseo:


¿No es acaso la historia / una imagen imprudente / de un poeta que sabía demasiado? El problema surge cuando la distancia /que nos separa de la sabiduría / es propiedad del placer


¿Pero quizás no sea esto otro tipo de huída? JC se siente confundido, poseído por la ficción, por la mentira de la literatura:


Ya sé que esto parece la canción de un embustero: / señales y formas. Pero todo cuerpo que abandonas / durante una larga estación / requiere de una teoría / si quieres volver a recobrarlo


Una teoría o un libro de poesía. Un libro donde el mal se convierte en una moral del exceso y la trasgresión, llena de fantasías entre religiosas y fascistas. Un cristianismo negro. Un corazón bajo la sotana. Un fusil en la entrepierna.


Si yo por ejemplo decido tomar una siesta / en las bañeras vacías / de Nuestra Santa Iglesia local / y de repente un grupo de alegres muchachos alemanes / vestidos de negro derriban la puerta / y me toman de la garganta


El poema seguirá con alusiones a la guerra, a los hebreos y a los nazis. En una parte JC retrata a su progenitor como un jefe fascista:


Mi padre llevaba un elegante / uniforme negro, contaba en sueños/vagones de ganado


Pero esta fascinación es también el deseo invertido, la necesidad de ser distinto al padre, de conjurar su error a la vez de admirarlo, de rechazarlo y a la vez estar obsesionado con él:


Forjarme la eternidad mediante el exceso / tú sabes, despertar en el dormitorio de un hombre / a quien conocí recién anoche / buscando en sus ropas tiradas en el suelo / alguna señal de muerte / y conjuraría buscándole algún parecido con mi padre / estoy obsesionado con ello


Frente a la violencia de la historia y la guerra JC nos ofrece la violencia de la trasgresión sexual. En ella busca la liberación que no puede encontrar en medio de la destrucción, un deseo de eternidad que siempre es más intenso en medio de la muerte:


¿Y es que acaso se puede ganar/la eternidad por aclamación? / se puede ganar/también por el contacto carnal / con otro semejante, / aunque eso no es lo que prevalece/en estas épocas de guerra / de las que estábamos hablando


Frente a la autoridad patriarcal está la imagen de la madre, mariana y esclava, la virgen dañada y comprensiva que protegerá y castrará a la vez la rebelión del hijo:


Luz de mayo no es lo mismo que luz de agosto/cuando la virgen te amenaza/ con un cuchillo de hueso


El lazo materno es también el vientre protector, la distancia entre el hijo y la noche, el nexo entre el poeta y la locura, la imagen, la alucinación:


Mi madre/era larga como el cordón imperial/que separa a las mujeres de la luna


Frente al “padre sonoro / segador de razas / que es el Orden impuesto / a los ojos de Dios”, el protagonista prefiere rechazar lo “bien visto” y ser clandestino, hacerse invisible, proclamar la moral del invertido “porque todo cuerpo invertido / tiene el dudoso privilegio de permanecer oculto”.

Es gracias a este rechazo que después puede surgir la afirmación, la glorificación de la experiencia carnal, de la camaradería sexual, de la superioridad de lo moderno frente a lo sagrado:


Ser solidarios y comparar nuestras partes y las de nuestros semejantes / yo digo las caderas de Santiago se parecen a los ángulos/por donde entró la muerte / y Santiago dice las ancas de José Carlos / son la más alta distinción del hombre moderno


Una nueva experiencia que anuncia una nueva moral pero también el vacío después de la violencia y la nostalgia por lo inocencia perdida:


Que la señal de los cuerpos de nuestra época / es la música de la carne pasada por el cuchillo / demostrando que tanto lo que se guardó dentro / como fuera de ella / es igual de sucio


