viernes, 25 de julio de 2008

POST-2000. NUEVA POESÍA PERUANA

Post-2000. Nueva Poesía Peruana / Mirko Lauer, Mario Montalbetti




Lima 3.8.04.

Mirko:

Pasó Lafferranderie con su libro (Lugares prácticos) y me entró la curiosidad por averiguar en qué tierras caía. Puesto de otra manera ¿en qué anda la nueva poesía, digamos del 2000 para acá? Un viaje al Virrey y algunas conversaciones me informaron de varios poetas que habían publicado (por primera vez) en estos años, entre ellos: Chirif, Coral, Bruno Mendizábal, Melgar, Higa, Herrera y otros, pero mi impresión es que, aún con los otros, esto no es sino la proverbial punta del iceberg, sobre todo en estos tiempos en que la diferencia entre imprimir poemas en tu printer y publicarlos no debe ser de más de 50 ejemplares. Seguro que hay mucho tráfico poético underground (en todo caso, así lo espero), pero al menos en lo que sale y puede conseguirse en las calles podríamos intentar una zambullida para ver qué hay. No con vocación de catastro poético pormenorizado sino de hacernos una idea de los temas, formas, excelencias más actuales. ¿Tienes nombres, poemarios, datos al respecto?

Mario



Lima 14.8.04

Mario:

Luego de tu carta del tres, y de nuestra conversación en el Sogo Room, algunas impresiones a vuelapluma sobre poesía peruana reciente. Esto a partir de los autores post-2000 que mencionas, y otros adicionales que tengo yo: Vélez, Piñeiro, Quiroz, Murrugarra, Crisólogo, Helguero, Espinosa, la lista se alarga. Algunos puntos:

° ¿Es una ilusión de la proximidad, o hay más poetas que antes? Se ha vuelto exponencialmente más facil imprimir una plaqueta, lo cual ha derribado las vallas que levantaba el riesgo económico en el terreno de la edición, i.e. la oferta de poesía joven ha crecido, en la medida que se autoedita, por lo general a precios razonables. Las pocas editoriales de poesía han casi desaparecido, lo cual por algún motivo ha intensificado la exigencia automática de salir en letra de molde y debilitado la atención de la mirada crítica que representa la tradición. En algunas esquinas de Internet leo a jóvenes comentando a sus mayores, pero no al revés.

° No logro discernir algo parecido a un estilo de época que aloje y permita juicios comparativos, lo que fue el efecto de influencias como el ultraísmo español en los 10-20, Rilke & el surrealismo light en los 40-50, Cisneros en los 60-70 (¿se te ocurren otros?). Esto es la otra cara de la medalla de la ausencia de un público con un gusto que tienda a la unificación, lo cual a su vez mantiene las ventas bajas, tengo la sospecha.

° En medio de todo esto el nivel textual/retórico es bastante alto. En unos casos menos que en otros, como siempre, aunque un efecto de la mejoría general es que los desniveles son menores. Esto no quiere decir mucho en sí mismo, pero sirve para preguntarse por qué no hay más gente leyendo, más medios siguiendo, etc. Quizás una reflexión conexa es que la noción de calidad, que nunca estuvo muy clara para comenzar, está deslizándose hacia otro lado, como los famosos paradigmas.

° Escribiendo lo anterior me acuerdo de una idea tuya, de hace unos tres o cuatro años: el tema de los géneros creativos se ha vuelto el de la velocidad, como una parodia de lo que exige el mercado (goods moving fast). En esa idea la plástica y la música eran "rápidas", como lo visual y lo auditivo, y la poesía terminaba siendo "lenta", acaso el más lento de los géneros.

° Esa lentitud lleva al asunto del famoso papel de la poesía (el papel en blanco, como dice el cínico). Elaborando sobre tu hipótesis, cuando la poesía era rápida, i.e. Maiakovski y los vanguardistas, tenía un lugar en la plaza o en el labio exterior expansivo del mer­cado. Cuando bajó la velocidad su espacio pasó a ser sobre todo un mundo editorial ad hoc: revistas, libros, reseñas. El grado cero de lentitud debe ser, me imagino, el mundo académico: la velocidad de crucero decrece, la forma mejora, los temas se alquitaran hasta niveles hermenéuticos. Nótese que hasta los años 80 en el Perú se escribía muchos poemas más o menos para que los escucharan grandes multitudes, aunque no las hubiera disponibles, pero de los años 90 para aquí son cada vez más los poemas que reclaman el tête-á-tête.

° Cierto que para estas impresiones estoy pensando sobre todo en algunos poetas que me gustan más que otros, pero también en preocupaciones que me son más cercanas. Una idea que me reconforta: del 2000 para aquí los nuevos poetas que me resultan más interesantes están presentando textos sobre todo acerca de la vida cotidiana, en oposición a íntima, de un lado, y público/heróica, del otro. Vida íntima incluye también a una collera de poetas culteranos, no hermanados por el estilo sino por el repertorio de los temas (Martín, Piñeiro). Material PUC.

° Mi dream-team poético, es decir el que más se parece a lo que vengo sosteniendo, a estas primera alturas de la lectura: Rómulo Acurio, Roxana Crisólogo, Micaela Chirif, Santiago del Prado (el Lucifer-sin-poemario en esta obra), Rafael Espinosa, Elma Murrugarra. Esto faltándome leer las últimas cosas de Emilio Lafferranderie, José Carlos Yrigoyen, releer a Rubén Quiroz.

° Quizás la cosa cotidiana a la que me refiero comienza con la ne­­­­­cesidad-de-decir-lo-que-no-se-debe-decir de cierta poesía femenina influida a su vez por los beats, por Elizabeth Bishop y otras mujeres-gárgola anglosajonas: Carmen Ollé, Giovanna Pollarollo, Rosella di Paolo, Doris Moromisato, Rocío Silva Santisteban, et al. La diferencia en los textos post-2000 es que hay una suerte de recuperación del tono juvenil, un tipo de pudor que la generación del 60 y la femenina de los 70/80 parecían haber matado para siempre.

