viernes, 25 de julio de 2008

EL EVANGELIO SEGÚN JC

EL EVANGELIO SEGÚN JC / Alfredo Villar


José Carlos Yrigoyen. Los días y las noches. Álbum del Universo Bakterial. 2005




No he nacido en esta clase social, por eso te digo
que no es fácil salir de ella

Calicalabozo, Andrés Caicedo

Aquellos que tienen miedo a vivir son los que demandan los sacrificios
Sacrifice, Flipper





¿Puede ser la literatura peligrosa? La respuesta de ustedes, nosotros lectores, creo que casi siempre será: No. Nadie quiere morir por quimeras. Ni literarias, ni ideológicas, ni políticas. Era del vacío. Era del hastío. Es por eso que ya no leo mucha poesía peruana. En una época era lo que más amaba leer. O quizás me equivoque y sí esté leyendo poesía, mucha más poesía peruana que cuando era un joven y desorientado estudiante de literatura. Quería ser poeta. Bah, mejor ser profeta. El atravesado. Ser el Cordero. El chivo expiatorio de tu clase. El Joven Cristo a quien envían al Sacrificio. Mejor escribir la poesía impía, pero a la vez lacerantemente religiosa de JC Yrigoyen.

Porque algo sucede en la poesía peruana. Algo que va más allá de luchas entre criollos y andinos, viejos y nuevos, integrados y mar¬ginales. Parecería esto la caricatura de una lucha de clases, pero es en realidad una ilusión. Desde que uno decide escribir Literatura en un País Oral como el nuestro, uno decide ser leído por una minoría. Es¬cribir en el Perú (seas provinciano o limeño, del ande o de la costa, contestatario o adaptado) es una actividad elitista, hecha por una minoría para otra minoría.


LAS BOTAS SE REGALAN/LOS LIBROS CUESTAN CARO


Decía un viejo lema de las luchas de Huanta y Huamanga en el 69. Y eso más de 30 años después sigue siendo cierto. La cultura letrada no ha podido democratizar el libro ni la lectura. Ha sido el deseo y la intención de algunos. Pero es una promesa inconclusa y abortada siempre por el Poder Oficial. Es un control político. Una señal más del autoritarismo de nuestra nación y de la profunda brecha entre las minorías y las mayorías, entre la cultura de las elites y la cultura popular.

¿Pero qué tiene que ver la poesía con esto? Tiene que ver quizás con la necesidad que siento de pedirle algo más a la poesía que leo.

El nivel quizás sea excelente. El dominio de las palabras es perfecto. Pero también quiero una realidad que vaya más allá de las palabras, una lectura más seria de nuestra historia, de nuestra sociedad, de la forma en que el poder castra los deseos, de las formas como éste seduce, domina y hace obedecer. Y algo que me sorprende es que leyendo Los Días y las Noches de JC, uno siente ese enfrentamiento entre el poder (la ley, la autoridad, Dios, el padre) y el deseo, entre el placer y la culpa, entre lo prohibido y lo permitido por la “sociedad”. Y no es casual que la sociedad a la que pertenece JC sea aquella minoría, aquella elite: la alta clase criolla limeña. JC no sólo hace el retrato poético de su individualidad, es también el mejor cronista de los límites y las cárceles morales que aprisionan a los suyos. Su poesía es un homenaje como a la vez un sutil pero dolido enfrentamiento contra los de su clase, su moral, su religión y su dominio. Es el poeta de su decadencia, el apóstol de su agonía.


Mi padre es la blanca / señal / que fragmenté esta noche de agosto / sobre la espalda de Santiago / la blanca señal que brilla sobre la espalda de Santiago / como la lengua del alba, sobre las modestas / criaturas.


Así comienza el Libro de las Señales. Irónico título. Irónico por la religiosidad casi bíblica del nombre y la rebeldía casi demoníaca del personaje que JC construye aquí como espejo vital y máscara literaria. La imagen inicial es a la vez un relámpago y un amanecer. La “blanca señal” es el rayo, la luz y la mano divina con la que el poeta escribe El Libro y con la cual, a la vez, se rompe las Tablas de la Ley impuestas por el Padre. Estas leyes serán rotas por JC en “la espalda de Santiago”. Rotas por el deseo uranista, por el placer prohibido, por la trasgresión desatada.