Una culpa religiosa y política. Muy similar a aquella que atormentaba a Pasolini, uno de los héroes y arquetipos de JC (habría que ver cuánto la imaginería del maestro italiano ilumina la poesía de Yrigoyen, sobre todo aquellas imágenes del fascismo sexual en Saló o los 120 días de Sodoma), pero también muy católica, tradicional y criolla, atormentada igualmente por el placer y el remordimiento:


Los amantes se entregan después de la batalla / dentro de las carpas y sobre las pieles vivientes e indiferentes a las columnas de los muertos/ que se mueven por los aires oscuros/ como los gusanos de la culpa


El Libro de las Señales termina con la huída de JC y Santiago. La culpa del poeta es tan poderosa como su liberación. De ahí solo quedaba saltar al otro margen, pasarse al lado de los que van más allá de la normalidad, hacerles canciones, escribir poemas para ellos. El segundo libro, el inédito y durante mucho tiempo resguardado por JC como Chicos, es ahora La Balada del Anormal. Un título bastante higiénico y correcto para el que durante mucho tiempo fue el libro menos oficial y piadoso de Yrigoyen.


Inesperadamente, una tarde de sábado, / aparecí yo por este barrio miserable, / y entre otros muchachos, más robustos / y apuestos, fuiste tú el elegido; / así que no busques referencia religiosa a esto, / solo el satisfacer un puro deseo


Pero otra vez, incluso en este libro, la presencia de la culpa es poderosa y lo atraviesa de inicio a fin. La conquista amorosa es vista y exaltada simultáneamente como pecado y goce. Pero a la vez los personajes que encarnan los poemas de JC tratan de rechazar esta angustiosa dualidad


Los nombres de los que en mis brazos estuvieron / no son ya un recuerdo malo, una imagen de culpa / Cristian. Santiago. Renzo.


Pero parece que la imaginación católica y criolla solo puede encontrar satisfacción en el placer culposo, en la ley burlada y vengada, en la trasgresión castigada. El poeta quiere una vida “normal” pero su felicidad, su vida, su deseo está en otra parte, y eso lo desgarra


Esos amores ridículos, las noches de cine / con una muchacha, usando frases vagas / Para redimirme, / extrañando luego en la cama, a solas, / esa angustia, esa culpa / que hoy ilumina mi corazón y lo enciende


No recuerdo que la versión previa de este libro (que el autor hacía circular en copias impresas a la manera de Kavafis de quien, junto con Sandro Penna, estos poemas tienen algo más que el aliento epigramático) tenga tan acentuada esta sensación de la culpa. Pero si mal no recuerdo era una voz sobre todo homo erótica. Pero esto último no creo que sea muy trascendente, si hay algún cliché que la poesía de JC rompe es aquel de la poesía erótica y de género. JC prefiere algo más arriesgado y sutil: inscribir su vía crucis personal en una poesía que es del cuerpo pero no “erotiza”, que habla de opciones sexuales pero no toma la bandera por ningún “género”. Lo peligroso, lo incómodo, lo sorprendente en esta poesía es cómo lo autobiográfico está matizado por lo dramático. JC no sólo es autor, es el actor y el personaje principal de un montaje en movimiento, de una pasión filmada con palabras, de una película en versos que por momentos se enfrenta e increpa a la realidad, rechaza la literatura, irrumpe en la confesión:


El asunto ya no es tan literario, Marisol, / ni es cuestión de que te repugnen mis poemas, / sino de que me reconozcas en ellos


No es casualidad que La Balada del Anormal concluya con este poema dirigido a la propia madre del autor, porque el libro siguiente de JC, Lesley Gore en el Infierno acentuará aún más está dramática tensión entre la ficción y la biografía, entre lo literario y lo confesional, entre lo lírico y lo narrativo:


¿Pensaste en serio que nos tragaríamos las patrañas de tus poemas / a los chicos de las gasolineras, de las azoteas, de las plazas, a sus contornos supuestamente sagrados, cuando en verdad / mirabas de reojo a las muchachas que entraban y salían / indiferentes a tu voz afeminada, de la mano de otros hombres