° ¿Es sintomático de algo que los poetas post-2000 no hayan sido arrinconados en la prolongación de alguno de los esquemas de clasi­ficación poética que conocemos? Nadie los ha generacio­na­lizado, ni ellos han querido grupalizarse. Incluso los que editan revistas no se identifican a partir de ellas. Definitivamente es el final de la célula, la patota, la collera, la mesa de cantina, etc., pero tampoco parece haber mucho mercado para un lobo solitario. ¿Todo esto es bueno o malo?

° He estado hurgando un poco para ver si alguien ha estado escribiendo sobre tanta juventud, pero hasta ahora no encuentro. El comentario de Rodrigo Quijano en HH35 por definición no entra, puesto que es de 1999 hacia atrás. Quizás haya que preguntarle a algunos de los poetas mismos. De mis cosas, puedo aportar la reseña a un muy buen libro de Tatiana Berger, pero creo que también es anterior al 2000 (el tiempo vuela). Lo demás es un tormento perfecto de libros recibidos, leídos sin contexto, guardando algunos poemas e impresiones, pero sin tener dónde colocarlos a la larga.

° ¿Debemos leerlos? ¿Debemos promover su lectura? Quizás uno se debería preguntar más bien si todo el ejercicio de la poesía –la joven y la otra– sigue siendo "urgente", como lo describían los jóvenes de los años 70. O también preguntarse si los desencuentros son por culpa del aparato fonador o del conducto auditivo. I grow old, I grow old / Todos los teléfonos me ponen on hold.

° Un último comentario, que requiere exploración, es la desaparición, al menos ante mis ojos, de la presión de jóvenes poetizando desde la provincia que hubo en otros decenios. No es que no estén, estoy se­guro que están, pero creo que ya no hacen el hincapie que antes en el aspecto geográfico de su identidad.

Mirko



Lima 23.8.04

Mirko:

Aquí unas cuantas notas para seguir armando los bordes de este rompecabezas, apuntando algunas cosas que me intrigan, con cargo a desempacar todo esto con más calma más adelante en algún restaurant de escarnio. Comenzaré de la forma más fácil, que es cotejando tu dream-team con el mío. Tú dices: "Rómulo Acurio, Roxanna Crisólogo, Micaela Chirif, Santiago del Prado, Rafael Espinosa, Elma Murrugarra. Esto faltándome leer las últimas cosas de Emilio Lafferranderie, José Carlos Yrigoyen, releer a Rubén Quiroz."

Yo digo: Espinosa, Chirif, Carolina Fernández, Vélez, Lafferran­derie y Felice Ianna (con idea de releer su Cuaderno de ultramar que creo que tiene algo que está muy bien pero que no logro detectar aún). Añado a Frido Martín y a Francisco Melgar (tal vez): a estos dos no los has leído aún y te los paso en estos días. El primero culto/culterano y erótico; el segundo, parte de la editorial de Higa, que saca cosas al menos editorialmente interesantes (también lo de Lafferranderie apareció ahí). Y me falta leer a Yrigoyen.

Tendremos que revisar estos traslapos y tiros al palo de las listas. Por ejemplo, coincidimos con Chirif, pero creo que la chicha doméstica de Carolina Fernández va más al centro del corazón que la de Crisólogo. Lo de Chirif es muy interesante. Entre otras cosas, porque está hecho en arte menor. (Creo que lo mejor de Blanca Varela, lo mejor de Eielson–que en ambos es también quizá una cuestión de "late style"– está escrito en arte menor). Ver que Chirif lo retome con tanta gracia, elegancia, ironía es notable.

Tal vez haya algo más en esta divisoria de aguas (arte mayor / menor) que merezca conversarse: la retórica 60-70 es una retórica de verso largo, épico, fálico,... Más allá de su temática ("poesía cotidana", poesía del "yo", etc.), lo que ha quedado como un fondo firme en el que pareciera que siguen macerando sus versos los de hoy, es esta tendencia al arte mayor. Las, en verdad poquísimas, cosas que leído de producción chilena y argentina reciente, parece tender al arte menor. (Hablo de tendencia, no de rigidez). Curioso que lo que para nosotros sobrevive al tamiz retórico tan fuerte de las generaciones anteriores sean cosas más bien formales y menos obvias.

El cultismo/culteranismo merece también algún comentario. Esta debe ser la primera generación después de la del 50 que requiere de un diccionario a la mano. ¿A qué va esto? Salvo Piñeiro, el resto lo usa para temas doméstico-eróticos. Casi en la línea de Catulo, Marcial (angé­lica­mente Frido Martín); a veces con ironía o cacha erótica, pero otras esa parece ser el arma con la que indagan en serio lo cotidiano.

Quien mejor lo hace, creo, es Espinosa: "Casarse. Hubo amor, hubo paparazzi, no sé quién cubrió más los jardines". Cisneros lo hubiera puntuado distinto: "Casarse. / Hubo amor. / Hubo paparazzi. / No sé quién....". Este embalse de arte mayor, se desembalsa hacia unidades mayores que las del verso y que lindan en la narración.

Sería interesarte hacer una antología de las citas o epígrafes que los poetas emplean para abrir sus poemarios y bajo cuya bendición (o maldición) colocan sus versos. En esto la popularidad de Luis Hernández o de Leonard Cohen ha bajado notablemente, y el gusto por la cita griega (en caracteres griegos) se populariza. La cita casi siempre es "otra" en el sentido lacaniano: en otro idioma, de otra época, remota en referencia ideológica o poética.
La seguimos.

Mario



Lima 29.8.04

Mario:

Anoche terminé de leer el nuevo lote de poemarios que me dejaste (siete, aunque el libro de Frido Martín ya lo había leído, con mucho solaz y provecho). Dos cosas saco en limpio: Arturo Higa es un espléndido editor de poemarios y Lugares prácticos, de nuestro amigo Emilio J. Lafferranderie, es excelente. ¿Pero dónde lo ponemos? El es uno de esos poetas de lectura muy exigente, convencido de que la poesía está pegada al hueso de los conceptos, con la tarea de disolverlos, además. Es la idea de lo des-carnado, que me lleva de inmediato a la del almuerzo desnudo: hay un tipo de mirada poética que sostenida demasiado tiempo revela aspectos inaceptables de la realidad. EJL está al comienzo de ese camino, que en los extremos tiene monstruos de la concisión pesimista como E. Ciorán o peor, la concisión optimista, como e.e. cummings. No es lectura agradable, propiamente hablando, pero sí muy sustantiva, pues ese hueso que exuda poesía como si fuera galantina es precisamente el status de lo poético en el siglo que se inicia. Me quedo con sus versos antes que con sus estrofas o poemas completos. Me gustan mucho lampos como "la ceguedad saciada", "dar un golpe por siempre estancado", "pasos que no adquieren intervalos".