Pero a la vez, y esta es la compleja dualidad que atraviesa la poesía de JC, estamos ante una imagen extremadamente religiosa. JC ha sido criado piadosamente en un hogar criollo, católico y pequeño-burgués. Una educación llena de santos y mártires. Llena de imágenes. Y si es Santiago el Sebastián atravesado por el deseo de JC, es también el patrón del invasor español y el primer santo que llega al Perú. Junto con la Virgen María, su imagen será omnipresente en toda la Pintura Virreynal. A la vez que Matamoros, verdugo de los opresores (¿Quizás el Santiago blanco y europeo, fascista y desadaptado que enloquece al protagonista?), está Santiago Illapa, el relámpago, la señal en el cielo de los que se rebelan, el hijo defensor del oprimido.

El Libro de la Señales nos ofrece desde el inicio la historia de un sacrificio y una pasión. Y a la vez su inversión: En vez de el hijo sumiso a Dios y que entrega el cuello para el sacrificio de Abraham, aquí es este mismo hijo el que toma el cuchillo y sacrifica al Cordero. La espalda y el cuerpo de Santiago. El que instaura una nueva ley y moral.


Me comporto como hacían las Átridas: / confundiendo los antojos de la naturaleza / con los de mis propios oficios


JC se asume como un fuera de la “civilización”, como un primitivo, como un bárbaro. Ha rechazado la moral de su clase. Los errores de su clase. Se siente culpable por los horrores que cometen cuando son cómplices del poder. Del fascismo. Su personaje en este primer libro es un corresponsal de Guerra y a la vez un bárbaro que siente vergüenza y fascinación por la Historia:


La consigna era no dejar pasar a la historia / que anunciaba su llegada / tocando un tambor / a la hora convenida


Santiago es el mesero europeo y el amante de JC el reportero, que es a la vez un poeta que no soporta ser tratado y llamado como tal:


Ahora dices que detestas a los poetas / porque según tú viven / de la desnudez de los animales


Aquí Yrigoyen asume una imagen que proviene del más tradicional malditismo poético. Como Rimbaud sienta a la belleza en sus rodillas y la escupe. Como todo poeta maldito corteja con el desasosiego y el mal. Frente al spleen y la poesía pequeñoburguesa busca en ella otras señales. Otra moral, otro deseo, otra religión:


Lo que no sabes es que en cada poema/aunque no sea mencionado / también existe un macho cabrío / que todas las mañanas canta / cubierto de carne humana / para despertar a todos los habitantes de la ciudad.


Estos versos que podrían ser un homenaje a Chirinos Cúneo (uno de los pocos poetas peruanos del siglo XX, que asumió una marginalidad poética y vital que lo convierte en uno de los más interesantes fuera del sagrado canon oficial de la poesía peruana) son también el límite de una propuesta que JC siente inconclusa, que siente que debe ir más allá de las palabras, no en busca de la historia ni la razón sino del placer y el deseo:


¿No es acaso la historia / una imagen imprudente / de un poeta que sabía demasiado? El problema surge cuando la distancia /que nos separa de la sabiduría / es propiedad del placer


¿Pero quizás no sea esto otro tipo de huída? JC se siente confundido, poseído por la ficción, por la mentira de la literatura:


Ya sé que esto parece la canción de un embustero: / señales y formas. Pero todo cuerpo que abandonas / durante una larga estación / requiere de una teoría / si quieres volver a recobrarlo


Una teoría o un libro de poesía. Un libro donde el mal se convierte en una moral del exceso y la trasgresión, llena de fantasías entre religiosas y fascistas. Un cristianismo negro. Un corazón bajo la sotana. Un fusil en la entrepierna.


Si yo por ejemplo decido tomar una siesta / en las bañeras vacías / de Nuestra Santa Iglesia local / y de repente un grupo de alegres muchachos alemanes / vestidos de negro derriban la puerta / y me toman de la garganta


El poema seguirá con alusiones a la guerra, a los hebreos y a los nazis. En una parte JC retrata a su progenitor como un jefe fascista:


Mi padre llevaba un elegante / uniforme negro, contaba en sueños/vagones de ganado


Pero esta fascinación es también el deseo invertido, la necesidad de ser distinto al padre, de conjurar su error a la vez de admirarlo, de rechazarlo y a la vez estar obsesionado con él:


Forjarme la eternidad mediante el exceso / tú sabes, despertar en el dormitorio de un hombre / a quien conocí recién anoche / buscando en sus ropas tiradas en el suelo / alguna señal de muerte / y conjuraría buscándole algún parecido con mi padre / estoy obsesionado con ello


Frente a la violencia de la historia y la guerra JC nos ofrece la violencia de la trasgresión sexual. En ella busca la liberación que no puede encontrar en medio de la destrucción, un deseo de eternidad que siempre es más intenso en medio de la muerte:


