martes, 1 de julio de 2008

PANORAMA ACTUAL DE LA LITERATURA PERUANA

Panorama actual de la literatura peruana / Reinhard Huamán Mori




Contrario a las grandes carencias que padece el joven circuito literario peruano, producto del casi inexistente apoyo institucional y económico por parte del Estado y la empresa privada, sumado a los bajos niveles educacionales y de lectoría que padecen nuestras escuelas, podemos decir que en el Perú se practica y se genera muy buena literatura.

Pero, más allá de incurrir en el eterno juego de víctimas y victimarios con nuestra propia realidad, advertimos que la actual producción literaria se ve respaldada por las capacidades de sus representantes en el terreno de la gestión cultural. Todo poeta, narrador, crítico, director de revista o editor que desee ver su producto circulando en el mercado (librerías, ferias de libro o presencia en el canon), está obligado a convertirse en contador, distribuidor, organizador de eventos, publicista y hasta en vendedor [1]. Quizás esta sea la característica principal de esta nueva “generación”: su imperante necesidad por hacerse un nombre, un común y dispar esfuerzo por ser escuchado, aún cuando los métodos utilizados bordeen lo caricaturesco y/o adopten actitudes al estilo del peor talk show latinoamericano [2].



El boom editorial

Paradójicamente, a partir de 2001 en adelante el número de editoriales nuevas y serias ha ido en aumento, al igual que la rigurosidad de sus procesos de selección de sus autores publicados [3]. Este boom editorial contrasta plenamente con “la tendencia natural” de los jóvenes estudiantes universitarios (poetas o narradores y hasta aprendices de teóricos literarios), a formar grupos que giraban en torno a la publicación de plaquettes o revistas (en muchos casos una muy buena revista), pero nunca fueron más allá de eso [4].

A diferencia de las décadas anteriores, como los 70, 80 y 90’s, los autores, sobre todo los poetas, se organizaban en revistas, colectivos y agrupaciones con el fin de forjar una voz colectiva y tener mayor impacto en los medios, y así obtener el reconocimiento anhelado. Muchos de ellos tuvieron mayor relevancia pasados los años [5] (Hora Zero y Narración en los 70’s, Kloaka en los 80’s, entre otros), mientras que hubieron aquellos que dejaron un leve rastro y se evaporaron tal como vinieron: fugazmente.

No obstante, a inicios del siglo XXI las revistas y agrupaciones dejaron de tener mayor trascendencia debido a que ya no era necesario agruparse para ser escuchado ni tampoco para editar libros en colectivo [6], ya que económicamente publicar un libro no es tan costoso como hace 10 años atrás. Por esta razón, la fórmula del éxito ya no reside en las publicaciones periódicas, sino en la propia capacidad publicitaria y massmediática de sus autores.

Actualmente, las voces colectivas han dado paso a las individuales, ya que la proliferación de medios informativos en web les permite evadir la dolorosa y sufrida convivencia de egos y celos literarios. Ya nadie se une para tocarle la puerta a una editorial, sino que se lanzan a crear la suya y publicar sus propios libros y los de sus amigos, con lo cual se empieza a ver, por primera vez en mucho tiempo, a la edición como un negocio casi rentable dentro del mercado literario peruano, dejando atrás los quijotismos y la idea romántica del arte por el arte.

A pesar de esta actitud un tanto naif, aún es irrisorio hablar de una industria editorial en el país [7], aunque es cierto que cada vez este negocio va extendiéndose. Si a fines de los 90 las revistas organizaban mesas redondas y debatían sobre literatura, ahora las jóvenes editoriales organizan festivales internacionales de poesía [8], coloquios de narradores y estudios literarios en general, además de ferias de libros (distritales, escolares, municipales).

Incluso, se generaron asociaciones y alianzas entre editoriales [9] y algunas revistas del medio limeño. Una de estas asociaciones fue la Red peruana de editores [10], cuyo fracaso supuso el nacimiento de Punche Editores Asociados [11], pero luego de un esperanzador inicio todo regresó al vacío cotidiano [12]. A pesar de no cumplir con los objetivos trazados inicialmente, se lograron pequeñas victorias como entrar a una cadena de librerías con tarifas reducidas, y tener mayor presencia en medios. Además, Punche cumplió una importante participación en la última Feria Internacional del Libro de Lima, en donde organizaron mesas de discusión sobre la actual problemática editorial y contó, además, con un stand en donde sus ediciones competían palmo a palmo con grandes editoriales internacionales y locales como Norma, Planeta, Peisa y Alfaguara.

Entre las editoriales con mayor impacto en el circuito capitalino tenemos a Solar, Matalamanga, Estruendomudo, Lustra, Álbum del Universo Bakterial, Campo de Gules y tRpode. La marcada preferencia por la narrativa [13] por parte de Solar se advierte en la publicación de las colecciones de relatos breves Peruanos ilustres de Alejandro Neyra y Mujeres a punto de alzar vuelo de Víctor Falcón; así como la novela corta Habrá que hacer algo mientras tanto de Ezio Neyra. Por su parte, Matalamanga también se caracteriza por dar espacio a la narrativa [14] y entre sus títulos figuran El arte, las mujeres, la muerte [15], Un hombre flaco bajo la lluvia (Armando Robles Godoy), Descuentos (Christiane Félip Vidal), Perros héroes (Mario Bellatín), entre otros.