El poema, o la parte del poema que rodea a versos como estos empalidece por contraste, y entonces la tentación es armar mi propio poemario de EJL. Pero eso me pasa con todo pensador: también aquí, como en la famosa ley económica, uno se guarda la mejor idea y deja pasar las otras. Aunque en verdad esto es algo que también he estado haciendo con poetas menos cerebrales (me encanta poder decir esto de poeta cerebral respecto de otra persona), y termina consistiendo más o menos en extraer versos excelentes, o graciosos, o incluso que nunca se deberían haber escrito (por ejemplo "Pasó el condón, lleno / de anonimato", que vamos a considerar una verruga en el brillante poemario de Espinosa). Volviendo al tema, ¿es EJL de lo que trata la poesía peruana joven en estos años? No creo. Hay un delgado cable subterráneo que lo une a los poetas culteranos y/o grecolatinizantes como Elio Vélez, Rómulo Acurio, Jorge Trujillo, Felice Ianna o Andrés Piñeiro, pero creo se trata sólo del común deseo de separar poesía y contexto local abrumador. Casi todos los demás textos de nuestro acopio están sólidamente anclados en formas sociales de la experiencia (el barrio, el amor, la profesión, la juventud misma), mientras que EJL es pura percepción que busca adelgazar los contextos para que no interfieran con una verdad poética superior. Me recuerda algunas teorías esotéricas acerca del re­finamiento de las energías. Al lado de Lugares prácticos son pocos los libros post-2000 que se salvan de sonar algo cómicos, o al menos relajados. Se salva el de Chirif, De vuelta, porque su actitud es algo pa­recida, en lo que creo que tú llamaste el otro día un haiku asolapado.

En lo que resta de tu envío encuentro algunos textos buenos, pero no realmente libros enteros. La poesía elaborada a partir de la experiencia barrial de Estados Unidos de Jesús María, de Francisco Melgar Wong, es de primera, dream-team material, sobre todo si se le mira como un remake de La casa de cartón en pos de lo eterno limeño. "6 de la tarde. Surco parece una película" está en la misma recta urbana que "Ya ha principiado el invierno en Barranco". Es buena prosa poética, pero sin la densidad suficiente para lo breve que es la plaqueta. La resistencia a ir a fondo en la revelación lo deja a uno medio colgado, como puede pasar frente a un gesto de rebeldía adolescente. Pero quizás es de eso que se trata, precisamente: dinastías de adolescencias tardías, radicales, heróicas y bellas, hiperretrecheras al grado de ser incurables: Martín Adán-Luis Hernández-Francisco Melgar. Todo lo cual lleva de alguna manera al tema de humor juvenil-sangre ligera, que EJL no tiene, y que sin embargo abunda en varios poemarios de los que hemos leído.

Humor: Elma Murrugarra es aquí la reina del bienestar, un humor transparente, de tan delgado, que logra el difícil arte de transmitir queja eficaz sin amargura. Una frase de su presentador Ronaldo Menéndez me parece muy buena: "Posee la solidez del verso breve que nunca se deshace", y creo que es el humor lo que mantiene unido al poemario entero, y cuando digo humor digo alegría de vivir, y no esa ironía sangrienta que es una especialidad de cierta de la poesía femenina. Pero a la vez hay que decir que Murrugarra necesita toda la cohesión que pueda conseguir, pues su área de interés es bastante difusa, desde la queja o la celebración amorosa hasta la crítica política, pasando por acontecimientos varios del día. Así transmite la idea de que le gusta mucho escribir poesía y que se siente contenta cuando lo hace.

Menciono esto del humor porque he sentido que Laferranderie no lo tiene, en el sentido de que no tiene tiempo que perder con las palabras, es decir no está de humor para, y eso lo separa de alguna manera del grupo. Pues en esta generación (¿se puede seguir usando el nombre?) nadie quiere ser excesivo en la forma, la extensión o el gesto (salvo Rotación, de Quiroz). Eso que Belli le terminó haciendo a las ideas, EJL se lo ha hecho a las palabras.

Mirko



Lima 31.8.04

Mirko:

Es adecuado detenerse en el libro de Lafferranderie,libro sobre el que los primeros adjetivos (sustancioso, difícil, excelente)recuerdan aquellos que se le prodigaron a Cactáceas de José Morales en los 70s (80s?), pero libro, este último, que nadie que yo recuerde se detuviera a examinar y situar. Porque, como dices, Lugares prácticos ofrece un primer problema de ubicación en la poesía reciente (y en la otra también). Y creo que una de las primeras pistas de entrada para comenzar a situarlo es justamente esto que has planteado de LP como un libro de versos más que de estrofas o poemas. Quién sabe si el poema ha dejado de ser la unidad en la que ocurre la poesía. Tal vez haya una suerte de eclipse (parcial o total) del poema como unidad poética.

Habremos pasado del verso libre a los versos libres. Pero la pregunta sería entonces qué objeto es el que se interpone entre nosotros y el poema y qué es el que causa el eclipse. Se me ocurren un par de cosas. Una es la obvia dificultad formal que supone un poema. No solamente que si quieres hacer un soneto tienes exactamente 14 versos (no 13 ni 15) para decir lo que quieres, sino también que esta idea de poema redondo que sobrevino a la era del verso libre, tampoco parece tener muchos adeptos actualmente. Lo segundo complementa lo anterior y es el gusto por el fragmento, por el poema inacabado, por la imposibilidad casi dogmática de lograr una síntesis. ¿Qué conecta a los versos fragmentarios dentro de una unidad y cuál es esta unidad si no es el poema? A la primera pregunta no puedo ofrecer sino la propia debacle del yo y la emergencia del yo arruinado que busca verse narcisística y especularmente en versos y no en un poema. La segunda pregunta no debe tener respuesta actual, salvo la hoja de papel que los sujeta.