¿Y es que acaso se puede ganar/la eternidad por aclamación? / se puede ganar/también por el contacto carnal / con otro semejante, / aunque eso no es lo que prevalece/en estas épocas de guerra / de las que estábamos hablando


Frente a la autoridad patriarcal está la imagen de la madre, mariana y esclava, la virgen dañada y comprensiva que protegerá y castrará a la vez la rebelión del hijo:


Luz de mayo no es lo mismo que luz de agosto/cuando la virgen te amenaza/ con un cuchillo de hueso


El lazo materno es también el vientre protector, la distancia entre el hijo y la noche, el nexo entre el poeta y la locura, la imagen, la alucinación:


Mi madre/era larga como el cordón imperial/que separa a las mujeres de la luna


Frente al “padre sonoro / segador de razas / que es el Orden impuesto / a los ojos de Dios”, el protagonista prefiere rechazar lo “bien visto” y ser clandestino, hacerse invisible, proclamar la moral del invertido “porque todo cuerpo invertido / tiene el dudoso privilegio de permanecer oculto”.

Es gracias a este rechazo que después puede surgir la afirmación, la glorificación de la experiencia carnal, de la camaradería sexual, de la superioridad de lo moderno frente a lo sagrado:


Ser solidarios y comparar nuestras partes y las de nuestros semejantes / yo digo las caderas de Santiago se parecen a los ángulos/por donde entró la muerte / y Santiago dice las ancas de José Carlos / son la más alta distinción del hombre moderno


Una nueva experiencia que anuncia una nueva moral pero también el vacío después de la violencia y la nostalgia por lo inocencia perdida:


Que la señal de los cuerpos de nuestra época / es la música de la carne pasada por el cuchillo / demostrando que tanto lo que se guardó dentro / como fuera de ella / es igual de sucio


Una culpa religiosa y política. Muy similar a aquella que atormentaba a Pasolini, uno de los héroes y arquetipos de JC (habría que ver cuánto la imaginería del maestro italiano ilumina la poesía de Yrigoyen, sobre todo aquellas imágenes del fascismo sexual en Saló o los 120 días de Sodoma), pero también muy católica, tradicional y criolla, atormentada igualmente por el placer y el remordimiento:


Los amantes se entregan después de la batalla / dentro de las carpas y sobre las pieles vivientes e indiferentes a las columnas de los muertos/ que se mueven por los aires oscuros/ como los gusanos de la culpa


El Libro de las Señales termina con la huída de JC y Santiago. La culpa del poeta es tan poderosa como su liberación. De ahí solo quedaba saltar al otro margen, pasarse al lado de los que van más allá de la normalidad, hacerles canciones, escribir poemas para ellos. El segundo libro, el inédito y durante mucho tiempo resguardado por JC como Chicos, es ahora La Balada del Anormal. Un título bastante higiénico y correcto para el que durante mucho tiempo fue el libro menos oficial y piadoso de Yrigoyen.


Inesperadamente, una tarde de sábado, / aparecí yo por este barrio miserable, / y entre otros muchachos, más robustos / y apuestos, fuiste tú el elegido; / así que no busques referencia religiosa a esto, / solo el satisfacer un puro deseo


Pero otra vez, incluso en este libro, la presencia de la culpa es poderosa y lo atraviesa de inicio a fin. La conquista amorosa es vista y exaltada simultáneamente como pecado y goce. Pero a la vez los personajes que encarnan los poemas de JC tratan de rechazar esta angustiosa dualidad


Los nombres de los que en mis brazos estuvieron / no son ya un recuerdo malo, una imagen de culpa / Cristian. Santiago. Renzo.


Pero parece que la imaginación católica y criolla solo puede encontrar satisfacción en el placer culposo, en la ley burlada y vengada, en la trasgresión castigada. El poeta quiere una vida “normal” pero su felicidad, su vida, su deseo está en otra parte, y eso lo desgarra


Esos amores ridículos, las noches de cine / con una muchacha, usando frases vagas / Para redimirme, / extrañando luego en la cama, a solas, / esa angustia, esa culpa / que hoy ilumina mi corazón y lo enciende