Estruendomudo, como ya mencioné antes, empezó con la publicación de su periódico de poesía Odumodneurtse. Paulatinamente, el proyecto fue cobrando mayor fuerza y gracias al apoyo de la universidad Católica, nació la editorial, con lo cual la universidad se aseguró el lanzamiento y la promoción de sus jóvenes escritores [16]. En poco tiempo y gracias a la habilidad de su editor, Álvaro Lasso, la editorial fue creciendo hasta convertirse en una de las más importantes, publicando no solo a jóvenes narradores del medio, sino también a reconocidos escritores internacionales y locales (Selección peruana, muestra de 11 narradores peruanos [17]; Los inocentes, reedición del célebre libro de Oswaldo Reynoso, Una terraza propia (antología de narradoras argentinas) y Para Roberto Bolaños de Jorge Herralde. Por otro lado, su sello también edita poesía, en donde podemos encontrar de todo, desde los más grandes traspiés literarios, hasta buenos poemarios como el de Victoria Guerrero: Ya nadie incendia el mundo.

Por otra parte, las editoriales de poesía han ido floreciendo en medio del vasto desierto limeño. Así tenemos a Lustra Editores, de los poetas Víctor Ruiz y Sergio Camacho, quienes han editado a conocidos poetas peruanos como Rodolfo Hinostroza (Memorial de Casa Grande en 2005 y Nudo borromeo y otros poemas en 2006), Suzuki Blues de Renato Sandoval en 2006, además del propio libro de Ruiz, Aprendiendo a hablar con las sombras en 2004.

Asimismo, Campo de Gules, formada por Gonzalo Málaga, Diego Lazarte, Miguel Malpartida, y Alessandra Tenorio, ha publicado en 2005 los títulos Portarretrato (Alessandra Tenorio) y Los Multifuckers y otros cuentos de Gonzalo Málaga. Mientras que por una línea pulcra y conceptual transita tRpode, dirigida por Renato Gómez, la cual tiene en su haber los poemarios de Julia Ferrer, Gesto, en 2004; OILEAU, de su propio director en 2005; La transformación de los metales de Paul Guillén, Breviario de Gastón Fernández en 2006, y El Árbol de Reinhard Huamán Mori, en 2007.

Por otro lado, Álbum del Universo Bakterial, dirigida por Arturo Higa, trabaja la presentación y formato de sus ediciones basándose en las lecturas y la sensibilidad que los poemas proponen. Así tenemos los poemarios Cieloextenso del propio Higa, en 2002, Lugares prácticos de Emilio Lafferranderie (2004), Cinco segundos de horizonte de Mario Montalbetti y Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen (ambos de 2005), Insomnio de Lorenzo Helguero de 2006, entre otros títulos.

Una editorial alternativa es Sarita Cartonera, encabezada por Milagros Saldarriaga. Sarita Cartonera fabrica sus libros a partir de la recolección y trabajo a mano por parte de jóvenes recicladores de cartones, y pese a que no son publicaciones pulcras ni elegantes, es encomiable el esfuerzo de proyección social que realiza la editorial, convirtiéndose en una de las más populares del medio.

Es importante tener en cuenta a Chätäro Editores, de Rodolfo Loyola, que ya lleva más de 10 años en este negocio [18]. Muchas de las actuales revistas y editoriales han sido publicadas por primera vez con él. Es el caso de Intermezzo tropical, Girabel, Dedo Crítico, More Ferarum, Ajos & Zafiros, Ginebra Magnolia, Lhymen, Apeiron y Mixturas en cuanto a revistas. En tanto, Signo Lotófago, Sarita Cartonera, tRpode y Estruendomudo en editoriales. Empero su excelente currículum, Chätäro está más interesada en la producción gráfica y editorial de sus publicaciones antes que en su distribución y publicidad.

No obstante la cantidad de jóvenes editoriales en el medio limeño, es posible detectar el inicio del declive de algunas de ellas. En una conversación personal con Alessandra Tenorio y otra con Javier Morales, coincidimos los tres que más de una editorial no ha llegado ni llegará a editar más de cuatro libros (a excepción de la mayoría que ha sido mencionada en el artículo), ya que estamos viviendo un terrible proceso de selección natural. Siempre tan lúcido y crítico, Javier me comenta que “este boom es tan solo una primera fase, puesto que luego vendrá la etapa de las sobrevivientes, de las que satisfacen las exigencias del público al editar cosas buenas. Esas se mantendrán, y las que ahora pueblan la ciudad letrada no quedarán sino para ser mal ejemplo”.



Poesía, poetas y grupos poéticos

Tanto en Lima como en otras ciudades al interior de la nación es posible advertir la constante formación y gestación de grupos literarios, los cuales muchas veces giran en torno a la edición de revistas, plaquettes, u otras publicaciones periódicas. Sin embargo, producto del marcado centralismo en el Perú, los movimientos cobraron mayor importancia en la capital, ya que es ahí donde confluye el centro de la actividad cultural del país, pese a que en otras ciudades como Puno, Cusco, Arequipa y Chimbote también se desarrollan movimientos importantes. Además, cabe destacar que desde el 70 hasta ahora, la mayoría de movimientos y agrupaciones en Lima estuvieron conformados por inmigrantes o hijos de inmigrantes, lo cual era uno de los rasgos principales de estos movimientos: el mestizaje cultural y su procedencia socioeconómica, marcando distancias frente al pequeño grupo capitalino.

En la actualidad, podemos advertir que los actuales grupos que se forman en la capital son herederos de sus pares del 70 y 80, principalmente de Hora Zero. Empero, a partir del 90 las agrupaciones pierden fuerza debido a que sus acciones mantenían marcadas similitudes respecto a las de sus antecesores [19]. Es así que aparecen agrupaciones que, si bien no tuvieron la atención de los medios por el desgaste que sus acciones suponía, sí en cambio mantuvieron una actitud de pequeñas tribus callejeras, organizando escandalosos recitales de poesía, jugando a los poetas malditos y deambulando por una Lima patética que recién empezaba a librarse del terrorismo y, por ende, reinaba la apatía en el ambiente. De esta manera, surge el grupo Neón, quizás el más popular, sin ser por ello el más importante, de esta década. Estuvo conformado por Leo Zelada, Carlos Oliva, Miguel Ildefonso, Paolo de Lima, Héctor Ñaupari, Roberto Salazar, Masías Evangelista y Juan Vega [20].