Supongamos, pues, para radicalizar esto, que hay dos formas de romper el poema como unidad poética. Una hacia adentro y otra hacia fuera. La primera sería la de Lafferranderie: hacia unidades cada vez más subatómicas, el verso, las palabras, la palabra, la sílaba hacia esa galantina de la que hablabas, hacia el tuétano de un hueso que cuesta roer y digerir, pero cuya sustancia nadie niega. La otra, hacia fuera, estaría más en la línea que practica Espinosa, hacia desbordar el verso, superarlo como unidad y al hacer esto la idea del poema desaparece para llegar a algo más parecido al discurso, a la anécdota, a formas de la narración de la experiencia (antes que su poetización). No es el caso de Espinosa, pero la apoteosis de esta última tendencia se nota en una serie de poetas para los que la división de lo que hacen en versos es una inconveniencia o una incomodidad que no se entiende bien para qué está.

Quiero regresar a Lafferranderie. Cuando la idea de síntesis(supuesta en la aceptación tácita del poema como unidad poética) desaparece, desaparece también la idea de que la realidad o la experiencia que de ella tienen los Sujetos, sea algo sintetizable. Si Heráclito en su famoso fragmento D91 propone la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río, un discípulo suyo, Cratilo, propone que es imposible hacerlo siquiera una vez! Cratilo lleva al paroxismo la doctrina heracliteana del panta rei ("todo fluye") y viene con apéndice lingüístico: si la realidad está en flujo permanente, todo lenguaje que trate de aprehender las esencias de las cosas con palabras es una farsa. (El Funes borgiano es un cratiliano). Dos opciones prácticas se derivan de esta tesis: dejar de hablar (como lo hizo el propio Cratilo) ó crear un lenguaje que él mismo fluya como fluye la realidad (como lo están haciendo Lafferranderie y Espinosa en tendencias opuestas). Esta segunda opción no es sencilla, sin embargo. ¿Cómo construir un lenguaje que fluya-con el mundo? ¿Cómo hacerlo si empleamos las mismas palabras que el iluso lenguaje farsante emplea cuando trata de aprehender esencias estables e invariables? La primera labor es una de desguace: para verle el culo al mundo primero tienes que bajarle los pantalones. Pero ya te puedes imaginar las consecuencias de esta obscenidad. La primera y más inmediata es que lo que comúnmente entendemos por comunicación es parte de los pantalones y lo que entendemos por significados son bultos procaces en sus bolsillos. Tal vez, la idea de poema y todo lo que la idea trae consigo sea una víctima colateral en este proceso.

Y la segunda es que el problema central de toda crítica poética es que casi siempre termina siendo una crítica sartorial en lugar de una crítica del desnudamiento (como ya lo había notado Eielson hace tiempo en unos textos sobre poética aparecidos en el diario El Comercio en 1955-56). Para utilizar un verso de Lafferranderie: el sentido es lo que no conduce. Son evidentes en Lugares prácticos varias propiedades de este discurso cratiliano: la completa desaparición del yo (otrora sacerdote y altar del modernismo y hasta hace poco vándalo histérico del postmodernismo), el empleo desvergonzado de infinitivos (y cuando no son infinitivos, los sujetos son casi siempre objetos inanimados), la duplicidad categorial de varios términos (adjetivos que son sustantivos que son adjetivos), la familiaridad de todas sus palabras y al mismo tiempo la extraña sala en la que se reúnen a conversar, como si el verso y la oración fueran recintos demasiado suntuosos para esta charla. Entrar al libro de Lafferranderie es como entrar a uno de esos cuartos de luz de Turrell (la impecable edición de Arturo Higa es cómplice indispensable en este efecto): desaparece la línea del horizonte, los instrumentos acostumbrados no funcionan para guiarnos en estas superficies (hiperficies) tan desconocidas como pulcramente desorientadoras hasta que uno termina convenciéndose de que es uno mismo el punto de fuga. En el flujo del lenguaje de Lafferranderie la parte y el todo son intercambiables generando una metástasis metonímica a una escala imposible. Después de todo, si la metáfora aspira a una cierta permanencia, así sea en la sustitución, tal vocación por una estabilidad semiótica es inhallable en estos versos que forjan el permanente desplazamiento de sus términos. Sus versos son, citando nuevamente del poemario un verso que tú también citas: pasos que no adquieren intervalos. O para ponerlo en términos más vulgares y menos serratianos: ni siquiera se hace camino al andar. Entonces uno se pregunta ¿cómo leer un libro así? que no es sino otra versión de tu pregunta por cómo situar el libro de Lafferranderie.

Tal vez con las dos ideas que he tratado de adelantar acá: la destrucción del poema como unidad poética y el colocar a Espinosa (quien también merece un tratamiento más detenido en términos propios) al otro extremo (al extremo más centrífugo) de este rompimiento. Tal vez este eje Lafferranderie-Espinosa pueda servirnos a la hora que se crucen otros ejes de las lecturas (como el de los cultos/culteranos, etc.).
Chau

Mario



Lima 6.9.04

Mario:

Los he releído, y hasta les he incluido un nuevo autor a lo que estamos llamando los nuevos poetas culteranos. Reconozco la calidad del ejercicio poético, pero no me llega a conmover. Quizás es una propuesta que demanda lectura más comprometida. Para ponerlo en la línea de nuestra conversación, diría que Lafferranderie es un culterano interno, mientras que Vélez, Trujillo, y Acurio (me permito añadir al filósofo Piñeiro) son culteranos algo más externos. Pero no por ello menos interesantes para un panorama de lo poético post-2000. Entiendo la atracción del clasicismo barroco como espacio de independencia estética aparentemente sin límites.