No recuerdo que la versión previa de este libro (que el autor hacía circular en copias impresas a la manera de Kavafis de quien, junto con Sandro Penna, estos poemas tienen algo más que el aliento epigramático) tenga tan acentuada esta sensación de la culpa. Pero si mal no recuerdo era una voz sobre todo homo erótica. Pero esto último no creo que sea muy trascendente, si hay algún cliché que la poesía de JC rompe es aquel de la poesía erótica y de género. JC prefiere algo más arriesgado y sutil: inscribir su vía crucis personal en una poesía que es del cuerpo pero no “erotiza”, que habla de opciones sexuales pero no toma la bandera por ningún “género”. Lo peligroso, lo incómodo, lo sorprendente en esta poesía es cómo lo autobiográfico está matizado por lo dramático. JC no sólo es autor, es el actor y el personaje principal de un montaje en movimiento, de una pasión filmada con palabras, de una película en versos que por momentos se enfrenta e increpa a la realidad, rechaza la literatura, irrumpe en la confesión:


El asunto ya no es tan literario, Marisol, / ni es cuestión de que te repugnen mis poemas, / sino de que me reconozcas en ellos


No es casualidad que La Balada del Anormal concluya con este poema dirigido a la propia madre del autor, porque el libro siguiente de JC, Lesley Gore en el Infierno acentuará aún más está dramática tensión entre la ficción y la biografía, entre lo literario y lo confesional, entre lo lírico y lo narrativo:


¿Pensaste en serio que nos tragaríamos las patrañas de tus poemas / a los chicos de las gasolineras, de las azoteas, de las plazas, a sus contornos supuestamente sagrados, cuando en verdad / mirabas de reojo a las muchachas que entraban y salían / indiferentes a tu voz afeminada, de la mano de otros hombres


Que el personaje elegido por JC sea ahora una oscura y antigua cantante pop americana quien es a la misma vez el poeta travestido (“he aquí la última obra de Lesley Gore, "El libro de las señales") indica que en este libro, a diferencia de los otros, estaremos más cerca de un tono de voz y un punto de vista “femenino”, aunque sin caer en la escritura de género y su explotación literaria ( y cambias de género a los personajes de este poema/figuras, imágenes, te dices, que a nadie interesan). Las mujeres en este libro son seres poderosos, protectores, iluminados por la bondad y el perdón, pero también son la asunción de una sexualidad arrepentida, el cierre del círculo de la culpa, la vuelta al orden y la aceptación social, que esta vez tiene rasgos femeninos y militares a la vez:


Y así las mujeres son hombres castrados que nos han enseñado el dolor / que nos han enseñado a enfrentar la muerte como quien descubre / su propio rostro dentro de un libro de marchas militares / donde brillan las ilustraciones de los desfiles alemanes / alemanes apuestos / alemanes fieros / alemanes insolentes [1]


Una visión feroz y dolida que ahora aparece fascinada igualmente por el poder femenino y el fascismo. ¿Qué sucedió con el rebelde? Pero no nos engañemos, estamos ante una identidad fragmentada y casi esquizoide, multiplicación de voces y puntos de vista, desvanecimiento de los límites entre el sueño y la vigilia, predominio de lo alucinatorio sobre lo real, es una experiencia similar a la dislocación del Yo experimentada por Berryman en The Dream Songs (que era el libro de cabecera de Yrigoyen cuando escribía Lesley Gore). Es una experiencia tan llena de deseo como dolor, de muerte y enfermedad (“no sé, solo hacer algo que no sea escribir estos poemas / que terminan como se cierra la puerta de una morgue”).La decadencia y el desasosiego flamean en este libro, quizás el más torturado, infernal, el más ficticio y a la vez autobiográfico del autor.

¿Creíste que escribiendo poemas largos encontrarías la paz? Se interpela en un momento Lesley Gore/ JC. El dolor es tan grande, la culpa es tan fuerte, que JC prefiere ahora huir del malditismo,


Quizás ha llegado, pienso, el tiempo de ser bueno, / de salir a la noche y liberar el corazón


Esto lo logra JC volviendo al seno familiar, no para cuestionarlo sino para reconciliarse con él y a la vez consigo mismo. Como en el hermoso poema “Álbum familiar” donde JC, el poeta, viaja (¿imaginaria¬mente?) al lugar donde supuestamente fue concebido para retratar el encuentro amoroso de sus padres:


Padre Jorge, madre Marisol, / donde he vuelto para que miren a su hijo nacido en un cuarto de hotel, / para que lo miren a los ojos y acepten juntos estas palabras, / manos pálidas que a través del aire nos trajeron compasión, / misericordia, / y otras cosas que aún no hemos entendido



Es un poema de reencuentro y perdón y JC apela para esto a valores cristianos como la “compasión” y la “misericordia”. Un cristianismo heterodoxo, similar al de Pasolini, y cargado de una visión sombría y crítica frente a las hipocresías de su clase social


Veo por la ventana de este cuarto gris, a los hombres de bien / besando las frentes de sus narcotizadas esposas