Asimismo, en los 90 coexistieron otros grupos como Inmanencia [21], Noble Katerba [22], Geranio Marginal, entre otros [23]. Lo característico de esta década es la propensión a la dispersión e individualismo de sus autores, lo cual también se extiende y profundiza en los poetas del 2000. En su muy bien documentado ensayo sobre la poesía y los movimientos poéticos en Lima durante este decenio, Luis Fernando Chueca sostiene que no existía ningún planteamiento poético dominante, ya que lo que se sobreponía eran las temáticas dispersas y estéticas de corte individualista. Asimismo, Chueca señala nueve características que acogen los poetas del 90: el espacio sub-urbano y popular; el poeta maldito-urbano; coloquialismo y discurso de la cotidianeidad; la veta culturalista; el sujeto autobiográfico que recupera la memoria familiar; el espacio de ritualización; la desrealización del lirismo extremo; lenguaje que tiende al barroquismo por su recargamiento y los diversos registros que articula; y, finalmente, la libertad total de la palabra [24].

En mayor medida, estos rasgos, al parecer, han sido muy bien heredados por los grupos poéticos del 2000, los cuales ante la falta de una poética definida y una conciencia política, continuaron apareciendo pero sin trascender ni sobresalir entre sus pares. No obstante, todos ellos se disolvieron cuando uno o dos de sus integrantes se decidieron por proyectos personales, otros encontraron mayor interés por parte de la crítica, ya sea por haber ganado un premio o por sobresalir entre los demás, lo cual desataba celos, envidia y vanidad, llevando a la posterior disolución del grupo.

Inicialmente, los jóvenes poetas se juntaban también para contrastar sus escritos, para darse seguridad antes de lanzarse a publicar un libro y también para aprender en conjunto. Es por eso que, si echamos un vistazo a sus primeros poemas, encontramos versos autobiográficos, impresionistas, duros, rústicos y efectistas, los cuales corresponden a su primera experiencia: la inmensa mayoría se resume en poemas vergonzosos, escondidos por sus propios autores.

Entre las agrupaciones que mayor presencia tuvieron, destaca Sociedad Elefante, integrado por los entonces estudiantes de literatura de la universidad San Marcos: Alejandro Sanz Chung, Romy Sordómez, Agustín Haya de la Torre, Diego Sánchez y el narrador Moisés Sánchez Franco. De ellos, solo los tres primeros han publicado: La voz de la manada de Sanz en 2002, Vacas negras en la noche y Présago de Romy en 2004 y 2006, y Canto de la herrumbre de Haya.

Por otro lado, los también sanmarquinos Coito ergo sum, estuvieron conformados por Miguel Ángel Malpartida, Christian Bernal y Daniel Amayo. El primero de ellos es el autor de Galería, poemario con el cual obtuvo el primero premio del concurso César Calvo en 2002. En tanto que Amayo acaba de publicar su ópera prima, Serthea, a finales de 2006. Otros grupos de la misma universidad: El Club de la Serpiente (Frank Turlis, Manuel Vargas, Rubén Landeo, Raúl Solís [25], David Jiménez y Diego Lazarte, quien sobresalió del resto por obtener el primer puesto en los juegos florales de su casa de estudios en 2003); Artesanos (Norman Mendoza, Miguel Reyes, entre otros); Nudo de voces (Gino Roldán, Juan Pablo Mejía, Dalia Espino, Alex Morillo, Alberto Alcántara) y Jade (Josefina Jiménez, Óscar Perlado, Daniel Maguiña y Alex Alejandro).

En tanto, fuera de las aulas sanmarquinas, tenemos a Colmena (Alessandra Tenorio, Jessica Pita, Víctor Ruiz, Morayma Sayán, Judith Bravo y Fidel Chaparro) y Verom Jusna (Ilich Quispe y Max Pinedo), ambos grupos de la Universidad Nacional Federico Villarreal; además está Cieno, conformado por los estudiantes de literatura de la universidad Católica Álvaro Lasso, Fernando Pomareda, Santiago Caballero, entre otros.

En provincias, en cambio, los grupos son numerosos y diversos entre sí. Muchos de ellos florecen y fenecen sin llegar ser advertidos por los medios y prensa, de ahí su desconocimiento y la consecuente falta de valoración hacia su trabajo. Sus motivos de unión son también los mismos que los de sus pares capitalinos. Sin embargo, se sienten ligados también por un sentimiento provinciano que contrasta fuertemente con la política centralista del Estado. Entre las más importantes o con mayor trayectoria tenemos a Patio Azul de Cajamarca (encabezado por Jack Farfán); Pez de Oro de Puno, liderado por Luis Pacho; Anábasis, grupo que tiene filiales e integrantes en distintas ciudades del Perú, como Barranca, Chimbote y Lima, y está conformado por John López, Galia Gálvez, Andrés Torres Guillén, Ronald Marcelo Paulino, Juan López Morales, quienes a su vez organizan la Feria del Libro en Barranca. Asimismo, en Chimbote está El Universalismo, que ya cuenta con más de 12 años y está integrado por Santiago Azabache García, Sonia Paredes, Gustavo Tapia, Ricardo Ayllón, Elena Carhuayano, Madelaine Beltrán, Róger Antón, Ernesto Wurth, Claudina Llanos y Rosa María Juárez. En Arequipa tenemos al grupo Triángulo, conformado, entre otros, por los poetas Juan Yufra y Filonilo Catalina (seudónimo de Luis Castillo, quien en 2005 ganó el premio Copé de plata en poesía); mientras que en Iquitos está Urcututu, cuyos integrantes son Ana Varela, Percy Vílchez Vela y Carlos Reyes Ramírez.