También entiendo el deseo de comprometerse al 100% con un oficio de la palabra, como espacio de la libertad, y que se joda todo lo demás. Por último comprendo el peso del campo gravitacional de una tradición de excelencia poética que apuesta al triunfo del contrapelo lingüístico (Adán, Belli, Bendezú, Morales). He leído con gusto y esfuerzo, pero algunas cosas me preocupan. ¿Son reales o falsos aristo­cratizantes? Adán, muy conciente del hecho, fue un poeta-pensador de filiación oligárquica, en rebeldía contra la modernización iniciada por Vallejo, continuada por la vanguardia, y rematada por la generación del 50. Es decir, fue un miembro de número de la generación del 900 que lo antecedió. Frente a eso a nuestros poetas actuales solo les cabe ser epigonales o fundacionales. En todo caso los veo profundamente arraigados en lo limeño como raíz colonial. Vélez prologando a Trujillo dice que su título remite "a una fuerte tradición vanguardista", y creo que tiene razón: Adán agarra a estos culteranos por los dos lados.

Pero hay más que simple réplica, en el sentido sísmico. El manejo del lenguaje en Trujillo y Vélez es mañoso, en el mejor sentido, y logra capturar al lector cómplice (un servidor). Vélez está decidido a decir verdades personales a través del enrejado de su abarrocado, y lo logra. Son historias de sarcasmo y decaimiento, que se abren paso bajo el peso del estilo, pero que definitivamente levantan la ceja y paran la oreja del oyente. Convocan mi complicidad en particular pasajes como "¡pero ríen del lechoncito! / del mal aliento que sumerge / su tez marrana en la nostalgia, / de su pelaje que recibe / dulces del fango y de la muerte". Trujillo es más radical, aunque sea porque juega a clavarnos en cuanto lectores contra nuestra propia ignorancia, recogiendo la lección adaniana de enviar al lector al diccionario inaccesible, que en verdad no es la que más le sirvió a la postre. Ambos libros terminan pareciendo visitas por bellos museos, con guías avaros de su conocimiento. Me la he pasado buscando versos que revelen el secreto, pero el hermetismo es fuerte. De Vélez me quedo con un enigmático pasaje vallejiano: "la nada me es más, por eso limo y rasco el 17 / hasta dejarlo en polvo par, en ese ocho que es 8". De Trujillo me llevo el limpio ritmo clásico de "De aquel tú, viejo hojaldre, mi Nesoe, / de atreve a saber sabores harto de / la sierpe que busco no saber;".

Los otros dos poetas son menos ambiciosos, no necesariamente en los resultados. En Celeste romano Acurio practica la promenade por Roma, acompañado por la atmósfera de la antigüedad clásica. Me hace pensar en Roma, peligro para caminantes, de Rafael Alberti, un libro que por algún motivo he releído muchas veces en 35 años. Piñeiro es el que más me interesa de todos, pero sobre todo porque no está realmente en la poesía, sino en esa caldera postmoderna donde se cocinan y adelgazan los géneros en el rico caldo de la documentalidad. Toute distance gardée, en Diotima de Mantinea su relación con la vieja socrática evoca la aproximación de Päscal Quignard a los clásicos. También para Piñeiro la antigüedad termina siendo un mundo al cual podemos tener acceso directo y del cual podemos seguir aprendiendo indefinidamente, sobre todo –valga la cacofonía conceptual– aprendiendo clasicismo. Piñeiro no lo hace nada mal en este terreno. Chúpate esta frase, oh vate: "Las cigarras contestaron con suavidad estival la callada fragancia de la fuente". Como que Piñeiro lo hace dificil con menos esfuerzo que los demás, y eso también es clasicismo. Todo lo cual me lleva de vuelta a la pesquisa de rasgos comunes de todo el post-2000. La veta culterana me parece el caso extremo de un deseo de tomar distancia frente al tono conversacional (en oposición a recitable, neo-vanguardista he oído llamarlo también) que se le quedó pegado a la poesía luego de los 60. Es cierto que son varias las poetas mujeres, con un mensaje mucho más específico que transmitir, que siguen recurriendo a esta forma de poetizar. Pero la corriente central consiste más bien en eludir lo dialógico y rescatar un pedestal monológico del poeta frente a la comunidad, pero a cierta distancia de ella. Dicho de otra manera: no se si es por las limitaciones del sistema promocional de estos tiempos, pero la sensación es que los poetas no acompañan a sus libros, en el sentido de que no están en sus libros (a la Walt Whitman), como sucedía con los poetas intensamente vitalistas de los 60 a los 80. Al grado de que ha habido casos en que el encuadernado podía contener más poeta que libro. Preferiría no mencionar nombres. Glosando a WW, la sensación por estos culteranos es que quien toca el libro toca más que nada un planteamiento.

Mirko



Lima 14 de setiembre del 2004

Mirko:

Un par de cosas se decantan (¿desencantan?) de tu última carta. Una es la inexistencia de un poeta / libro de poemas nuevo del 2000 para acá que nos entusiasme (a diferencia de decir simplemente que "está bien"). Otra es que Espinosa comienza a ser la vara con la que medimos buena parte de la producción (el otro es Lafferranderie, pero Emilio es la anti-vara). Aquí hago un interludio y me pregunto ¿a quién le dicen algo estos poemas? Y vuelvo a un tema que mencioné hace un par de cartas: tal vez buscamos poemas donde solamente hay versos (o, hacia el otro lado, tal vez buscamos poemas donde solamente hay algo ue, por no tener la palabra, llamamos textos). En todo caso, me pregunto si estamos tratando de apuntalar con tabiques podridos una casa (el poema) que los propios habitantes nos avisan con letreros multicolores que ya es inhabitable.