Esto se radicaliza en el poema “Dos Hermanos” donde JC, como un Fassbinder criollo, destroza la moral burguesa de dos amantes incestuosos. Es un poema iracundo, rabioso, sin concesiones, JC le cede la voz a Lesley Gore que “ha comenzado a perder la compostura” para lanzar la “blasfemia” más evidente de toda su poesía


Y ya no vengas ahora a hablarme entre sollozos del amor de Dios / ¿No quisiste alguna vez que el amor de Dios / te cubriera como una enfermedad venérea? El amor de Dios es igual al recuerdo de una encamada / que a las pocas semanas infesta nuestra entrepierna / y el Amor de Dios fue tan atroz e inofensivo / como una violación simulada


JC ha asumido la poesía como una actividad de expiación, una labor dolorosa donde escribir poemas es “hablar siempre, siempre sobre uno mismo, hasta hacerse daño” una poesía que es a la vez una terapia psicoanalítica y una confesión de iglesia, una exploración de un pasado asumido como oscuro y pecaminoso:


¿Pero acaso escribir un poema no es precisamente eso, / no es solamente la imagen obsesionante de la humillación, / del retorno a un lugar donde todo, hasta los arbustos, / es malo?


Nos pregunta JC/Lesley Gore en el poema final del libro. Un poema que termina anunciando una visión sombría y de adaptación sumisa del poeta al orden social:





No será tuyo el asiento junto a los poetas importantes / ni se te concederán los oficios inútiles y mal pagados / con los que soñabas en tu juventud. Solo poseerás / la oficina vacía, la cama compartida y compartida hasta el tedio




Lesley Gore en el Infierno cierra Los Días y las Noches de JC Yrigoyen. Hemos contemplado una pasión. Y he ahí el logro pero también el límite de la obra de Yrigoyen, que más que la D del deseo parece cerrar con la D del dolor. Un dolor que proviene de la culpa, que busca la conciliación y la aceptación, que anhela el arrepentimiento y el perdón. Según Jerónimo Pimentel la palabra “culpa” en la obra de JC supera las 3 decenas. Pimentel no ve nada “malo” en esto. Pero aquí quiero discrepar con Jerónimo, porque a mí sí me incomoda tanta culpa, tanto dolor asumido, tanta tolerancia ante el castigo y la sanción social. Me llena de desesperanza ver el sacrificio de un poeta. Lo último que me gustaría es ver a José Carlos convertido en el Nuevo Poeta Oficial. Si la estela maldita de Chirinos Cúneo fue su precedente ahora JC estaría más cerca de Antonio Cisneros. Lesley Gore en el Infierno en ese sentido tiene más de una conexión con el que sería, es mi opinión, el último buen libro de Antonio Cisneros: El libro de Dios y los Húngaros. La conversión piadosa, el arrepentimiento culposo, el triunfo mariano, pueden lograr obras maestras y buenos, excelentes libros de poesía. ¿Pero después? ¿Cuál será el camino que seguirá JC? ¿Por qué afirma en la nota de autor que inicia el libro un “No hemos sido felices”? Yrigoyen no está hablando de un dolor personal que él asume como colectivo. Pero ¿debemos seguir asumiendo esa actitud? Al menos yo ya no quiero ser parte de una generación del miedo y el dolor. La culpa y la angustia pueden despertar y cambiar una vida, pero también pueden embrutecerla, debilitarla, llenarla de temor, concesiones frente al poder. La poesía de JC retrata la lúcida y desesperada lucha de alguien contra ese poder, las contradicciones de alguien incómodo con su clase pero a la vez respetuoso de esta. Nos deja como imagen final su crucifixión y estadía en el infierno. Ha sacrificado a sus demonios para respirar la paz de una nueva vida. “Abandoné la rabia y pasé al lado de los gimientes” Quizás el reto para el poeta sea ahora demostrarnos que también nos puede llevar más allá del dolor y el sacrificio.



Nota

[1] ¿Por qué ese recurrir constante a la segunda guerra mundial? ¿por qué esa obsesión con el fascismo, con lo religioso? ¿Es Yrigoyen un extremista? ¿Un soldado de Cristo o del Führer? Nuestro país no ha sufrido Auschwitz ni Dachau. Pero sí Pucayacu, los Cabitos, Cayara, la matanza de los penales, La Cantuta. La Historia Universal puede distraernos de Nuestra Historia. Hasta ahora nuestra poesía oficial ha olvidado esa historia. El olvido es la mejor compañera del fascismo y el silencio.



[fuente: Hueso Húmero 47, noviembre 2005]