Las revistas, esas nebulosas

Tanto como formar agrupaciones y movimientos, en el Perú fundar una revista es parte de nuestra tradición literaria. Mucha razón tuvo, entonces, Alfonso Reyes al calificar las revistas literarias como nebulosas, “cargadas y finas que llenan los intersticios entre los libros”, ya que desde siempre, los poetas y narradores peruanos se “fogueaban” publicando sus textos en las revistas que dirigían. Muy pocas son aquellas en cuyas páginas no ha figurado un poema o un relato de sus directores, ya que era también una forma de preparar el camino al ansiado primer libro.

De esta manera, tenemos en nuestra historia revistas con toda clase de orientaciones: politizadas, purificantes, lúcidas, críticas, efímeras, espantosas, visionarias, entre otras. Sin embargo, en estos últimos tiempos los lectores parecen no apreciarlas mucho. Prueba de ello es el poco interés por formar una revista y continuarla, es decir, llegar más allá del número tres.

En la actualidad, la mayoría de revistas las dirigen personas que ya han acabado los estudios de literatura o tienen, al menos, una respetable trayectoria y experiencia que respalda su línea editorial. Son pocas las revistas de estudiantes, a menos que sean revistas electrónicas o blogs, los cuales ya no suponen mucha inversión y potencialmente tienen mayor llegada entre sus lectores, ya que no es necesario pagar por el ejemplar ni por los gastos de envío para acceder a su contenido, si es que se está lejos del lugar donde fue publicada.

En la capital, las revistas que han marcado una pauta a seguir, pero que lamentablemente han dejado de editarse son More Ferarum, dirigida por José Ignacio Padilla, Carlos Estela y Edgar Saavedra; Vórtice, de Hernán Medina, Arturo Higa, Mario Reggiardo, Juan Carlos Adrianzén, María Eugenia de Aliaga, y Tatiana Ganoza; Apeiron, Johnny Zevallos, Moisés Sánchez Franco y Omar Salazar; Evohé y Fórnix, ambas dirigidas por Renato Sandoval; Girabel, dirigida por Paul Guillén y Renato Gómez; Fuegos de Arena, de Claudia Salazar, e Identidades [26], suplemento cultural del diario El Peruano, cuyo último editor fue Giancarlo Stagnaro [27], y gracias a su periodicidad contó con la colaboración de importantes críticos y estudiosos cumpliendo una importante labor en los casi cuatro años que duró.

Precisamente, a finales de los 90 y principios de 2000 se gestan propuestas importantes que se fueron consolidando gracias a sus críticos y reveladores contenidos, así como por su preocupación por renovar y difundir los estudios literarios peruanos a través de coloquios, mesas redondas y presentaciones.

Entre las más institucionales y con una línea de crítica teórica y especializada, orientada principalmente a estudiosos e investigadores, destacan Ajos & Zafiros (actualmente dirigida por Alberto Valdivia), Lhymen (Dante González, Javier Morales y Jorge Terán); Tinta expresa (cuyo comité editorial está conformado por Alex Morillo, Carlos Capellino y Mario Cossío), Dedo Crítico (su último director fue Gabriel Espinoza), Casa de citas (dirigida por Fernando Toledo); y El hablador (Francisco Izquierdo Quea, Mario Granda, Giancarlo Stagnaro y Johnny Zevallos [28]). Cada una de ellas se caracteriza por priorizar la teoría literaria universitaria, o al menos equipara los textos de creación con sus sesudos trabajos monográficos. Más bien, la revista virtual El hablador ofrece un tratamiento más fresco y ágil de los estudios literarios peruanos, gracias a la experiencia de muchos de sus directores en otros proyectos paralelos o anteriores. En tanto, Lhymen mantiene una marcada preferencia por los estudios literarios orientados hacia el mundo andino. Esta línea editorial contrasta por completo con la mirada occidental de las revistas de Lima, lo cual es un plausible esfuerzo ya que refuerza una identidad muchas veces dejada de lado por los propios críticos nacionales.

Por otro lado, revistas como Intermezzo tropical (Victoria Guerrero), Hueso húmero [29] (dirigida por Abelardo Oquendo y Mirko Lauer), Ginebra Magnolia (Reinhard Huamán Mori), Lapsus [30] (Giancarlo Huapaya y Gustavo Alejos); Ciberayllu [31] (Domingo Martínez); Pelícano (Ana María Falconí y Miguel Ildefonso), Cambio de letra (Roselyne Rodríguez y Milton Vera), Bocanada (Alberto Alcántara) y Sol negro [32] (Paul Guillén), mantienen un perfil crítico pero sin caer en jergas especializadas, sosteniéndose en la lucidez de sus colaboradores, lo cual hace que sus contenidos se presenten más atractivos para el lector debido a la originalidad de su redacción y enfoque.

En provincias, la producción de revistas también es constante y variada, a pesar de que la enorme mayoría de ellas mantengan una presentación artesanal y no tan vistosas como sus pares capitalinos. Así destacan El Pez de Oro, de Puno (Luis Pacho y Víctor Villegas); Mixturas (Melissa Mendieta), Katenere (Jaime Vásquez Varcárcel) y Kanatari (Joaquín García), todas ellas de Iquitos; Ars Verba (Carlos Toledo Quiñones) y Paqariina (Rolando Roca y Cervantes Julia), ambas de Huaraz; Sieteculebras (Mario Guevara Paredes) y Ángeles y demonios (Carlos Sánchez Paz) de Cusco. En Chimbote están Rincón del Diablo y Nexus, las dos dirigidas por Christian Ahumada Heredia; Poiesis (John López Morales); Poetas en busca de editor (Ricardo Ayllón y José Luis Mejía), además de El ornitorrinco también de Ricardo Ayllón. Asimismo, en Barranca tenemos a Puro cuento (Carlos López Morales) y Plexus de John López Morales. Por su parte, en Arequipa encontramos a Enemigo Rumor (Jimmy Marroquín, Carlos Quenaya y Hugo Yuen), Náufrago (Carlos Caballero) y Lego (Ana María Flores); mientras que en Trujillo destaca Las sumas voces, de Roger Neyra.