Tu sensación de que estos poetas no tienen la voz (interior o exterior) que les diga que terminen el poema es sintomática. Me recuerdan ciertas improvisaciones sobre tema conocido comunes en formas musicales clásicas y en el jazz. Pero lo que ellos hacen es tomar un tema más o menos popular (un tema "standard" en la jerga, un desencanto amoroso, una molestia cotidiana) y le dan vueltas y vueltas hasta que el aburrimiento del lector mas que el cumplimiento estructural de una forma reconocible hace que se detengan. La improvisación se convierte en una licencia para seguir, no para explorar. Algo similar ocurre, en efecto, con grupos como PerúJazz. Todos son músicos excelentes ("culteranos"en el dominio de su lenguaje), Magnet, el recién desaparecido Algendones, Pinto, Manongo Mujica, pero las piezas literalmente no van a ningún lado. Mi impericia musical puede ser la culpable aquí, pero lo apunto porque mi sensación es similar a la que experimento cuanto leo a los poetas recientes, a la mayoría de ellos: casi se vuelven poesía de fondo. Esto suena feo y no es mi intención denigrar ni a los poetas ni a los músicos, pero quiero enfatizar el interés (supongo que inconsciente) de parte de ambos de crear textura (musical, poética) antes que de chairear con arma blanca; el afán de crear ambiente antes que propuesta (escenografía antes que destino). El resultado es que terminan generando un efecto lounge en poesía.

Es decir, el poema se vuelve el lugar al que se va a conversar de poesía, no necesariamente a escucharla y la misión de los versos pareciera ser la de empapelar la página como si ésta fuera una pared de quincha. El efecto lounge es hijo directo de la crisis del poema como forma poética. Y el antídoto, ya que fuiste al Matsuei, es el wasabe: versos/poemas que te abran los senos nasales, que te despejen el letargo poético en el que muchas veces nos sumen estos poemas, que te entusiasmen a seguir leyendo.

Voy a suponer que lo que llamo efecto lounge es en realidad la contribución inerte del castellano, de lo que solía denominarse "el espíritu de la lengua". El castellano es una lengua pesada, de texturas, moods, ambientes. Todo esto puede ser excesivamente impresionista de mi parte pero ya habrá tiempo para afinarlo y, en cualquier caso, no tengo nada principista contra las impresiones. Mi impresión es, entonces, que los poetas que cuentan a la hora de levantar el plano topológico-poético, terminan escribiendo contra la lengua y no con ella. Por ponerlo en términos cronológicamente más generales: Vallejo, Eielson, Hinostroza, Cisneros, Verástegui, aún cuando escriben sus poemas-B, siempre chairean, abren tajos en la urdimbre del idioma, se muestran insatisfechos con el estado de lengua. Por otra parte, Melgar, Valcárcel, Sologuren, Armando Rojas, Chirinos, aún cuando exhiben sus poemas-A se muestran satisfechos con el idioma y no hacen sino diseminar su pesada inercia, su pesado clima, y se convierten en "gregarios de la retórica española" como decía Mariátegui. El propio Mariátegui intuía el efecto lounge en Melgar por ejemplo, cuando anotaba que el sentimiento (indígena) era algo que en él se vislumbraba "sólo en el fondo de sus versos", como lejana "queja erótica", es decir, en el residuo tamizado de un eco, en la sensación, pero no en el verbo mismo.

Mencionaba ciertas, imprecisas, improvisaciones de jazz. Me pregunto, sin embargo, si no habrá que buscar más bien en la popularidad reciente de la llamada música electrónica y en el trance la producción de poemarios similares en cuanto al efecto que quieren producir en el lector. Mencionaba también el wasabe desgregarizador. ¿Hay wasabe en el conjunto de poemarios que revisamos? Hay algo, lo suficiente como para reparar en él, en el libro de Chirif (De vuelta). El haiku es un referente inevitable, pero ella tiene la sensibilidad e inteligencia suficientes como para no hacerlos. Sus poemas no comparten con el haiku la rigidez formal ni temática, y es cierto que a veces se les pasa la mano con el uso del símil como instrumento de sorpresa, pero sin duda tienen el mismo espíritu de observación, la misma inmediatez cotidiana, el distanciamiento de toda abstracción generalizadora, y sobre todo, una palpable intensidad de sentimiento que los hace funcionar muy bien en un libro pequeño y sin pretensiones aparentes. Aquí va uno de muestra: en tus colillas / tiemblan todavía / como peces agónicos / tus labios rojos. Brillante. Estos son versos como disparos en la nuca, directos, letales. Mantener esta intensidad en un poemario no es fácil. Al contrario, es demasiado fácil caer en la nimiedad. Pero Chirif logra un libro de notable nivel, fresco, y distinto. Los versos parecen salirle sin esfuerzo, como si fuera una protegida de la poesía misma (tal como la Inés Cook de Ciudad ausente). Otra muestra: en el campo / un sueño al alcance de mi mano / una luciérnaga / rondándome el ombligo. Espero su próximo libro con gran interés.

Donde sí hay wasabe y en gran cantidad es en El libro de las señales de Yrigoyen. Si no lo has leído, debes hacerlo. Creo que éste libro debe ser el mejor de los que he leído hasta el momento. El libro es de 1999. Yrigoyen tiene otro más reciente, Lesley Gore en el infierno, que no he ubicado aún). Este es un libro inteligente, narrativo, dialógico, con un sentido extraordinario del ritmo poético y con un control im­pecable de la densidad de imágenes e ideas por página. Ritmo e ideas practican un juego contrapuntístico como hacía tiempo no leía en la poesía peruana. Los tiempos del discurso de Yrigoyen se mueven con la seguridad de quien ve en la sílaba inicial un anticipo de la final. Como en poemarios realmente buenos, los versos de Yrigoyen construyen su propia ine­vitabilidad y se suceden en las páginas con el aplomo (y el inminente peligro) de un mate en cuatro. La velocidad de este libro es singular (me recuerda al Hinostroza de "Nudo borromeo" y como con Hinostroza, aquí también el poema se desembalsa hacia unidades de sentido ma­yores). Todo se mueve con rapidez pero a su tiempo, sin demoras este­tizantes, sin rizos ni rulos fonéticos, con la urgencia del que no tiene nada que ganar. La destreza técnica exhibida por Yrigoyen es inquietante. El libro no tiene grasa y es perfectamente integral: sus ocho partes conforman un sólo envión de aliento imposible de perder. Aquí no hay lounge, ni poesía de fondo, ni improvisación irresuelta, ni manías léxicas. A uno puede no gustarle lo que escucha (como dice la frialdad literaria, el deseo homoerótico) pero uno no puede sino escucharlo y admirar el arco que describen los versos que es el arco de un espectacular clavado en la poesía peruana reciente. Gran libro. Difícil extraer de él una muestra que le haga justicia al todo. Tal vez: todo cuerpo que abandonas / durante una larga estación / requiere de una teoría / si quieres volver a recobrarlo. Pero apenas lo apunto me doy cuenta de la injusticia.