Que el personaje elegido por JC sea ahora una oscura y antigua cantante pop americana quien es a la misma vez el poeta travestido (“he aquí la última obra de Lesley Gore, "El libro de las señales") indica que en este libro, a diferencia de los otros, estaremos más cerca de un tono de voz y un punto de vista “femenino”, aunque sin caer en la escritura de género y su explotación literaria ( y cambias de género a los personajes de este poema/figuras, imágenes, te dices, que a nadie interesan). Las mujeres en este libro son seres poderosos, protectores, iluminados por la bondad y el perdón, pero también son la asunción de una sexualidad arrepentida, el cierre del círculo de la culpa, la vuelta al orden y la aceptación social, que esta vez tiene rasgos femeninos y militares a la vez:


Y así las mujeres son hombres castrados que nos han enseñado el dolor / que nos han enseñado a enfrentar la muerte como quien descubre / su propio rostro dentro de un libro de marchas militares / donde brillan las ilustraciones de los desfiles alemanes / alemanes apuestos / alemanes fieros / alemanes insolentes [1]


Una visión feroz y dolida que ahora aparece fascinada igualmente por el poder femenino y el fascismo. ¿Qué sucedió con el rebelde? Pero no nos engañemos, estamos ante una identidad fragmentada y casi esquizoide, multiplicación de voces y puntos de vista, desvanecimiento de los límites entre el sueño y la vigilia, predominio de lo alucinatorio sobre lo real, es una experiencia similar a la dislocación del Yo experimentada por Berryman en The Dream Songs (que era el libro de cabecera de Yrigoyen cuando escribía Lesley Gore). Es una experiencia tan llena de deseo como dolor, de muerte y enfermedad (“no sé, solo hacer algo que no sea escribir estos poemas / que terminan como se cierra la puerta de una morgue”).La decadencia y el desasosiego flamean en este libro, quizás el más torturado, infernal, el más ficticio y a la vez autobiográfico del autor.

¿Creíste que escribiendo poemas largos encontrarías la paz? Se interpela en un momento Lesley Gore/ JC. El dolor es tan grande, la culpa es tan fuerte, que JC prefiere ahora huir del malditismo,


Quizás ha llegado, pienso, el tiempo de ser bueno, / de salir a la noche y liberar el corazón


Esto lo logra JC volviendo al seno familiar, no para cuestionarlo sino para reconciliarse con él y a la vez consigo mismo. Como en el hermoso poema “Álbum familiar” donde JC, el poeta, viaja (¿imaginaria¬mente?) al lugar donde supuestamente fue concebido para retratar el encuentro amoroso de sus padres:


Padre Jorge, madre Marisol, / donde he vuelto para que miren a su hijo nacido en un cuarto de hotel, / para que lo miren a los ojos y acepten juntos estas palabras, / manos pálidas que a través del aire nos trajeron compasión, / misericordia, / y otras cosas que aún no hemos entendido



Es un poema de reencuentro y perdón y JC apela para esto a valores cristianos como la “compasión” y la “misericordia”. Un cristianismo heterodoxo, similar al de Pasolini, y cargado de una visión sombría y crítica frente a las hipocresías de su clase social


Veo por la ventana de este cuarto gris, a los hombres de bien / besando las frentes de sus narcotizadas esposas


Esto se radicaliza en el poema “Dos Hermanos” donde JC, como un Fassbinder criollo, destroza la moral burguesa de dos amantes incestuosos. Es un poema iracundo, rabioso, sin concesiones, JC le cede la voz a Lesley Gore que “ha comenzado a perder la compostura” para lanzar la “blasfemia” más evidente de toda su poesía


Y ya no vengas ahora a hablarme entre sollozos del amor de Dios / ¿No quisiste alguna vez que el amor de Dios / te cubriera como una enfermedad venérea? El amor de Dios es igual al recuerdo de una encamada / que a las pocas semanas infesta nuestra entrepierna / y el Amor de Dios fue tan atroz e inofensivo / como una violación simulada


JC ha asumido la poesía como una actividad de expiación, una labor dolorosa donde escribir poemas es “hablar siempre, siempre sobre uno mismo, hasta hacerse daño” una poesía que es a la vez una terapia psicoanalítica y una confesión de iglesia, una exploración de un pasado asumido como oscuro y pecaminoso:


¿Pero acaso escribir un poema no es precisamente eso, / no es solamente la imagen obsesionante de la humillación, / del retorno a un lugar donde todo, hasta los arbustos, / es malo?