Mención aparte merece el proyecto Urbanotopía [33], cuya batuta recae en el poeta cusqueño Martín Zúñiga, y consiste en la creación de un catálogo virtual de poetas, los cuales están unidos por afinidades literarias. En este blog, que hasta el momento cuenta con más de 241 poetas de todo el Perú, se pueden encontrar, además de los poemas, datos biográficos de los autores, sus poéticas y una breve reseña biográfica.

Una preocupación en común que tienen algunas revistas, tanto virtuales como físicas, es la reunión de jóvenes autores en antologías y muestras. Tal es el caso de Lapsus, que en su cuarto número publicó una muestra de poesía preparada por Miguel Ildefonso [34]. Un año antes, en 2005, la revista Hueso húmero en su número 47 hizo lo propio presentando una selección de algunos de los recientes poetas peruanos a cargo de Mirko Lauer y Mario Montalbetti titulándola “Poesía peruana post-2000 (Un zappeo)” [35]. Lamentablemente, de los 15 autores propuestos [36], solo 6 son del 2000. En tanto que en narrativa, la revista Ginebra Magnolia, en su número 4 publicado en diciembre de 2004, presentó una muestra de 17 narradores peruanos de los últimos 15 años (37). No obstante, en lo concerniente a antologías o colecciones de narrativa corta peruana última, los libros han sido los mejores medios para esta empresa [38].



Brevísima reseña de la narrativa peruana

Los rasgos que caracterizan y definen la narrativa peruana son el realismo y su marcada insistencia por representar ficciones verosímiles [39]. La narrativa moderna en el Perú se gestó a partir de la generación del 50 [40], cuando los escritores hacen a un lado al indio, su problemática y su tratamiento paternal hacia él [41], para centrarse en la vida de la ciudad. Al respecto, Carlos Eduardo Zavaleta escribió: “En el ámbito peruano dominaba el influjo de Vallejo y sobre todo su actividad universal a partir de elementos nacionales; y dominaban también, respetados por todos, el indigenismo notorial y escueto de López Albújar y el indigenismo emotivo y de denuncia social, a través de cierta maestría novelística, desusada hasta entonces en el país, encarnado por Ciro Alegría” [42].

Estos cambios trajeron consigo nuevas perspectivas que resultan importantes para la comprensión de la actual narrativa peruana. Narradores como Carlos Eduardo Zavaleta y Mario Vargas Llosa manejaron a la perfección los tratamientos estructurales que plantearon James Joyce, Ernest Hemingway y William Faulkner. Por otro lado, narradores como Julio Ramón Ribeyro, Luis Loayza, entre otros, son guiados por los temas y situaciones narrativas, además del pensamiento de Kafka, Jean-Paul Sartre o Albert Camus. Asimismo, esta apertura se extiende a los escritores latinoamericanos, como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan José Arreola, Juan Carlos Onetti, Roberto Arlt, entre otros.

Todos estos nuevos autores y registros son asimilados por los narradores del 50, teniendo como consecuencia relatos en donde se rompe la concepción lógica del tiempo, los personajes se humanizan, los lenguajes y registros de habla representados cobran mayor verosimilitud. Asimismo, hay una marcada preocupación colectiva por representar los fenómenos que se sucedían en Lima, tales como el crecimiento desmesurado de la capital, el surgimiento de barrios marginales, la decadencia de la aristocracia limeña, la representación psicológica, moral, económica y lingüísticas de los individuos de la urbe.

A partir de ello, las siguientes generaciones de escritores han profundizado más y más en la problemática urbana, la vida posmoderna, la explosión terrorista en los 80. Todo ello consolida la tendencia urbana en nuestros narradores. Incluso, críticos como Gustavo Faverón, advierten que en los narradores de las supuestas generaciones del 90 y 2000 hay una marcada influencia de Vargas Llosa, basándose en los siguientes rasgos: la abolición de los remanentes del provincialismo, la mirada cosmopolita, el reconocimiento de la literatura universal de la cual el narrador debe formar parte y la creencia de que el mundo interior del autor debe estar ligado a su tierra y a la historia de esta, así como a la imaginación y a los paisajes íntimos de otros escritores en cualquier otro lugar y tiempo [43].

Una de las características de los narradores del 90 y del 2000 es la marginalidad de los personajes, ya sea que estos provienen de barrios pobres y conflictivos de la capital, o son personajes con algún desvarío psicológico o mental, étnico o sexual. En ellos el fracaso y la decepción se simbiotiza y mimetiza con el medio que los rodea. De esta manera, tenemos una ciudad caótica, decadente, donde “todo hiede a sudor de pobre y caca de anciano. [44]”

Pero este modo de representar la ciudad moderna y el desencanto de la clase social baja limeña es un tópico recurrente en la narrativa peruana. Sin embargo, son los narradores peruanos de los 90 los que se detienen a explorar el lado más oscuro, grotesco y ruin del sujeto y su entorno, además de utilizar la temática del alcohol y las drogas como medio de evasión y serenidad momentánea. En este sentido tenemos a Carlos García Miranda (Cuarto desnudo y Las puertas), Sergio Galarza (Matacabros y La soledad de los aviones), Julio César Vega (Cuatrogatos), Gonzalo Málaga (Los multifuckers y otros cuentos), quienes recargan en sus personajes la sentida desazón del sujeto contemporáneo. Por este motivo, el habla y el lenguaje de sus personajes reproducen la rudeza y la fuerza de la calle, o sus desvaríos mentales. Un claro ejemplo lo tenemos en Cuarto desnudo y Matacabros, en donde el lenguaje se torna violento y agresivo.