A modo de postdata: creo que nuestra conversación sobre los culteranos debe incluir Naufragios, de Frido Martín, un libro morfológicamente barroco/culterano sobre tema erótico y muchas veces grosero (en la línea de Catulo y los epigramistas latinos). No se libra de las manías lexicográficas de los anteriormente comentados, pero con un tema tan focalizado estas manías se hacen extrañamente más potables. En todo caso, esta focalización hace más visible la curiosidad que significa que los partícipes en este casillero "culterano" (Acurio, Trujillo, ahora Martín) compartan con el ideal original del XVII sólo el rizo del amaneramiento mas no su ideología (la persuasión moralista, el gran teatro del mundo, el tema del poder, la ineficacia del encantamiento, al menos si Maravall tiene razón). Como si ellos mismos se hallan fijado también en la cáscara más externa de aquello que parecen imitar o, al menos, modelar. La diseminación viral del rizo sin un backbone ideológico es lo que no va a ninguna parte. Tal vez por ello, cuando el rizo está al servicio de una experiencia focalizada (el erotismo en el caso de Martín) el resultado parezca más convincente. Y ya no estoy hablando de si Martín escribe mejor que Acurio o Trujillo sino de la viabilidad del proyecto poético mismo.

Mario



Cerro Azul 17.9.04

Mario:

Desde tu anterior carta me he dedicado a buscar los libros de Yrigoyen. Abelardo me ofrece uno para esta tarde, cuando vuelva a Lima. Ahora paso a ver tus argumentos, que me parecen sobre todo comentarios a la pasión creativa. Lo cual me suscita una pregunta.

¿Qué quiere un poeta que empieza a publicar? Creo que antes que nada expresarse, que en lo formal significa asentar el vínculo con una excelencia reconocible por una comuidad hipotética de lectores ideales. Es clave para la lectura apreciar o no (reconocer o no) esa excelencia que subyace al poema y que busca ser scializada, incluso como una pre-retórica que busca materializarse a través de la inocencia del poeta que llega ante el lector. Hubo un tiempo aquí en que todo poema pa­recía próximo a un modelo identificable, en lo diacrónico y en lo sin­crónico, y eso permitía entender mejor las relaciones familiares entre poetas.

Digo lo anterior luego de haber releído a Quiroz. Lo hice en manuscrito hace ya buen tiempo, y ahora de nuevo en una horrible edición colectiva PUCP (más que premiados, parecen castigados de los juegos florales). Rotación es un poema excesivo con título astronómico. Las 200 páginas están dedicadas a establecer un tono (¿Lezama Lima? ¿W. Burroughs?) y crear un lenguaje. El intento puede funcionar o no (creo que sí), ¿pero cuántos versos hay que leer para darse cuenta? Creo que muchos menos de los que fleta Quiroz. Excesivo, en el sentido de que excede la capacidad de lectura de un ciudadano común y se ensucia olímpicamente en los dictados de Edgar Allan Poe, es también La mano desasida de Martín Adán. Lo de Adán tiene la estructura, el tono y la dinámica de una liturgia bipolar al borde del abismo (fluss Urubamba). Pero Quiroz no va por ese camino, ni está realmente en el neo-barroco que sin embargo frisa en todo momento, y al que se parece. Pienso en Incurable (México, Era, 1987) de David Huerta. Quiroz ha construido, o si prefieres ha contraído, una aproximación cariñosa a la confusión, en el formato heroico, lo cual se parece a, pero no es, el neo-barroco, para lo que valga tanta atingencia. Pero Quiroz sí tiene esa pasión que le re­clamas a la juventud poética, y es un hombre de su momento en cuanto lo incomoda eso que ahora llaman el canon. Ya ha publicado, si recuerdo bien, hasta dos antologías muy seriamente irreverentes. El mismo tipo de ejercicio que le publicamos a Santiago del Prado (HH35), que es igual o más irreverente, pero que no puede escapar a la filiganística filología del fan. De modo que: Quiroz: tonos que no encajen en el canon. Por allí se comienza. En este caso el tono está logrado, pero la fuga del canon no tanto, y el texto termina siendo una serie de aventuras poéticas lanzadas (como su "demolición de la Lengua" en la hora 18:51) e inmediatamente refrenadas, un contrapunto entre tratar de escapar a lo poético y volver a tocar base en lo poético. El resultado final es de gran lujo, y para cuando dan las 23:56 en el texto Quiroz ha dicho lo que quería decir. No sé cuántos lectores lo van a acompañar hasta esa medianoche, pero para lo que valga este es un ejemplo que contradice tu idea de una nueva poesía que solo aspira a ser un telón musical de fondo. Pero soy conciente de que es una de las pocas excepciones, y de que este tipo de poesía no pasará antes de que aparezcan sus mejores lectores. Antes de pasar a otra cosa vuelvo al libro a buscar un pasaje confirmatorio de lo que digo, pero es imposible. Parte de la excesividad de Rotación es la forma como se bambolea sobre el eje todo/nada. Vuelvo a lo de las excelencias reconocibles (¿la tradición?).