Nos pregunta JC/Lesley Gore en el poema final del libro. Un poema que termina anunciando una visión sombría y de adaptación sumisa del poeta al orden social:





No será tuyo el asiento junto a los poetas importantes / ni se te concederán los oficios inútiles y mal pagados / con los que soñabas en tu juventud. Solo poseerás / la oficina vacía, la cama compartida y compartida hasta el tedio




Lesley Gore en el Infierno cierra Los Días y las Noches de JC Yrigoyen. Hemos contemplado una pasión. Y he ahí el logro pero también el límite de la obra de Yrigoyen, que más que la D del deseo parece cerrar con la D del dolor. Un dolor que proviene de la culpa, que busca la conciliación y la aceptación, que anhela el arrepentimiento y el perdón. Según Jerónimo Pimentel la palabra “culpa” en la obra de JC supera las 3 decenas. Pimentel no ve nada “malo” en esto. Pero aquí quiero discrepar con Jerónimo, porque a mí sí me incomoda tanta culpa, tanto dolor asumido, tanta tolerancia ante el castigo y la sanción social. Me llena de desesperanza ver el sacrificio de un poeta. Lo último que me gustaría es ver a José Carlos convertido en el Nuevo Poeta Oficial. Si la estela maldita de Chirinos Cúneo fue su precedente ahora JC estaría más cerca de Antonio Cisneros. Lesley Gore en el Infierno en ese sentido tiene más de una conexión con el que sería, es mi opinión, el último buen libro de Antonio Cisneros: El libro de Dios y los Húngaros. La conversión piadosa, el arrepentimiento culposo, el triunfo mariano, pueden lograr obras maestras y buenos, excelentes libros de poesía. ¿Pero después? ¿Cuál será el camino que seguirá JC? ¿Por qué afirma en la nota de autor que inicia el libro un “No hemos sido felices”? Yrigoyen no está hablando de un dolor personal que él asume como colectivo. Pero ¿debemos seguir asumiendo esa actitud? Al menos yo ya no quiero ser parte de una generación del miedo y el dolor. La culpa y la angustia pueden despertar y cambiar una vida, pero también pueden embrutecerla, debilitarla, llenarla de temor, concesiones frente al poder. La poesía de JC retrata la lúcida y desesperada lucha de alguien contra ese poder, las contradicciones de alguien incómodo con su clase pero a la vez respetuoso de esta. Nos deja como imagen final su crucifixión y estadía en el infierno. Ha sacrificado a sus demonios para respirar la paz de una nueva vida. “Abandoné la rabia y pasé al lado de los gimientes” Quizás el reto para el poeta sea ahora demostrarnos que también nos puede llevar más allá del dolor y el sacrificio.



Nota

[1] ¿Por qué ese recurrir constante a la segunda guerra mundial? ¿por qué esa obsesión con el fascismo, con lo religioso? ¿Es Yrigoyen un extremista? ¿Un soldado de Cristo o del Führer? Nuestro país no ha sufrido Auschwitz ni Dachau. Pero sí Pucayacu, los Cabitos, Cayara, la matanza de los penales, La Cantuta. La Historia Universal puede distraernos de Nuestra Historia. Hasta ahora nuestra poesía oficial ha olvidado esa historia. El olvido es la mejor compañera del fascismo y el silencio.



[fuente: Hueso Húmero 47, noviembre 2005]