No obstante, es Santiago Roncagliolo el autor más promocionado y conocido, no solo en el país, sino a nivel internacional, gracias a los logros que sus escritos han obtenido. Entre sus libros publicados tenemos La guerra de Mostark (2000), El príncipe de los caimanes (2002), Pudor (2005), y en 2006 Matías y los imposibles y Abril Rojo, el cual le valió el Premio Alfaguara de Novela.

Por otro lado, están los narradores que apelan por las ficciones metaliterarias y experimentales. Tal es el caso de Mónica Beleván y Luis Hernán Castañeda (Casa de Islandia y Hotel Europa), quienes apelan por el meticuloso manejo de la estructura narrativa en sus textos. El caso de Castañeda es particular, ya que fue considerado el autor revelación gracias a su buen debut con Casa de Islandia, en 2005. Finalmente, otros nombres a tomar en cuenta son Alejandro Neyra (Peruanos ilustres), Carlos Yushimito (Las islas), Edwin Chávez (1922), Óscar Málaga (Blues de un gato viejo y El secreto de la trapecista) , Pedro Llosa Vélez (Protocolo Rorschach), Ezio Neyra (Habrá que hacer algo mientras tanto y Todas mis muertes) y Víctor Falcón (Cómo alterar el orden de todo y Mujeres a punto de alzar vuelo).



Notas

[1] Ricardo Silva-Santisteban, respetable poeta y editor peruano, además de traductor y ensayista, sostiene lo siguiente en una entrevista inédita que le hice a principios de este año: “Aquí, como somos pobres, tenemos que empezar a escribir el libro, después tenemos que corregirlo, editarlo y, una vez publicado, tenemos que ir a venderlo. En realidad, estamos partidos, y eso siempre ha sido así. Ahora tenemos mucha gente que edita sus propios libros y los vende. Conozco el caso de un poeta que editaba sus libros y los vendía en los colegios. De tal forma sus libros se agotaban sin haber pasado por las librerías”.

[2] Parece mentira pero desgraciadamente es cierto, en el circuito literario peruano, sobre todo en el limeño, debes mantener una actitud parricida frente a la anterior generación. En el caso del 2000, algunos poetas tendían a protagonizar escándalos, peleas, insultos y llantos en los medios escritos y televisivos solo para captar un poco de atención. Ni mencionar el deplorable espectáculo protagonizado por algunos narradores costeños y los de provincia (algunos de ellos sobrepasaban los 50 años), cuyo litigio fue la comidilla del 1er Congreso Internacional 25 años de narrativa peruana (1980-2005), que tuvo lugar en la Casa de América, en Madrid, del 23 al 27 de mayo de 2005.

[3] Este “fenómeno” se da íntegramente en la capital de la nación, ya que en el interior de esta las editoriales mantienen su formato artesanal, debido a que cuentan con menos medios económicos.

[4] En Lima tenemos, por ejemplo, a los grupos poéticos Sociedad Elefante, Segregación, El Club de la Serpiente, Artesanos, quienes editaban mayormente una plaquette con sus creaciones.

[5] Durante los años 70, época de la dictadura militar, surgieron importantes grupos y movimientos que influenciaron a los que nacieron en las posteriores décadas: Hora Zero en poesía (creado por Juan Ramírez Ruiz y Jorge Pimentel), y Narración en narrativa (Oswaldo Reynoso, Juan Morillo, Miguel Gutiérrez. Posteriormente, se sumaron Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros). Por otro lado, en los 80 surgió el movimiento de poesía Kloaka (fundado por Róger Santiváñez, Guillermo Gutiérrez, Edián Novoa y Mariela Dreyfus, luego se unió Domingo de Ramos, entre otros poetas), cuya rebeldía y anarquía contra la cultura burguesa constituían uno de sus rasgos característicos.

[6] En la actualidad, pocos son los libros colectivos en Lima. Un claro ejemplo de ello lo conforman Tetramerón y Claroscuro. El primero fue editado por el fondo de la Universidad de Lima en 2003 y reunía las óperas prima de Bruno Pólack, Luis Cruz, Diego Molina y Sergio Camacho. Este grupo de estudiantes de la Universidad de Lima participaba del taller de poesía organizado por dicha casa de estudios, el cual era dirigido por Renato Sandoval. Asimismo, formaban parte del consejo editorial de las revistas Fórnix y Evohé, también dirigidas por Sandoval. Sin embargo, no conformaban una agrupación literaria. Por otro lado, el libro Claroscuro, editado en 2005 por Círculo Abierto Editores reúne también los primeros poemarios de cuatro jóvenes (no tan jóvenes), que participaban del taller de poesía de la universidad San Marcos. Ellos son Eberth Munárriz, MaryCarmen Ponce, Luciano-Àcleman y Fabricio Rebatta, quienes además conforman el grupo Claroscuro.

[7] Al respecto, Ricardo Silva-Santisteban, comenta en la mencionada entrevista: “En realidad, no existe una industria editorial en el Perú. Se publica por todos lados pero eso no hace que exista una industria editorial peruana. Las condiciones son desfavorables, pues aquí, en la actualidad, vivimos del papel y de todos los insumos importados. Antes, en los 50 existía, por ejemplo, el monopolio del papel. Por tales motivos, además del 19% de Impuesto General a las ventas, no se dan las condiciones para el desarrollo de las editoriales en el Perú, como no sea importando la publicación de los libros en el extranjero”.