De lo que venimos diciendo se desprende que la vigencia de estas excelencias conocidas se encuentra en crisis, y espero que no sea el clásico ejercicio senilizante de tipo los muchachos de ahora ya no respetan nada. ¿Pero hay otras excelencias que las conocidas? ¿Cuántos inven­tores casi absolutos de paradigmas en la poesía peruana además de Vallejo? ¿A qué se están remitiendo aquellos poetas que hoy no siguen a Adán en lo exterior (los culteranos) o la poesía purista (Chirif, Lafferranderie, Unger)? La sensación es que esos otrospoetas cada uno tiene a un poeta específico en mente, pero sin el menor deseo de revelar cuál es. Ese poeta específico funciona como una suerte de paradigma débil, con lo cual se produce el efecto de la extremidad fantasma: la influencia ha sido amputada, pero la presencia sigue allí. Creo que es de eso que surge tu imagen de la música de fondo: está y no está, es avara de su presencia. Creo que esto es parte de algo que comenzó hacia los años 80: la opción del asalto al cielo con peligro de caída de culo fue siendo cada vez más reemplazada por la opción de los caminos intermedios, sin gloria pero sin riesgo. Nunca un poema realmente sublime, pero jamás un poema sinceramente pésimo.

Pero si hubiera que buscar un paradigma reconocible de ex­­ce­lencia, digo, entonces tendríamos que quedarnos con la influencia remota de la poesía conversacional. Me refiero a una influencia difusa pero persistente, como la que mantuvo el modernismo chocaniano hasta mucho después de su partida, o la que mantuvo el primer envión europeizante de la generación del 50 hasta hace poco. Ya no el tono di­rectamente prestado de Cisneros-Hinostroza, o aquel otro más modesto de Martos (soy provinciano correcto, sabio y hasta profundo, no con­fundirme con lo limeño-decadente burgués). Esos tonos han volado, pero los buenos recursos retóricos de inserción de la vida cotidiana en la poesía están todos allí: el humor no grosero, el ingenio semi-corrosivo, el guiño al mundo del espectáculo, el suspiro adolescente. Una pequeña antología de muestra de lo que digo: "Para menearte con holgura" de Martín, "Time Goes By" de Mendizábal, "No soy una madonna", de Carolina O. Fernández, cualquier poema del libro de Elma Murrugarra pero sobre todo "Etopeya", "Paisaje de la multitud que espera (Social Security Office)" de Helguero. ¿Reconoces otros?

PD. Abelardo me ha entregado el libro de Yrigoyen. En efecto en sus señales es todo lo bueno que dices, y hay copia de excelencias reconocibles. Me recuerda con fuerza el tempo de uno de mis poemas favoritos en The Opening of the Field, de Robert Duncan (El que comienza con This place rumored to have been Sodom / might have been. / Certainly these ashes might have been pleasures./ Pilgrims on their way to the Holy Places remark / this place).

Para no mencionar que ha aprendido varias lecciones desde tu poesía, sobre todo en lo de la poesía como un método de conocimiento que planteabas a fines de los años 70 (¿A qué suplemento se lo decla­raste?). Además Yrigoyen evidentemente domina una forma discreta y eficaz de composición por campo a la Olson, lo cual mezclado con la inteligencia de las imágenes, la belleza de los sentimientos, los desafíos de género y la manera de irse untando la ceniza sobre la frente, levanta muchas revoluciones en el texto. Definitivamente hay que ponerlo en cualquier dream-team poético post-2000.

El libro da una gran leída, e incluso una mejor releída. Además de los versos que se le van quedando a uno, sospecho que por mucho tiempo, como ahora la Historia vaga por la tierra / con la boca llena de carne. En esto último –la Historia– hay una respuesta a tus preocupa­ciones por pasion & relevancia poéticas, y a las mías por los paradigmas reconocibles: Yrigoyen nos es perfectamente reconocible a partir de su voluntad de dialogar shakespereanamente con la Historia, con la misma igualada elegancia con que lo hacen entre nosotros Pablo Guevara y Rodolfo Hinostroza. ¿Es un mérito generacional? Lo dudo mucho, y termino pensando que Lafferranderie está más cerca de un filo duro renovador. Pero quizás cometo error al comparar.

Mirko




LIBROS LEÍDOS

Acurio,Rómulo
2001 Celeste romano, Lima, Nido de cuervos. Arrieta, Dimas
2001 40 coros, un solo canto, Lima, Villareal.



Barrón, Josefina
1999 Ojo amurallado, Lima, Carpe diem.



Cabrera, José
2004 Canciones antiguas, Lima, San Marcos.



Chirif Micaela
2001 De vuelta, Lima, Colmillo blanco.



Coral, Víctor
2004 Cielo estrellado, Lima, Santo oficio.



Crisólogo, Roxana
2000 Animal del camino, Lima, Santo oficio



Espinosa, Rafael
2002 Book de Laetitia Casta y otros poemas, Lima, Forma e imagen.



Fernández, Carolina
2001 Una (vela) encendida en el desierto, Lima, Derrama magisterial.



Gabriel, Esteban
2002 Pirógeno, Lima, Chatarro



Granda, Orlando
2003 En el barranco, Lima, El colibrí azul.



Guerra, Martín
2003 Imagen sin nombre, Lima, Talleres Diálogo.



Herrera, Dante
2004 A través del agua, Lima, Colmillo blanco.



Lafferranderie, Emilio
2004 Lugares prácticos, Lima, Arturo Higa Ed.



Martín, Frido
2004 Naufragios, Lima, Linea & punto.



Melgar Wong, Francisco
2002 Estados Unidos distrito de Jesús María, Lima, Álbum del universo bakterial.



Mendizábal, Bruno
2004 San Felipe blues. Álbum del universo bakterial.



Murrugarra, Elma
2003 Juegos, Lima, Magdala.



Piñeiro, Andrés
1997 Diotima de Mantinea, Lima, Dedo crítico.



Quiroz, Rubén
2004 "Rotación", en: La vocación de la palabra, Lima, PUC.



Recalde, Josemari
2000 Libro del sol, Lima, CEAPAZ.



Saavedra, Edgar
2000 Final aún, Lima, Signo lotófago.



Trujillo, Jorge A.
2004 La ironía de la rama negra, Lima, PUC.



Valle, Alejandra del
2000 Estrella doble, Lima.



Vela, Juan
2005 El agua de la luna, Lima, Viñedo seco.



Vélez, Elio
2001 En el bosque, Lima, PUC.



Yrigoyen, José Carlos
1999 El libro de las señales, Lima, Nido de cuervos.
2004 Lesley Gore en el infierno, Lima.




[fuente: Hueso Húmero 45, diciembre 2004]