[8] La editorial Estruendomudo, que empezó humildemente con un periódico de poesía, es ahora una de las editoriales jóvenes más rentables de Lima y, además, organiza el festival de poesía internacional Novissima Verba, uno de los principales en la capital.

[9] Por su parte, las editoriales artesanales formaron el Grupo Editorial Huaca Prieta, en enero de 2005, con la intención de “democratizar el libro y la lectura” (¿?). La agrupación estaba integrada por Ediciones Altazor, Lluvia Editores, Arteidea Editores, Ediciones Petroglifo, Editorial Zignos, Sietevientos Editores, Bracamoros Editores y Lago Sagrado Editores.

[10] Creada en febrero de 2005, la Red Peruana de Editores estuvo integrada por las editoriales Matalamanga, Estruendomudo, Sarita Cartonera y las revistas Dedo Crítico y Ginebra Magnolia, y tuvo una duración de tres meses. Asimismo, los asociados contaban con el apoyo de la ONG Runa, la cual capacitaba no solo a los integrantes de la Red, sino también a diversos estudiantes de universidades de Lima e Iquitos, en gestión cultural orientado al campo literario. Luego de participar en tres ferias de libros (la feria de las universidades Católica y San Marcos, y la distrital de Jesús María), la Red desapareció en mayo de 2005, sin haber logrado nada producto del individualismo y a la falta de compromiso y responsabilidad de sus integrantes.

[11] Punche estuvo conformado por las editoriales Solar, Matalamanga, Álbum del Universo Bakterial, Estruendomudo, Sarita Cartonera, y las revistas Dedo Crítico, El hablador y Ginebra Magnolia. Luego de que sus integrantes prometieran mucho e hicieran poco, y gracias al individualismo de algunos y a la pobre capacidad de trabajo en conjunto, Álbum del Universo Bakterial decidió retirarse del proyecto. De esta manera, al cabo de un tiempo la comunicación entre los integrantes se enfrió y la asociación desapareció.

[12] Con el propósito de publicitar el lanzamiento de Punche, el diario El Comercio publicó, el 15 de noviembre de 2005, un artículo titulado “Editores buscan un lector”, en el cual Ezio Neyra, de Matalamanga, señala que: “Parte de la idea de asociarnos es terminar con los dolores de cabeza que nos genera trabajar de forma independiente. Como bloque, podemos conseguir logros en conjunto: mejores comisiones en librerías, tarifas de impresión, difusión de nuestras ediciones”.

[13] Solar se inició en el negocio editorial publicando el segundo poemario de Diego Otero, Temporal, en 2005.

[14] Matalamanga acaba de inaugurar su colección de poesía con OS, tercer poemario de Kenneth O’Brien.

[15] Este fue el primer título de Matalamanga, el cual consistió en publicar a los primeros puestos y finalistas del concurso de cuentos que organizó dicha editorial y la cadena de librerías Crisol.

[16] Entre los libros editados por la editorial destaca el de Luis Hernán Castañeda, Casa de Islandia, el cual le sirvió a su autor ser considerado como la revelación del año 2005.

[17] Ellos son Fernando Iwasaki, Enrique Planas, Luis Hernán Castañeda, Mario Bellatin, Iván Thays, Daniel Alarcón, Santiago Roncagliolo, Ricardo Sumalavia, Jorge Eduardo Benavides, Sergio Galarza y Alexis Iparraguirre.

[18] Antes de Chätäro Editores, Rodolfo Loyola trabajaba en el rubro editorial desde principios de los 90 con Taller Visual.

[19] Habría que señalar que en poesía se dieron las agrupaciones y movimientos que cobraron mayor relevancia en nuestra literatura. A diferencia de los narradores, quienes lejos de formar colectivos o grupos se mantienen mayormente como una fuerza individual, los poetas fueron quienes en base a su unión remecieron los órdenes sociales, políticos y culturales movidos por los grandes cambios que se sucedían en el mundo y en el país. Ciertamente, Hora Zero fue el movimiento del cual los siguientes se basaron, ya sea para emularlos, superarlos o negarlos. De ahí que se advierta que las agrupaciones posteriores repitieran lo que sus antecesores habían hecho y su fuerza se viera debilitada en los medios y en los propios lectores y consumidores de poesía.

[20] Paolo de Lima, en su artículo: “Atrincheramientos y balbuceos neotribales: El grupo poético Neón: entre la violencia utópica senderista y la dictadura neoliberal fujimorista. El caso de Carlos Oliva”, escribe: “El grupo no llegó a publicar una revista propia, y dentro de la escena cultural limeña se caracterizó fundamentalmente por la realización de multitudinarios recitales de poesía con un carácter juvenil y contracultural, lo que le significó ‘la posibilidad de generar un espacio propio, en un medio percibido como cerrado’”.

[21] A finales de los 90, Florentino Díaz, Enrique Bernales, Chrystian Zegarra y Carlos Villacorta, estudiantes de literatura de la universidad Católica, forman la agrupación Inmanencia, la cual editó los siguientes libros colectivos: Inmanencia en 1998 y al año siguiente Inmanencia: Regreso a Ouroborea. Su propuesta colectiva, en palabras de Carlos Villacorta, “buscó regresar a la vanguardia literaria de principios de siglo tanto peruana como europea. La búsqueda significó devolver a la palabra ese viejo sentido de lo primigenio, de lo rituálico que la sociedad del siglo XX ha optado por olvidar cuando no borrar del mapa. El poeta, en ese sentido, debería tomar conciencia del valor de la misma poesía no sólo como medio de expresión sino como medio de denuncia de una sociedad que cada día más aliena y desbarata al ser humano”.

[22] Agrupación poética conformada por los entonces estudiantes de la universidad Villarreal: Gonzalo Málaga, Roxana Crisólogo, Johnny Barbieri, Leoncio Luque y Pedro Perales. En una entrevista en 2006, Roxana Crisólogo recuerda que: “(…) organizar cualquier evento en ese espacio, dominado por el régimen aprista aun durante el fujimorismo, nos podía costar un ojo verde o que misteriosamente desaparecieran nuestras notas. En ese sentido, Noble Katerba fue un espacio de creatividad y resistencia en medio del caos y el autoritarismo; y la poesía, nuestra salvación”.

[23] En su “Historia personal del 90”, Miguel Ildefonso recuerda otras agrupaciones como Geranio Marginal y Vanaguardia. La primera contaba con Víctor Coral, Marcel Velásquez, José Medina, Manuel Rilo, el “chino” Broy y Josemári Recalde. Por su parte, la segunda era integrado por Miguel Kudaka, Arturo Higa, Perry Falcón y Carlos Solano.

[24] En opinión de Miguel Ildefonso, son siete los rasgos que los poetas peruanos jóvenes comparten (muchos de ellos son los que señala también Chueca): la insuficiencia del lenguaje o la palabra vacía; metalenguaje o la metapoesía en lo neobarroco o neobarroso; el antidiscurso, la intertextualidad y la polifonía; irreferencialidad o la irrealidad y los sueños; la incertidumbre del futuro; la no-utopía (¿?); y la purificación o la expiación de la voz poética.

[25] A finales de 2006, Solís publicó Conflicto Azul.

[26] www.elperuano.com.pe/identidades

[27] Identidades fue inicialmente editado por Enrique Cortez.

[28] www.elhablador.com

[29] www.huesohumero.perucultural.org.pe

[30] www.lapsusweb.net

[31] www.ciberayllu.org

[32] Sol negro es en la actualidad uno de los blogs de literatura peruana más vistos y respetados del medio. Su link es: sol-negro.blogspot.com

[33] http://urbanotopia.blogspot.com/

[34] El link de la muestra es: http://www.lapsusweb.net/pages/p04/muestra.htm

[35] En diciembre de 2004, el número 45 de Hueso húmero incluyó un artículo de los antologadores a modo de correspondencia, en donde señalaban los rasgos y las características de los autores que iban leyendo, con motivo de depurar y finalizar su selección. El artículo se tituló “Post-2000. Nueva poesía peruana” y se mezclaban autores que publicaron en los 90 y continuaron haciéndolo en el 2000, además de algunos autores que empezaron a publicar luego de fenecido el siglo pasado.

[36] Ellos son José Carlos Yrigoyen, Carolina Fernández, Miguel Ildefonso, Victoria Guerrero, Roxana Crisólogo, Frido Martin, Elma Murrugarra, Rafael Espinosa y Rómulo Acurio de los 90 o finales de esta década. Por otro lado, Alejandra del Valle, Francisco Melgar Wong, Elio Velez, Jorge A. Trujillo, Micaela Chirif y Emilio Laferranderie an editado sus poemarios a partir de 2000.

[37] La muestra incluye a Fernando Iwasaki, Santiago Roncagliolo, Óscar Málaga, Iván Thays, Enrique Prochazca, Gonzalo Málaga, Luis Hernán Castañeda, Rafael Robles, Johann Page, Juan Manuel Chávez, Francisco Izquierdo Quea, Julio César Vega, Ricardo Sumalavia, Luis Zúñiga, Carlos Yushimito, Mónica Belevan y Sergio Galarza.

[38] Prueba de ello han sido los libros Selección peruana (Estruendomudo) y Toda la sangre, de Matalamanga, que es una antología de los relatos sobre la violencia política y los tiempos del terrorismo en el país. Empero, los autores seleccionados por el antologador, Gustavo Faverón, no se ciñen solamente a los jóvenes narradores, sino que incluye algunos ya con amplio recorrido y experiencia como Fernando Ampuero, Jorge Eduardo Benavides, Pilar Dughi, Rodolfo Hinostroza, entre otros.

[39] Pocos han sido los narradores que hayan insistido por lo fantástico o lo experimental durante toda su obra, como Jorge Eduardo Eielson o Harry Belevan. Si bien es cierto que muchos de nuestros narradores han incursionado en estos campos, es cierto que lo han hecho como parte de una etapa de búsquedas, de cambios de lineamientos, como es el caso de Julio Ramón Ribeyro, quien transitó por el experimentalismo y los relatos de corte fantástico y absurdo.

[40] Acierta Carlos García Miranda al afirmar que antes de que los narradores de la generación del 50 modernizaran y revitalizaran nuestra narrativa, Martín Adán y José Diez-Canseco habían dado el primer paso con sus novelas La casa de cartón (1928) y Duque (1934), respectivamente.

[41] Recordemos el indianismo con Clorinda Matto de Turner, los hermanos Ventura García-Calderón o Enrique López Albújar, incluso Valdelomar. Todos ellos mantenían una estructura de tiempo lineal, con personajes claramente definidos (el bueno y el malo), en donde el manejo de las estructuras era plano y los lenguajes representados muchas veces caían en clisés.

[42] Citado por Miguel Gutiérrez. La generación del 50: un mundo dividido. pág. 88.

[43] El artículo de Gustavo Faverón apareció por primera vez en la revista Quehacer, N° 108. Sin embargo, cito también la versión electrónica que me ha servido de fuente para este texto: http://www.geocities.com/Paris/2102/art07.html

[44] Carlos García Miranda. Cuarto desnudo. pag. 39.

[45] La narrativa de Málaga empezó a publicarse a partir de 2004, con Blues de un gato viejo y ahora en 2006 con El secreto de la trapecista. Tiene inéditas cuatro novelas, y todas ellas gozan de un componente que no es común en los narradores peruanos: el humor.





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[fuente: Revista La Siega, No 13 Abril 2007]